El Velázquez burgalés

R.P.B.
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El burgalés Leo Ortega lleva diez años como copista del Museo del Prado. Ha replicado las obras de genios del arte como Tiziano, Rubens o El Greco. Ahora está rematando uno de sus mayores desafíos: 'Las hilanderas o la fábula de Aracne', de Velázquez

El copista burgalés posa junto a su réplica de Las hiladeras; al fondo, la genial obra de Velázquez. - Foto: Miguel Ángel Valdivielso

Leo Ortega se inclina ligeramente sobre el lienzo en medio de un silencio sagrado que solo parece interrumpir el sonido imposible de la rueca de las hilanderas, que es lo único que le falta al cuadro de Velázquez para ser una escena de verdad. El Museo del Prado aún no ha abierto sus puertas y el copista burgalés no tiene otros espectadores que Mercurio, Argos y la turgente Europa, que aunque está siendo raptada por Zeus no le quita ojo a Leo, concentrado en medir y escrutar la obra a la que lleva meses dedicado en cuerpo y alma. Da una pincelada apenas perceptible donde nadie más que él sabe que falta algo y se queda tan quieto como un personaje más del cuadro, cual si esperase la aprobación del espíritu de Velázquez que Leo siente muy cerca, impregnándolo todo. Se encuentra muy cerca de concluir la copia de ‘Las hiladeras o la fábula de Aracne’. Tal vez le queden unos pocos días. Pero este apasionado artista burgalés es muy sincero: "Un cuadro de Velázquez no se acaba nunca".


Leo Ortega, 58 años, natural de Amaya, es profesor de Latín y Griego. Siempre, desde niño, le había gustado dibujar y pintar. Sin pretensiones. Cualquiera lo diría ahora, émulo de Velázquez. "Frente a una obra como ésta uno se siente pequeño. Y, sobre todo, atrevido. Esto es un osadía. Una osadía que nos permite el museo; y un privilegio a la vez". Leo lleva alrededor de una década acudiendo a copiar al Prado. Empieza a ser de los veteranos. "Para nosotros es un lujo tener a Leo. Es de lo mejorcito. Y es un hombre culto y sensible", explica Bernardo Pajares, responsable de la Oficina de Copias de la pinacoteca madrileña. En este tiempo, Leo Ortega ha pintado en torno a una veintena de obras. Ha copiado al Greco, a Tiziano, a Tintoretto, a Rubens, a Carlos de Haes, pero siente predilección por Diego de Velázquez. "Es mi ojito derecho. Y es un pintor muy, muy moderno", dice con rendida admiración.


Jamás ha dejado de sorprenderle el genio sevillano. "Y lo que más me sorprende de Velázquez es su sencillez. Observas y estudias un cuadro que parece aparantemente acabado, aparentemente complejo, pero la forma de hacerlo que tenga fuerza es sencilla y simple. Hay que dar con esa clave. En el caso de Tiziano o Rubens es diferente: su técnica no la conocemos bien, no se llega nunca a tener el color o los matices de sus cuadros. Trabajaban con una técnica muy complicada, muy elaborada; de las técnicas de Velázquez conocemos más porque se han estudiado y documentado. Él utilizaba calcita, por ejemplo, que con la pintura se vuelve más transparente diluyéndolo en aceite. Yo utilicé esa misma técnica cuando copié al príncipe Baltasar Carlos a caballo o el pañuelo de la reina Mariana de Austria, que tiene transparencias, y resultaba lo mismo... Más o menos, más o menos...". 


un foco de atención. La copia de ‘Las hilanderas’ que está rematando Leo es espléndida. Lo confirman desde el jefe de la Oficina de Copias hasta la conserje de la sala, pasando por el público que, día tras día, se asoma a su caballete e intercambia opiniones y comentarios con este Velázquez burgalés del siglo XXI. "Los copistas somos un foco de atención. Y ya no digamos en una sala como ésta, que tiene tanta afluencia. La verdad es que el público te anima, aunque a veces te despiste. Y te malea, porque oigo los comentarios "¡está igual!" "¡lo ha calcado!" "¡qué máquina!"... Me he dado cuenta de que la vanidad me pierde... Porque te pones muy contento hasta que llegan los niños, que son los más sinceros y si ven algo mal te lo dicen". Bernardo Pajares, que sigue muy de cerca las evoluciones de los cuadros de cada copista (ahora mismo hay una decena de ellos en el museo) ha sido testigo incluso de la emoción de algunas personas, "que incluso han llorado viéndoles pintar".


