Martín García Barbadillo

Plaza Mayor

Martín García Barbadillo


Arlanza

07/12/2020

El pasado miércoles, las Cortes de Castilla y León aprobaron la ley que instaura el Parque Natural ‘Sabinares del Arlanza-La Yecla’. No sé exactamente que compromiso implica esto y en qué se materializará en el medio plazo, pero es, al menos, un reconocimiento que permitirá que se hable de estos lugares. Y eso está bien, porque son fantásticos.
A diferencia de otras zonas de esta provincia, como las Merindades, el Arlanza no tiene una belleza de esas que atrapan y apabullan desde el inicio, no es necesariamente un amor a primera vista. Aquí se establece una relación más lenta, pausada, de descubrimiento progresivo que lo va abrazando a uno poco a poco.
Tanto en las áreas que incluye el futuro parque como en todas las que baña el río, se puede disfrutar del placer de caminar por el campo en paisajes que uno no se esperaría jamás. Es una tierra dura en la que habitan especies nacidas para resistir. Y ahí están por todas partes las sabinas, o enebros como los llaman en algunos pueblos, aguantando heladas y calores. Enebros que luego serán vigas vistas en casas construidas con adobe en tantos pueblos de la zona; y los montes de encinas enormes, añosas, que guardan un misterio y silencio impagables en su interior. Puede uno, igualmente, escalar Las Mamblas, montañas totémicas de la comarca, que varían de aspecto según el punto desde el que se miren. Desde allá arriba, en lo más alto de La Muela, si no se ve el mundo entero poco puede faltar. Desde el fondo de los cañones, como en Ura, parece que ese mismo mundo acaba en los nidos de los buitres. 
Una tarde de septiembre, es posible andar hacia el sol entre filas de viñas en algún majuelo, como se dice por allí. Avanzada la primavera, al subir una loma, mientras se divisan corzos, se pueden ver los barbechos de tierra rojiza y los trigos verdes y pensar que aparecerán Meryl Streep y Robert Redford con su avión de Memorias de África. En agosto, cuando huele a tomillo, el viento empuja las cebadas granadas en las tierras onduladas del mar de Castilla. Hay rincones en el río, decenas de ellos, donde dan ganas de coger un caballete y convertirse en un pintor impresionista francés, aunque seguramente sin verdes suficientes en su paleta.
Todo esto, y piedras talladas con la historia de Castilla, está aquí mismo, pero no se lo presentan a uno envuelto en un lazo. Hay que adentrarse y trabajárselo, mirar y entrar en el juego de la seducción. Pero los amores por los que se luchan son los mejores. No sea tímido. Salud y alegría.