De vuelta a las raíces ribereñas

L.N.
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Varios jóvenes de Aranda y la Ribera regresan a la comarca huyendo del confinamiento en grandes ciudades

Antonio Páramo, Sara Arnanz, Elena González de Benito y Antonio Linaje.

Regreso a casa. Al terruño. Quizá no en las circunstancias que muchos jóvenes de Aranda y la Ribera del Duero habrían soñado por la pandemia de coronavirus, pero vuelta a sus raíces al fin y al cabo.

Aunque con cuentagotas, cada retorno es motivo de celebración en una comunidad autónoma que, año tras año, tiene el dudoso honor de liderar las estadísticas de pérdida de población. Según los datos del padrón continuo que publica el Instituto Nacional de Estadística (INE), a fecha 1 de enero de 2020 había inscritos en la comunidad 2.393.285 habitantes, lo que supone 6.263 menos que en la misma fecha de 2019.

Castilla y León se vacía. La vacían. No logra detener una sangría que contrasta con el aumento poblacional en el resto de España, que cuenta con 47.431.256 ciudadanos, 405.048 más que hace un año.

Antonio Páramo retornó a Guzmán tras tres años en Bilbao.  Antonio Páramo retornó a Guzmán tras tres años en Bilbao.  

Otro dato significativo es el de nacidos en Castilla y León, pero empadronados en otras comunidades autónomas. Un total de 1.013.697 castellano-leoneses están censados, mayoritariamente, en Madrid, el País Vasco y Cataluña. De ese millón, casi la mitad -el 44,7%- tiene entre 30 y 64 años. Burgos es la tercera provincia con mayor porcentaje de nacidos inscritos fuera (14%), sólo por detrás de León (18%) y Salamanca (15%).

Pero no sólo eso. Las previsiones del INE para los próximos 15 años dibujan un panorama demoledor. Se estima que Castilla y León será la comunidad que más población perderá, con 239.054 habitantes menos en el año 2035.

De ahí la esperanza ante el regreso a tierras arandinas y ribereñas de un puñado de jóvenes que no están dispuestos a quedarse de brazos cruzados.

Elena González de Benito quiere montar una granja de gallinas camperas en Campillo.Elena González de Benito quiere montar una granja de gallinas camperas en Campillo.

Una de ellas, Sara Arnanz, se fue hace cuatro años a Reino Unido para crecer profesionalmente en el ámbito de la educación. Tras volver en marzo, tiene claro que quiere aportar a Aranda "todo lo aprendido, que no quede sólo en mí". "No me convencía la vida en la ciudad".

"Vivo donde me gusta, no me convence la vida en la ciudad ni las clases online" - Antonio Páramo retornó a Guzmán tras tres años en Bilbao.  

La crisis provocada por el coronavirus ha llevado a muchas personas a mirar hacia el medio rural como referente de calidad de vida. El miedo a contagiarse, la situación económica y el teletrabajo están impulsando el regreso hacia los pueblos. De cierta forma se ha empezado a dar la vuelta a la tortilla y emerge una especie de éxodo al revés, es decir, de las ciudades hacia el campo.

Sara Arnanz, de Londres a Aranda después de cuatro años.Sara Arnanz, de Londres a Aranda después de cuatro años.

No es un fenómeno nuevo. Más bien se inició a mediados de los años 80 con la llamada neorruralidad. Sin embargo, la pandemia ha fortalecido la tendencia. En este contexto emergente, la metrópoli se hace deficitaria y el bienestar material que supuestamente aportaba vivir en la ciudad sucumbe, entre otras cuestiones, a la degradación medioambiental o la precarización del mercado de trabajo. 

Antonio Páramo es uno de los protagonistas de ese éxodo a la inversa. Unos días antes de que el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, decretase el estado de alarma y el posterior confinamiento, este joven de 21 años se plantó.

Páramo vivía en Bilbao, donde estudiaba el tercer curso de ingeniería mecánica. No las tenía todas consigo. Reconoce que no llevaba del todo bien la carrera y que tampoco le motivaba estar lejos de casa.

Antonio Linaje ha regresado a Vilalba de Duero, el pueblo de sus abuelos, gracias al teletrabajo.Antonio Linaje ha regresado a Vilalba de Duero, el pueblo de sus abuelos, gracias al teletrabajo.

El día que su facultad instauró las clases online para intentar evitar posibles contagios por coronavirus, fue la puntilla para Antonio. Tanto que decidió dejar la carrera y volverse a Guzmán, su pueblo.

La covid ha marcado un antes y un después en su vida. Por un lado, ha cambiado las aulas de la UPV por un ciclo formativo de grado superior en mecatrónica industrial que cursa en Aranda de Duero. 

Y, por otro, como es obvio, dejó atrás Bilbao, con casi 350.000 habitantes, para instalarse en Guzmán, donde viven alrededor de 70 personas. Y no puede estar más contento con el giro de timón. Además, trabaja con su padre en la reparación de maquinaria agrícola. 

