La memoria de la sangre (I)

R. PÉREZ BARREDO
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El primer tomo de 'Historia y Memoria del Terrorismo en el País Vasco', impulsado por el Centro Memorial de las Víctimas del Terrorismo, es el más riguroso estudio realizado hasta hoy. Ocho burgaleses fueron asesinados entre 1968 y 1981 en Euskadi

La madre del policía burgalés José Vicente del Val, asesinado en Vitoria en 1978, acompañada por mandos en el funeral celebrado en Burgos. - Foto: AHMB. La Gaceta del Norte

Aunque podría bastar con leer la novela Patria, de Fernando Aramburu, para comprender lo que se vivió en el País Vasco durante casi medio siglo, acaba de ver la luz el primero de tres volúmenes que constituyen el estudio actualizado más profundo y riguroso de cuantos se han publicado hasta la fecha, sobre el terrorismo en Euskadi. "Más de dos mil páginas distribuidas en tres volúmenes y decenas de fotografías. Una actualización y puesta al día de toda la bibliografía reciente para quienes, sin prejuicios, quieran acercarse a la historia reciente del terrorismo en el País Vasco. Los tres volúmenes de la Historia y Memoria del Terrorismo en el País Vasco constituyen el más riguroso estudio de uno de los periodos más oscuros de la reciente historia de España", explica la institución que ha coordinado esta obra coral: el Centro Memorial de las Víctimas del Terrorismo.

Ahora, cuando se habla de la importancia del relato, este proyecto se antoja absolutamente pertinente. Necesario. El primer volumen, que ya está en las librerías, abarca el periodo comprendido entre 1968 y 1981. Y en sus páginas, por desgracia, aparecen varios nombres de burgaleses asesinados. El proyecto es una obra coral. Así, por ejemplo, Javier Gómez Calvo dedica un extenso capítulo a uno de los cuerpos y fuerzas de seguridad más masacrados por ETA en aquellos años de plomo: la Guardia Civil. "Ni la muerte de Franco, ni la amnistía de 1977, ni la aprobación de la Constitución significaron nada para ETA. Lejos de replantearse su estrategia las dos ramas de la organización terrorista y otras que actuaban en el País Vasco, como los CAA, recrudecieron sus acciones y atacaron con más fuerza al nuevo sistema democrático que daba sus primeros pasos, mostrando una especial obsesión por los miembros de la Guardia Civil", escribe Gómez Calvo.

El primer guardia civil burgalés asesinado por ETA en el País Vasco fue Ciriaco Sanz Martín. Nacido en Santa Inés, cerca de Lerma, tenía 50 años y cuatro hijos. El 5 de enero de 1979 salió de su casa en la localidad alavesa de Llodio para acudir al cuartel cuando un vehículo ocupado por dos personas se detuvo a su altura y le tiroteó. Tras caer malherido, una de sus hijas fue la primera en auxiliarle mientras los asesinos se daban a la fuga. Estuvo consciente durante el traslado a un centro sanitario, donde le realizaron las primeras curas. Dada su gravedad, fue trasladado a Cruces, donde falleció cuatro días después del atentado.

A finales de ese mismo mes de enero de 1979, la sanguinaria banda se cobró la segunda víctima burgalesa uniformada. Así se recoge en el libro: "El sacerdote capuchino Fernando Arburúa Iparraguirre y Manuel María Ostolaza Alcocer mataron a sangre fría en Irún a Félix de Diego Martínez, el compañero de José Pardines Arcay [primera víctima de ETA, asesinado en 1968]. De Diego se había retirado del cuerpo por problemas de salud y trabajaba en un bar familiar donde fue asesinado en presencia de su mujer". Tenía 47 años y cinco hijos. Le descerrajaron tres tiros.

La emboscada de Ispáster. Un año después la nómina de agentes burgaleses de la Benemérita muertos a manos de ETA se engrosaría con una persona más: Victorino Villamor. Fue en la que se ha dado en llamar 'La emboscada de Ipáster'. Así se contextualiza y relata en el libro: "El terrorismo abertzale trataba de lograr la mayor conmoción política y social posible a través de aquel goteo incesante de asesinatos, una estrategia de atentados que buscaban un elevado número de víctimas, auténticas masacres que pusieran al Estado contra las cuerdas. 

