Mientras estabas en casa

A.G.-H.J.
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A lo largo de los dos últimos meses la naturaleza se ha enseñoreado de la ciudad, gracias a que el ser humano confinado ha permitido crecer libres a las plantas y los pequeños animales que en ellas viven

Mientras estabas en casa - Foto: Luis López Araico

El mundo, tal y como lo conocíamos hasta entonces, saltó por los aires el 14 de marzo. La virulenta pandemia provocada por un coronavirus voraz lo convirtió de repente todo en enfermedad, muerte e incertidumbre, por lo que, para no sucumbir al desaliento, desde cada ventana nos intentamos dar ánimos todas las tardes. Y mientras aplaudíamos quizás no fuimos conscientes de la parte buena: en esas calles que ya no podíamos pisar se estaba produciendo una revolución colorida y silenciosa que ha tomado, sobre todo, los barrios de las periferias y nos ha puesto delante un paisaje desconocido plagado de plantas y flores de las que en circunstancias normales no hubiéramos tenido noticia, pues haría ya muchas semanas que se les habría llevado por delante cualquier cortacésped inmisericorde. Ahora, de momento, siguen ahí y se puede aprovechar para conocerlas, ver que no son ‘malas hierbas’ y hasta plantearse su permanencia, un debate que ya ha surgido en otras ciudades. En Valencia, por ejemplo, el Ayuntamiento ha delimitado zonas para conservar la biodiversidad de la vegetación que ha crecido de manera natural durante el confinamiento.

Y es que es mucha y muy diversa. El pasado martes, solo en los poco más de 50 metros de la calle Valdemoro (en el barrio de Fuentecillas) el responsable del Aula de Medio Ambiente de la Fundación Caja de Burgos, Miguel Ángel Pinto, contabilizó para este periódico 25 especies diferentes crecidas alrededor de un campo de fútbol. Una auténtica explosión de flores nacida no solo por la falta de actividad humana sino porque la primavera llegó este año plagada de lluvias y altas temperaturas.

"Cuando estas agrupaciones vegetales se producen en jardines habitualmente segados o zonas urbanizadas, chocan con la idea tradicional que tenemos de las ciudades. Para algunas personas es abandono, dejadez y maleza insalubre. Para otras, una alegría para la vista por los colores de las flores que normalmente no aparecen en tanta cantidad. En cualquier caso, es una cuestión de percepción estética y como tal, es subjetiva, selectiva y temporal", explicaba el experto mientras iba nombrando cada una de las especies que iban saliendo al paso.

La lista no es corta: mostaza silvestre (crucífera, pariente de la col y la colza), amapolas, malvas (comestibles y de propiedades antiinflamatorias, laxantes, cicatrizantes, calmantes, digestivas y expectorantes), margaritones, avena loca, bolsita o zurrón de pastor (alimento de verdecillos y otros pájaros granívoros), picos de cigüeña o relojes, perejil del perro, cizaña, cardo mariano (de impresionantes propiedades medicinales), acedera, dulcamara o tomatillos del diablo (pariente de las patatas y los tomates, es tóxica y en la Edad Media se pensaba que protegía contra el mal de ojo), barba cabruna (medicinal y comestible), cola de caballo, rosas silvestres o escaramujos, berrañas, cerraja silvestre (parecida al diente de león y con alto contenido en potasio), cebadilla de ratón (dardos naturales que todo niño o adolescente ha usado en alguna ocasión como arma arrojadiza), sauquillo, yezgo o saúco menor... Están a la puerta de su casa, junto a la panadería y en el parque de enfrente. No las desaproveche.

"La vida silvestre nos está demostrando -afirma Pinto- su gran capacidad de recuperación en cuanto dejamos de actuar sobre ella. Ahora es el momento de reflexionar y pensar en el futuro y en una ciudad que aplica de manera consciente la denominada ecología de la reconciliación, que se define como la ciencia de inventar, establecer y mantener nuevos hábitats para conservar una diversidad de especies en los sitios en donde la gente vive, trabaja o se divierte".

Pequeños animales. Bajo la maleza sin segar, un mundo faunístico extraordinariamente diverso cobra vida. Son los llamados "polinizadores", pequeños animales que emplean como refugio y fuente de alimento lo que el ser humano habitualmente desprecia como matorrales sin valor.

Son la prueba de un ecosistema sano, con multitud de especies silvestres y domésticas, que por su variedad proporciona más beneficios que uno simplificado. Es fácil acordarse de las abejas de la miel, el ejemplo que a cualquiera se le viene a la mente cuando piensa en polinizadores, pero junto a ellas otros insectos como las moscas, los escarabajos, las polillas, las mariposas, las hormigas y las avispas "cumplen un papel clave en la producción agrícola global", recuerda Pinto.

Todos encuentran el paraíso entre las hierbas. En circunstancias normales tienen que pelear por lugares de anidación limitados. Esta vez han tenido una suerte enorme porque durante dos meses la ciudad ha respetado sus lugares naturales de crecimiento y ellos, respondiendo al impulso de la vida, que siempre se abre paso, han podido gozar de polen y néctar a raudales entre una amplísima carta floral.

El abejorro carpintero es fácilmente identificable. De gran tamaño, cuerpo peludo y color negro, su hembra tiene aguijón pero no es agresiva con los humanos. Y como su nombre bien indica, gusta de construirse los nidos en la madera perforándola con sus mandíbulas.

La conocida avispa alfarera se ve imitada por la mosca cernícalo, con su aspecto rayado amarillo y negro aunque es inofensiva. Además, ayuda a los humanos como eficaz exterminadora de pulgones, el caso de las mariquitas de siete y dos puntos.

No las confundan, por favor, con la mariquita de 22 puntos, pues esta última, tan amarilla y reluciente en las fotografías, se alimenta solamente de hongos que crecen sobre los tejidos vegetales. Es preciosa también la caracola, que aunque recibe un nombre femenino es hermafrodita, como su versión masculina.

El desconocimiento respecto de los insectos nos hace temer instintivamente de seres como la típula, que recuerda a un mosquito gigante de reminiscencias tropicales pero que tampoco daña al hombre, principalmente porque ni siquiera dispone de piezas bucales para morder o picar. Son tan conformistas que pueden estar entre 8 y 12 días sin alimentarse, pues "se dedican casi por completo a la reproducción", apunta el responsable del Aula de Medio Ambiente de Caja de Burgos.

Y ojo con los milpiés, porque este animal lleva sobre la Tierra una larga temporada. Su aparición se remonta al periodo silúrico (hace más de 400 millones de años), por lo que es uno de los primeros animales terrestres que se conocen y sin embargo aquí está, en el año 2020, sobreviviendo a una pandemia y poblando nuestros jardines. Su instinto ancestral les hace enroscarse en cuanto notan cualquier peligro y por su antigüedad se diría que no les ha ido mal. Es probable que cuando nuestra especie desaparezca ellos sigan en este planeta riéndose de los virus y refugiándose, como siempre, entre lo que nosotros despreciamos como hierbas.