Antonio Páramo es de los que creen que en la sociedad postmoderna en la que nos encontramos, más allá de valores como las emociones y la estética, también hay hueco para regresar a la naturaleza, reinventar la tradición y, cómo no, revalorizar el mundo rural. Es decir, que los pueblos dejen de verse como algo atrasado y  marginal y pasen a ser considerados como referentes de arraigo e identidad y lugares con calidad de vida.

«No me convencía para nada la vida en la ciudad y tampoco las clases online», dice, al tiempo que agrega que vivir en Guzmán le aporta tranquilidad y libertad. «Aquí tenemos huerto y viñas. Se vive con bastante más libertad. Creo que en las ciudades es todo más monótono pese a que todo el mundo dice que hay más oferta cultural». 

Él mira el lado positivo de la pandemia. Al menos le ha servido para sacarse esa espinita:«He conocido lo que es vivir fuera y ahora he vuelto donde me gusta».

«Dejé un trabajo fijo en una oficina para conectar con las tradiciones» - Elena González de Benito quiere montar una granja de gallinas camperas en Campillo.

El coronavirus SARS-CoV-2 (nos) ha cambiado el mundo. También a Elena González de Benito. El virus sorprendió a esta bióloga madrileña de 30 años en el País Vasco, donde vivió los últimos tres junto a su pareja, de 32.

Como a tantas y tantas personas, la pandemia y, especialmente, los estragos que causó el confinamiento domiciliario obligaron a Elena a sentarse y decidir qué hacer.

No fue nada fácil. Máxime teniendo en cuenta que varios de sus familiares tuvieron que estar hospitalizados tras contagiarse del virus. Todos se recuperaron. «Estuvimos mucho tiempo sin poder volver a casa y ver a la familia. Les echamos mucho de menos. Esta situación nos agobió», confiesa.

Por ello, decidieron cambiar de rumbo. Borrón y cuenta nueva, como suele decirse. La nueva etapa les ha llevado de vuelta a las raíces familiares ya que hace dos meses que se instalaron en Campillo de Aranda, el pueblo del padre de Elena. El mismo lugar en el que ella pasaba todos sus veranos, con el arraigo que ello genera, y en el que su abuela vivió hasta hace muy poco.

«Dejé un trabajo fijo en una oficina para volver a las raíces y conectar con las tradiciones. Mis abuelos han sido agricultores. Así que ahora volvemos al frío castellano. Estamos muy a gusto», dice Elena, que siempre ha tenido claro que quiere estar en una zona rural y, de hecho, ya vivía en un pueblo vasco. No obstante, reconoce que regresar a Campillo, con unos 50 habitantes en invierno, era algo que veía lejos pese a que «siempre había fantaseado con ello». Sueño cumplido.

Campillo, donde el médico lleva meses sin pasar consulta y el panadero llega en furgoneta a las 10 de la mañana, aporta a Elena y su novio todo lo que buscan, especialmente por su situación geográfica, a mitad de camino entre Madrid y Burgos, donde viven las familias de ambos.

El siguiente objetivo para González de Benito, que cuenta con un máster en biodiversidad y sistemas, es montar una granja con unas 1.500 gallinas camperas.

«Ahora estamos de papeleo. Compramos un terreno a mi abuela para los animales, que serán criados en libertad, tendrán acceso a su patio y una alimentación excelente. Podrán salir a picar y también tendrán pienso», explica.

El proyecto engloba tres naves desplazables. Después, ella misma se encargará de vender los huevos a comercios de cercanía, pequeñas tiendas y alguna cooperativa de consumo. «Será algo totalmente autogestionado», agrega al respecto.
Su plan es que la granja comience a funcionar la próxima primavera, aunque todo dependerá de cuándo obtenga los permisos necesarios. 

Si todo va bien, Elena González ya imagina cuáles serán los siguientes pasos en su negocio. Le encantaría hacer miel y mermeladas de frutos silvestres: «La clave está en crecer y diversificar, pero eso será más adelante», remata.

«Quiero aportar a Aranda y la Ribera todo lo que aprendí en Inglaterra» - Sara Arnanz, de Londres a Aranda después de cuatro años

Sara Arnanz apenas tuvo tiempo para planificar su vuelta a Aranda de Duero. En cuestión de horas decidió hacer las maletas después de cuatro años trabajando como profesora de educación infantil y primaria en el Reino Unido. 

Era marzo y, ante la crisis provocada por la pandemia de coronavirus, temía que pudiera cerrarse el espacio aéreo español. Tal fue el agobio que ni siquiera pudo despedirse de su colegio. 

«Tomé la decisión en un fin de semana. Ha sido un shock regresar de una manera tan brusca, deprisa y corriendo. Volví a Aranda para confinarme», relata, mientras recuerda que lo que más le impresionó fue «estar en mi ciudad de siempre, pero con unas rutinas tan inglesas pese a la vida social tan intensa que teníamos. Ha cambiado mucho el trato, las relaciones no son lo que eran. Eso me desubicó por completo».

