«Espero que después de todo esto salga un nuevo humanismo»

R. PÉREZ BARREDO
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ENTREVISTA | El director de escena mirandés Calixto Bieito, recién galardonado con el premio de las Artes Escénicas, recibe a Diario de Burgos en Bilbao

Calixto Bieito, asomado a la ría bilbaína, frente al Teatro Arriaga. - Foto: Patricia

La mirada de Calixto Bieito se antoja insondable, profunda, como lo es el poder evocador de la memoria: en la de este director de escena internacional late una ciudad, Miranda. Se recuerda de chaval corriendo por las campas de Anduva -siempre corriendo- junto a lo chopos de la ribera, acariciado por la brisa de un Ebro eterno y misterioso. Para este genial creador, recién galardonado con el Premio de las Artes Escénicas, la niñez constituye una de las fuentes esenciales de su arte. Es ahí, en ese territorio mítico de la infancia, donde hay que buscar la radical libertad que exhibe en sus montajes, que son siempre un transgresor canto a la imaginación, un acto de provocación y audacia que provoca un caudaloso torrente de emociones.Cumple su cuarto año al frente de la programación del TeatroArriaga de Bilbao, al que ha conseguido conectar conEuropa, y sigue siendo director residente del Teatro de Basilea, ciudad suiza en la que vive. O al menos en la que tiene fijada su residencia, ya que la existencia de este artista es casi trashumante, siempre de acá para allá, viajando por las principales capitales del mundo. Poco amigo de las entrevistas, nos recibe en Bilbao, recién llegado de Munich, adonde regresará en unos días para seguir trabajando en un singular montaje teatral de de la serie televisiva de culto polaca Dekalog.

Un año extraño, duro...
Sí... No pienso mucho en ello. Mejor dicho, procuro no leer demasiado al respecto e intentar hacer mi trabajo lo mejor posible. 

Acaba de recibir el Premio de las Artes Escénicas, enésimo reconocimiento a su trayectoria.
Siempre está bien que te reconozcan. Es una manera de sentirte querido y me gusta compartirlo con los equipos. Aunque es algo que vivo con mucha normalidad. Lo que pienso es en continuar, en seguir hacia adelante.  

¿Le ha afectado mucho la pandemia desde el punto de vista emocional, creativo?
Lo he vivido con preocupación, claro. He tenido amigos enfermos, he estado preocupado por mi madre... Pero he trabajado mucho. Durante algo más de un mes no pude hacer nada, pero enseguida retomé los ensayos en Bilbao, en Berlín, en Praga, en Viena, en Amsterdam. Y ahora en Munich.

¿Tan anómala situación ha cambiado en algo su manera de mirar las cosas?
No tengo perspectiva. No sabría decir... Lo que esta situación ha puesto de manifiesto es en qué países se invierte más en cultura y en cuáles menos. Es así.

¿España es de los que invierte poco en cultura?
Llevo mucho tiempo viviendo fuera... Pero seguro que es fácil comprobar cuánto invierte el Ministerio de Cultura francés, el alemán, el suizo y el español. Sí que puedo decir que el Teatro Arriaga está funcionando muy bien dentro de las circunstancias. Tiene 400 personas cada noche. Aunque por nuestro carácter del norte no nos demos bombo y platillo. Este es un teatro muy emblemático. Podría ponerme muy pesimista. Cada mañana, uno tiene la lucha entre el optimismo y pesimismo. Intentando ser optimista y que no nos lleve la marea -o esta ola- hay que hacer de las restricciones imaginación.

¿La imaginación es la que nos rescata?
La imaginación rescata a todo el mundo. El pensamiento es libre. 

