Secretos del corazón

R. Pérez Barredo
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Vicente Ripollés rastrea desde Burgos las peripecias de su abuelo, capturado en Dunkerque, deportado y asesinado por los nazis, y su padre, torero amigo de Picasso y obrero

Secretos del corazón - Foto: Alberto Rodrigo

Muchos años después, junto a una ajada fotografía de su abuelo, Vicente Ripollés había de recordar el día en que su padre le contó la epopeya de aquel hombre que mira a la cámara fijamente, con los ojos emboscados tras unos anteojos redondos, exhibiendo un aire cansado y ausente: el aire de la derrota y la tristeza, de la pena y la incertidumbre. En el pequeño despacho que  Vicente Ripollés tiene en su comercio de Burgos, que es un homenaje a la memoria de su familia -imágenes en blanco y negro, recuerdos, cartas, carteles, recortes de periódicos se amontonan aquí y allá- se respira la Historia con mayúsculas. Es mucho más que un guiño a la nostalgia: es una declaración de amor por quienes le precedieron en este mundo. Mayorista de piel afincado en la capital castellana desde hace varios lustros, Ripollés ha dedicado mucho de su tiempo libre a indagar en la historia de su familia, marcada por la ferocidad bélica del siglo XX.

Acaba de recibir nuevas noticias sobre su abuelo, natural de Burriana (Castellón), combatiente republicano primero, forzoso exiliado en Francia después, reclutado para combatir a los nazis más tarde, capturado por estos en Dunkerque, deportado a varios campos de trabajo y exterminio -entre ellos, el de Mauthausen- y muerto en el de Steyr el penúltimo día del año 1943.Es un certificado emitido por la Amical de Mauthausen en el que se da cumplida razón del infierno por el que pasó su abuelo, también llamado Vicente Ripollés, antes de morir. Ahora este nieto comprometido con su sangre sabe que su abuelo sobrevivió a las más extremas condiciones, que aunque pudo, no quiso separarse de los hombres que lo acompañaron al exilio y al horror de la II Guerra Mundial, que se enfrentó a sus celadores y que murió por ello.

«Siempre habíamos creído que mi abuelo fue capturado al noreste de Francia, cerca de la frontera con Suiza. Pero resulta que no fue así, que fue capturado nada menos que en Dunkerque [una de las más famosa batallas de la contienda mundial] el 4 de junio de 1940», explica Ripollés. Las últimas revelaciones precisan el viacrucis de su abuelo en los meses siguientes: fue internado primer en Stalags III-A (campo en el que se inspira la película ‘Evasión o Victoria’), donde estuvo hasta el 22 de enero 1941, día en el que formó parte de un convoy compuesto por 744 republicanos españoles que fueron deportados al infernal campo austriaco de Mauthausen, adonde sólo llegaron con vida 544.

En este punto del relato, Vicente Ripollés nieto saca unas finas, marchitas cuartillas que amarillean por ambas caras. Son las cartas que su abuelo escribió con letra elegante a su mujer, Teresa Montolís, que se había quedado en España con el recién nacido hijo de ambos. Las misivas son emocionantes y su lectura provoca escalofríos: Teresa, aquí los días pasan sin distinguirse uno de otro, sólo me mantiene tu recuerdo (...).Llegó a Mauthausen el 25 de enero de 1941 convertido ya en un número: el 3.325, siéndole asignado el barracón número 6, del que pronto se convertiría en su encargado (blockaltester, en alemán) por su carácter y liderazgo. Sin duda que ambas virtudes tuvieron mucho que ver con su cruento final, recogido en un libro que también posee su nieto. Este narra que, estando recluido en el campo de Steyr, cercano al de Mauthausen, se enfrentó a dos carceleros, que quisieron darle una paliza pero salieron apalizados por el español.

Estos kapos, llamados Franz Hitreiter y Aüer, se la guardaron. Y fueron los artífices de su muerte, que se cobraron su vida envenenando su comida.Que nadie imagine manjar alguno: era perro. De aquel Vicente Ripollés habla a las claras el hecho, recogido en varios libros, de que su cadáver fue velado por el resto de españoles y acompañado por estos al horno crematorio mientras sonaba una música triste. Hace unos años, su nieto visitó Mauthausen.Allí cogió una piedra procedente de la famosa cantera en la que se dejaron a vida miles de españoles. Ahora esta pieza luce con una fotografía del abuelo y unas letras grabadas que honran su memoria. Existía una segunda versión alusiva a otro Ripollés o Ripoll en la que quedaba retratado como un canalla.Los nuevos descubrimientos, en los que se confirman fechas y lugares, desmienten aquella, que posiblemente haga referencia a otra persona. Esto le ha dado paz a Vicente Ripollés. «Al parecer, ese otro fue un canalla. Ese otro era catalán, no valenciano; y las fechas que hacen referencia a él son muy diferentes. Creemos que toda la documentación que tenemos hoy demuestra que mi abuelo fue un buen hombre querido y admirado por sus hombres».

Mientras, en España, Teresa y su hijo, también llamado Vicente, trataron de salir adelante. El muchacho creció desarrollando una pasión irrefrenable por los toros. Y se hizo novillero. Y de los buenos. Y tras participar con éxito en una treintena de novilladas, camino de convertirse en figura del toreo (avalado por por diestros de la época como Vicente Pastor, quien le permitió que adoptara su apellido para echarse al ruedo taurino) se marchó a Francia para evitar hacer el servicio militar a mediados de los años 50. Y fue en Francia donde el padre de nuestro Vicente Ripollés conoció y trabó amistad con Pablo Ruiz Picasso, de lo que dan fe varias fotografías en las que se ve al diestro junto al gran genio de la pintura contemporánea. «Que hasta le regaló un plato pintado por él que luego mi padre no sé qué hizo con él. Siempre contó que era un tío cojonudo. Y que le gustaban mucho las mujeres y la juerga».

El segundo Vicente Ripollés no siguió con su carrera taurina y empezó a trabajar como obrero matalúrgico, iniciando otra carrera: la de sindicalista y político. Debió ser todo un personaje: su hijo conserva cartas e invitaciones de grandes personajes y políticos de la época, como varios ministros de Francois Miterrand. También lo fue la madre, que a punto estuvo de convertirse en la primera matadora de toros española. Nuestro Vicente nació en Francia, pero a finales de los 70 se instaló en España con sus padres y hermanos. Se siente español, y de Burgos, donde reside desde los albores de los años 90. Aunque pudo haber sido una estrella del atletismo (llegó a ser campeón de Cataluña en salto de altura), Vicente Ripollés terminó convertido en mayorista de prendas de piel, negocio al que la crisis, tras épocas boyantes, ha dejado en la cuneta. Él mantiene su negocio en Pentasa III, si bien ya dedicado al arreglo de prendas. No ha dejado el deporte y todavía hoy desafía a las leyes de la gravedad para saltar libre, quizás como un homenaje a su abuelo, al que los nazis no dejaron saltar hacia la libertad.