Está muy satisfecho con sus ‘hilanderas’. "En mi humilde opinión, creo que he respodido al desafío. Se supone que debemos estar a la altura, esto es el Prado... Creo que me ha salido bastante bien, aunque peque de soberbia. Pintando con espontaneidad me ha salido bastante bien. Su complejidad no es tanto técnica como artística. Es sencillamente genialidad. Es un cuadro que está al nivel de Las Meninas y en el que tal vez Velázquez se manifestó tal como era, porque no era un cuadro oficial para la Corte. No se puede decir que los copistas pintemos como Velázquez, eso sería una blasfemia, una herejía. Tratamos de imitarlo y de intentar asimilar algo de lo que él hizo. La verdad es que copiando a estos maestros se aprende a pintar. Y de forma casi inconsciente. Yo me he dado cuenta de que ahora pinto con una rapidez mucho mayor. Y con más seguridad que cuando empecé. Por una parte uno se siente un poco indigno pero por otra participamos un poco de su genio inmortal. Y cuando estás copiando, a veces desvías la atención y se olvidan de Velázquez. Quizás tenga celos en el más allá", apostilla con humor. 


Cuando se pregunta qué diría Velázquez de sus copias, Leo es duro consigo mismo: "Creo que pensaría que soy un aprendiz malo. Muy malo. Suelo autoflagelarme pensando que me diría que soy un inútil, que me falta mucho por aprender. Piensa que Velázquez tuvo un ayudante, Juan de Pareja, un mulato que era su esclavo. Este Juan de Pareja tenía talla como pintor, pero se sabe que no le dejó poner una sola pincelada en sus cuadros. Si no le dejó a él, te puedes imaginar si me llega a ver a mí... Quizás en sueños haya podido sentirme como Velázquez, pero sólo en sueños". El copista burgalés se mueve por el Prado como Pedro por su casa; convive con Velázquez, Rubens, Tiziano, El Bosco, El Greco o Goya con naturalidad desarmante. "Está claro que no es lo mismo venir como visitante que como copista. No tiene nada que ver, pero ya me he acostumbrado a ello".


Leo Ortega no sufre ni se flagela cuando se enfrenta a una obra maestra del Prado, aun siendo consciente de la audacia casi temeraria que esto supone. "Procuro disfrutar, aunque hay momentos para todo. Hay días fatales, pero por mi carácter no suelo desesperarme ni encolerizarme". Cuando concluye una copia necesita descansar. "Sobre todo cuando es una obra como ésta. Aunque sea un cuadro genial, necesito desintoxicarme durante una temporada". Esto no significa que no esté pensando ya en su próximo objetivo, que no será, afirma, tan ambicioso como Las hilanderas. "Quizás me incline por algo más ligero... Tal vez un bodegón, por ejemplo". No suele hacer caja con sus copias Leo Ortega, "salvo que me hagan una oferta que no pueda rechazar. Pero me he quedado la mayoría de los que he realizado. Tengo una pequeña pinacoteca, un pequeño Museo del Prado en casa". 


la tradición de los copistas. Casi todos los pintores del siglo XIX fueron copistas del Prado e incluso algunos llegaron a ser directores de la pinacoteca, como Madrazo, Gisbert. Precisamente el museo se concibió para ellos: cuando abrió sus puertas en 1819 sólo permitía el acceso dos días a la semana a los artistas en ciernes, para que pudieran inspirarse y aprender. Qué mejor manera que estudiando la composición y la técnica de los grandes maestros. Velázquez, Goya, Murillo, Tiziano y Rubens son los más copiados, según explica Bernardo Pajares, jefe de la Oficia de Copias.