¿Cómo está viviendo esta política de restricciones, de recorte de las libertades por mor de la crisis sanitaria?
Pone encima de la mesa un debate: ¿hasta dónde se puede llegar? No sabrían bien que decir. Falta información sobre la enfermedad, aunque evidentemente hay que tener cuidado con las restricciones de la libertad individual de las personas. Creo firmemente en esa libertad individual, en el poder de la educación, que es la base del arte, de la cultura. Es lo que puede fortalecer una democracia. La democracia no significa ir a votar. La democracia depende del conocimiento. Yo, si tuviera que votar el Brexit, por ejemplo, no tendría ni idea. Puedo tener una opinión emocional: creo en una Europa más unida, que es algo que ahora mismo no se da. Pero para votar el Brexit habría que tener idea de economía, de sociedad... 

¿Cree que existe un riesgo cierto de que algunos de los recortes a la libertad individual acaben imponiéndose sine die?
No puedo alertar de nada, porque no lo sé. Me molesta la violencia profundamente. No me gusta la intolerancia. Me gusta el diálogo.En ese sentido, soy bastante pragmático. Puedo ser muy emocional en un espectáculo o cuando escrito o hago una exposición o una instalación, pero eso es diferente.

Para tan viajero como usted, moverse entre países con esta situación no será sencillo...
Viajar con restricciones es desagradable, un palo. Las burocracias... Y como nadie se pone de acuerdo entre sí... Test, papeles... Pero todo cambia casi cada tres minutos. Es algo muy cansado. El otro día llevaba el test negativo en checo y me impedían embarcar porque no estaba ni en inglés ni en alemán... En el último minuto me enviaron un papel en alemán e inglés y finalmente pude viajar. Es muy estresante. No es nada agradable.

¿Qué es lo peor?
Cuando cierras la puerta de tu habitación del hotel y estás solo. Eso es lo peor. Sin una rutina -lectura, música- se llevaría aún peor. Esa sensación de aislamiento es dura. Pero hay que mirar hacia adelante y esperar que todo esto pase.

¿Qué montaje prepararía para estos tiempos tan insólitos que nos está tocando vivir?
Ahora mismo ninguno. No estoy interesado en el teatro social. Me interesa lo poético y lo que hable de cosas más sencillas o más grandes. No del momento concreto.

¿En qué proyecto está trabajando ahora?
En una cosa que se llama Dekalog (Decálogo). Es una adaptación para el Residenztheater de Munich, que es uno de los teatros más grandes de Alemania, de una serie de culto que hizo en los años 80 el director polaco Krzysztof Kieslowski. Son los diez mandamientos en diez episodios. Son historias sencillas y a la vez muy profundas. Esperamos que pueda estrenarse con público en abril. Estará en repertorio varios años.

¿Cuál es el secreto que le permite llevar esta actividad constante, siempre viajando, siempre con proyectos diferentes?
No sé... Siempre me gustó viajar, desde que veía el Cinco Naciones en el televisor de mi casa en Miranda. Recuerdo que pensaba que quería conocer esos países de niebla...Siempre me atrajo mucho Europa. También Estados Unidos. Yo continúo buscando, lo que pasa es que haces de esta vida tu rutina. Te acostumbras y a veces te ayuda también, te protege. Ahora, por ejemplo, en un ensayo me olvido de la pandemia. Me relajo. Nunca me pongo nervioso. Una sala de ensayo es un sitio en el que no tengo miedo. Soy natural y eso me ayuda. No es una terapia, pero me ayuda. Otra cuestión importante es que todavía tengo curiosidad. Si algún día dejo de tenerla, se acabó. Tampoco creo en la posteridad ni en cosas así. Lo más importante es disfrutar de la gente que quieres y te quiere. Si miras mucho a la oscuridad -y yo tengo tendencia a la melancolía-... Ufff. Hay que tener cuidado con eso. No sé quién dijo, creo que Nietzsche, que si miras mucho al abismo, éste te devuelve la mirada.  

Todas sus obras llevan un sello muy personal.
Es que son espectáculos muy personales, pero siempre compartidos con los artistas y técnicos que trabajan conmigo. Y eso que siempre he estado muy solo.

¿Sí?
Sí, lo tengo que confesar. Mis caminatas y carreras -corría como un loco- por la zona de Anduva, el río, las choperas. Esa soledad.