Ella, que puso rumbo a Inglaterra con la idea de «estar un tiempo y crecer profesionalmente», nunca se imaginó que regresaría a toda prisa y sin haberse podido asegurar una cierta estabilidad laboral enAranda.

No obstante, Arnanz admite que cuando el virus puso su vida patas arriba y le obligó a decidir si volvía a casa o pasaba sola un confinamiento, ella ya había cumplido los objetivos que se había propuesto, con lo cual, ese aspecto le daba cierta tranquilidad. «No veía factible estar en cuarentena en el Reino Unido». 

Una vez pasado el impacto inicial, esta arandina de 33 años se muestra entusiasmada con el hecho de poder aportar a su ciudad y comarca todo lo que ha aprendido en este tiempo a Inglaterra: «Mi idea es que no quede sólo en mí, sino que lo que hago pueda tener una repercusión».

En ello está tanto en la academia en la que trabaja como profesora de inglés en Aranda como con las clases de forma online que sigue ofreciendo a niños británicos:«Mi metodología de enseñanza es aprender inglés hablado, algo que yo misma, desde mi experiencia como alumna, no aprendí ni en el instituto ni en las academias a las que fui». 

Arnanz se siente valorada en su nuevo trabajo, donde puede aplicar la gran cantidad de conocimientos y métodos distintos de los que se empapó en Inglaterra y  que, por supuesto, no se ha olvidado de incluir  en su maleta.

«Tras el shock del principio, ya estoy poniendo alas a todo lo que me he traído de allí. Por fortuna puedo integrar lo que he aprendido y también me está sirviendo para, de alguna manera, recuperar la confianza laboral». 

Si echa la vista atrás, Sara lo tiene claro:«Es positivo haber vuelto». Los apuros de marzo han dado paso a la ilusión en noviembre. No tiene dudas. Aranda es su casa y aquí se encuentra su futuro personal y laboral más inmediato.

«Siempre soñé con volver, pero hacerlo en una pandemia es agridulce» - Antonio Linaje ha regresado a Villalba de Duero, el pueblo de sus abuelos, gracias al teletrabajo.

El retorno de Antonio Linaje a la Ribera del Duero se produjo en dos fases. En la primera, una semana antes de que el Gobierno decretara el estado de alarma en marzo, este consultor de políticas y proyectos públicos dejó Madrid para instalarse en Aranda. 

«Hice la maleta y me fui a casa. Pero no pensé que esto iba a ser tan largo, calculé como mucho unas semanas. De hecho,  no tenía casi ni ropa», dice.

No fue hasta agosto cuando su empresa le confirmó que continuarían una temporada teletrabajando. Por ello, en octubre Linaje, de 28 años, optó por mudarse al pueblo de sus abuelos, Villalba de Duero. No tuvo dudas a la hora de cambiar la ciudad por el pueblo, básicamente porque en su calle hay fibra óptica desde febrero, una de las grandes reivindicaciones del medio rural que durante la pandemia ha cobrado más fuerza si cabe para intentar ganar habitantes. A ello se sumó otro aliciente de carácter personal:«Son muchos años fuera de casa y me apetecía mantener mi independencia. Los primeros meses tenía que cerrarme en mi habitación para evitar ruidos y no molestar a mis padres», cuenta. 

Tras unas pequeñas reformas, instalación de caldera de pellets incluida, Linaje teletrabaja para una empresa con sede en Madrid pero con la ventaja de estar cerca de la familia. No es lo único bueno. «También estoy ahorrando bastante ya que los alquileres en Madrid están por las nubes y si los jóvenes de por sí tenemos sueldos más bajos, muchas veces este gasto te come el 50% del salario». 

Dada la incertidumbre que reina, no sabe con exactitud cuánto tiempo podrá seguir teletrabajando en Villalba, pueblo dormitorio de Aranda con cerca de 720 habitantes censados. 

De momento, a su favor juega que la mayoría de sus clientes no quiere reuniones presenciales. Visto el panorama, como indica Antonio, la pelota está en el tejado de su empresa, que deberá decidir  en los próximos meses si, por ejemplo, los trabajadores sólo tendrán que acudir a la oficina  el día que tengan que presentar un proyecto. «Todo está en el aire», subraya Linaje, que espera poder seguir con el teletrabajo.

Eso sí, confía en quedarse definitivamente en la Ribera del Duero, pero «con la vieja normalidad» puesto que relacionarse con el bar y el restaurante cerrados «es muy complicado. La verdad es que ahora puedes dar un paseo y ya». 

De ahí que la vuelta a casa le haya dejado un sabor agridulce: «Es un sueño que siempre había tenido, pero es raro por volver en plena pandemia. Han sido cuatro años en Madrid, en los que he dejado cosas sin atar. Mi vida nueva tiene muchos pros, si no no estaría aquí, pero también es verdad que el pueblo no es como era antes en cuanto a vida social».