Una restauración que nunca llega

R.C.G.
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La iglesia de San Juan, símbolo del desarrollo histórico de la ciudad, lleva años a la espera de un proyecto que evite su ruina definitiva. La asociación Amigos del Castillo ha podido constatar el grave deterioro interior del templo

La iglesia está actualmente tapiada por completo aunque en el interior anidan palomas y hay una colonia de gatos callejeros. - Foto: Jesús J. Matías

Un par de niños golpean  el balón contra su pared mientras sus padres toman algo en el bar que hay a escasos metros. El juego se interrumpe solo cuando un señor con paso apurado cruza por delante de lo que en su momento fue la puerta principal, ahora completamente tapiada, sin ni siquiera levantar la vista. Tampoco lo hace la pareja que viene detrás charlando animosamente en la mañana dominical. Y es que la iglesia de San Juan hace décadas que es invisible para los mirandeses, acostumbrados a que ese edificio medio derruido forme parte del paisaje del Casco Viejo como un vestigio más del declive del barrio. La inmensa mayoría ignora la historia que atesora el templo, sin el que es imposible explicar el desarrollo de la ciudad.  

Su recuperación es uno de los grandes proyectos pendientes, de los que se reactivan en época electoral pero languidecen en el cajón los cuatro años posteriores por falta de dinero y de voluntad. 

El Ayuntamiento ha invertido miles de euros en adquirir en diferentes fases el edificio, convertido en viviendas tras perder su uso religioso, con la idea de ponerlo en valor. La compra se inició durante los primeros mandatos de Fernando Campo y se ha ido completando en los sucesivos, pero el proyecto hace tiempo que se ha estancado por la falta de recursos. El nombramiento de un gestor cultural para potenciar la obtención de ayudas europeas tampoco ha significado de momento ningún avance en la rehabilitación. 

Por eso un grupo de investigadores ha retomado la iniciativa con una intensa labor de documentación y piden que la administración local se ponga manos a la obra. Al menos que les deje empezar a ellos con los trabajos porque el paso del tiempo ha hecho mella en la iglesia. 

La última vez que pudieron acceder al interior, donde se amontonan suciedad y escombro que solo sirve de cobijo para las palomas y para una colonia de gatos callejeros, pudieron comprobar que los grabados están muy deteriorados y los forjados presentan riesgo de derrumbe. «No solo no se hace nada por restaurar la iglesia, sino que ni siquiera hay un mantenimiento mínimo o una inspección periódica», aseguran José González Grijalba y Marcos Nieto, quienes aclaran que «no hace falta gastarse una millonada de golpe, sino avanzar por partes con la vista puesta en un proyecto a diez o quince años». 

Ambos investigadores están convencidos de que rehabilitar la iglesia de San Juan supondría un impulso económico y cultural para la ciudad. «Invertir en patrimonio no es un gasto, sino que a la larga genera riqueza», remarcan. 

Desde el punto de vista histórico el valor del templo es innegable, pero además podría ser el punto de partida para reflotar la Parte Vieja y dotar a Miranda de un espacio artístico o un museo que atraiga otras iniciativas culturales. Su propuesta no es un brindis al sol, sino que enumeran decenas de proyectos similares acometidos con éxito en  otras ciudades. 

«Recuperar un edificio tan simbólico es fundamental porque invita a la gente a hacerse más preguntas sobre el pasado de la ciudad. No es lo mismo explicar las cosas en abstracto, que cuando ves algo y puedes imaginar o contextualizar el resto. Miranda ha dejado morir gran parte de su historia y esta iglesia es un elemento clave que aún está a tiempo de salvar», remarcan. 

De estilo gótico primitivo, las primeras referencias de la iglesia San Juan datan de mediados del siglo XIII. Para dimensionar su importancia, el mejor ejemplo es la visita de Enrique II, por entonces rey de Castilla, para sacar de la pila bautismal a un descendiente de la familia Sarmiento, famosa por su influencia militar y encargada de la custodia del castillo. 

Centro neurálgico en el desarrollo de la ciudad, el templo era lugar frecuente de reunión para la toma de decisiones administrativas ya que en la casa contigua parece que funcionó el concejo. 

En una época en la que disponer de un puente era un privilegio por ser sinónimo de riqueza, Miranda estaba considerada un cruce de caminos comercial estratégico. Como las carretas de gran tamaño no podían pasar por la puerta de San José (ubicada en lo que hoy es la carretera que conduce hacia el hospital), inevitablemente tenían que desviarse por el acceso de la iglesia de San Juan, lo que hizo florecer alrededor de la misma el mercado, las fondas o la botica. Los feligreses más pudientes y la comunidad judía tributaban en ella. 

«Había disputas por los vecinos y los documentos reflejan que algunas familias que se mudaban a otras zonas tenían que seguir pagando sus impuestos en la iglesia de San Juan», aseguran los investigadores, quienes destacan también que el templo contaba con claustro, lo que representaba un atractivo para la nobleza, que anhelaba distinguirse de la plebe. «Muchas de estas tumbas todavía tienen que estar bajo tierra, lo que es un patrimonio invalorable», afirman González Grijalba y Nieto. Allí fue enterrado por ejemplo El Chantre, uno de los personajes más emblemáticos de la cultura popular mirandesa y cuyos restos ahora reposan en la iglesia de Santa María. 

Precisamente la competencia con esa nueva parroquia marcó el inicio del declive de la iglesia de San Juan, agravado durante la Guerra de la Independencia, momento el que el templo fue utilizado para acuartelamiento de las tropas francesas y expoliado. 

En los primeros años del siglo XX el edificio salió a subasta y pasó a manos privadas, reconvirtiéndose en viviendas. Las obras acometidas no respetaron el valor patrimonial, la torre fue demolida y las pinturas quedaron tapadas con capas de cal. Aun así, todavía son visibles los capiteles, el ábside y los dragones que lucen en las bóvedas. ¿Por qué esta decoración? La respuesta admite varias hipótesis. Fernández Grijalba se decanta por que es el distintivo de la famosa Orden de la Banda, muy presente en la heráldica de la época. «Los dragones son una decoración propia del arte hispano y con mucha incidencia en la provincia de Burgos», matiza Nieto. 

Cuando ayudados por la tecnología ambos recrean posibles reconstrucciones, no pueden evitar preguntarse: «¿Por qué no hay una apuesta decidida por recuperar esta joya? La ciudad lo merece».