¿Hace mucho que no va a Miranda?
Sí, mucho. Tengo ganas de hacerlo en San Juan del Monte cuando se pueda celebrar. Tengo ganas de ir, me gustan mucho los colores, me acuerdo mucho de los txistus y los tambores, de los olores: a vino... Tengo muchos recuerdos. Cuando me fui a Cataluña, con 14 o 15 años, lo pasé muy mal. Era una edad delicadad, difícil. Pero bueno, luego pasó y fue fantástico: Cataluña era la vanguardia. Mi primer contacto con la música fue con la Banda Municipal de Miranda. Aquellos conciertos en el parque... Para mí fue muy importante. Hace unos años se hizo un documental llamado ‘La banda o la vida’ [dirigido por la mirandesa Raquel Sáenz de Buruaga].Precioso. La Banda Municipal de Música me marcó muchísimo. Luego, en Barcelona, ya en la universidad, conocí a mi primer mentor, Adan Kovacsics. Fue fundamental. Un descubrimiento.Me hizo soñar con una Europa cultural y artísticamente fuerte.

Llegó a conocer a Ingmar Bergman...
¡Tengo una foto con él! Cuando yo aún tenía pelo... 

¿Cómo era el genio sueco?
Era una persona muy discreta, tranquila. Hablaba muy bajito. Decía que su gran placer era ensayar. Lo marcaba todo, absolutamente todo. También conocí al director polaco Andrzej Wajda...

Hoy está al nivel de muchos de aquellos grandes creadores... Lo dice la crítica especializada...
Tengo la vanidad justa para seguir trabajando.

¿Es muy pudoroso?
Sí, mucho.

Sus espectáculos no los son.Más al contrario, son provocativos...
No sé si es tan racional, pero sí. Pero soy una persona social, me gusta relacionarme, hablar. Las tormentas las llevo por dentro, como todo el mundo. 

¿En qué momento creativo se encuentra?
No soy consciente, no pienso en hacer un espectáculo que dé un vuelco... Cuando estrené La vida es sueño en Nueva York  fue un éxito tremendo. Siempre que hay un estreno se espera la crítica del ‘New York Times’ en una fiesta. No me quedé. A las siete de la mañana empezó a llamarme la gente... Quizás no estaba preparado para ello.

¿No se está preparado para el éxito?
Sí. Pero no fue por el éxito. Tenía otro tipo de miedos, como a volar. Ya no, pero entonces sí. Procuraba viajar en tren o en coche y evitar el avión, o no iba a los estrenos, y se me tenía por un tipo excéntrico. Nunca me he expuesto demasiado. 

Tampoco le afectan las críticas, ni las buenas ni las malas.
He pasado bastante... Me centro en el trabajo. 

Todos sus montajes, por más audaces y polémicos que sean, están transidos de humanidad, de piedad, de compasión, de ternura...
Hay un texto breve y muy hermoso de Stig Dagerman que me acompaña desde hace mucho tiempo: Estoy desprovisto de fe y no puedo, pues, ser dichoso, ya que un hombre dichoso nunca llegará a temer que su vida sea un errar sin sentido hacia una muerte cierta. No me ha sido dado en herencia ni un dios ni un punto firme en la tierra desde el cual poder llamar la atención de Dios; ni he heredado tampoco el furor disimulado del escéptico, ni las astucias del racionalista, ni el ardiente candor del ateo. Por eso no me atrevo a tirar la piedra ni a quien cree en cosas que yo dudo, ni a quien idolatra la duda como si esta no estuviera rodeada de tinieblas. Esta piedra me alcanzaría a mí mismo, ya que de una cosa estoy convencido: la necesidad de consuelo que tiene el ser humano es insaciable. Es un texto que me acompaña.

Esa necesidad de consuelo parece hoy más necesaria que nunca... 
El otro día me decía Adan Kovacsics que espera que nada nos destruya los tres segundos de vida de más que nos da el arte. Espero que después de todo esto, y de que pase todo lo que sea que tenga que pasar, salga  un nuevo humanismo.