La atmósfera crispada de cada funeral, con el consiguiente cruce de descalificaciones y reproches que se sucedían desde las distintas fuerzas democráticas, daba buena fe de la consecución de uno de los objetivos de ETA: generar división política y enrarecer el ambiente en el estamento militaren particular y en las Fuerzas de Seguridad del Estado en general. La mañana del viernes 1 de febrero de 1980 ETA encontró el momento preciso para percutir con fuerza sobre la mencionada estrategia. Armados con fusiles de asalto, metralletas y granadas, un comando de ETAm aprovechó las dificultades orográficas del terreno y su buen conocimiento del entorno para atentar contra los guardias civiles que escoltaban un transporte de armas que transitaba por Ispáster (Vizcaya)".

El atentado se cobró la vida de seis agentes sin que pudieran defenderse. Entre ellos, Victorino Villamor González, natural de Quecedo de Valdivielso, de 41 años. "Los terroristas dispararon hasta cien veces contra los Land Rover de la Guardia Civil, pero temiendo que alguno pudiera sobrevivir se acercaron para arrojarles granadas de mano. La explosión de una de ellas costó la vida a los etarras Gregorio Olabarría y Francisco Javier Gorrochategui. Los otros ocho componentes del comando (hasta diez liberados de ETA participaron en la emboscada criminal) huyeron".

Era difícil, escribe Javier Gómez Calvo, que los titulares de prensa "encadenaran dos portadas consecutivas que no aludieran a la situación de violencia y terror generada por la banda terrorista". Así, el 28 de abril de 1980 se produjo un nuevo asesinato. Otra vez un guardia civil burgalés: se llamaba Rufino Muñoz Alcalde, de 40 años, casado y con tres hijos. Ese día, como recoge el libro, el burgalés natural de Fresno de Río Tirón "tomaba un autobús en San Sebastián para regresar a su domicilio en Fuenterrabía. Entre las apenas diez o doce personas que viajaban en aquel autobús, se encontraban también el agente de la Policía Nacional Hipólito Rodríguez Ramos y su esposa. Al igual que Rufino Muñoz, Hipólito Rodríguez viajaba de paisano y desarmado. Unos kilómetros después, el autobús se detuvo en la parada situada en el Alto de Gainchurisqueta, donde subieron tres terroristas de ETAm que seguían el vehículo desde un Seat 124 en el que permaneció un cuarto integrante del comando. Tras identificar a su objetivo, el etarra Francisco Javier Aranceta, Lepo, sacó una pistola y disparó contra Rufino Muñoz, que se desplomó al suelo y perdió la vida al instante. Una vez cobrada la víctima, los etarras ordenaron al conductor abrir la puerta delantera, descendiendo apresuradamente. En ese instante, Hipólito Rodríguez se abalanzó sobre Lepo y le aplicó una llave de judo en la muñeca en la que portaba el arma con el que acababa de matar a Muñoz. El forcejeo provocó que el arma se disparase, alcanzando el corazón del etarra".

Aunque los otros etarras dispararon al policía de paisano, éste logró salvar la vida. He aquí un pasaje del libro esclarecedor de lo que sucedía en el País Vasco en aquellos años: "Pocas horas después, el cuerpo de Rufino Muñoz fue llevado hasta su localidad natal (Fresno de Río Tirón) y enterrado allí. Se sucedieron después los telegramas institucionales de condolencia, pero nada más se volvió a saber sobre la gravísima situación en la que habían quedado la viuda y sus tres hijos de corta edad o sobre la identidad de los componentes del comando que había perpetrado el atentado. Como era habitual, tampoco hubo paros, manifestaciones ni muestra alguna de rechazo social por el crimen (...) El silencio institucional que rodeó el atentado solo encontró una excepción en el Ayuntamiento de la localidad guipuzcoana de Elguera, de donde era originario el etarra Francisco Javier Aranceta".

Más víctimas. Este primer volumen de Historia y Memoria del Terrorismo en el País Vasco dedica un largo extracto al asesinato del primer burgalés a manos de ETA, el taxista Fermín Monasterio, natural de la localidad de Isar, el 9 de abril de 1969, a manos del pistolero Miguel Echevarría Iztueta, Mecagüen. Fue la primera víctima civil de ETA. "La víctima fue otra de las muchas que serían olvidadas durante aquella época. Fermín Monasterio dejó una viuda y tres hijas pequeñas de 14, 10 y 4 años edad. Como ocurrió a lo largo de aquellos años, los familiares de los asesinados por esta organización, incluso quienes no eran, en principio, objetivos de ETA, se vieron obligados a convivir bajo la sombra de la sospecha, ocultando en muchos casos su condición de víctimas ante una sociedad que muy pronto fue mostrando su desdén e incluso su rechazo hacia ellas. El asesinato de Fermín Monasterio destrozó a su familia", escribe en otro de los capítulos del libro José Antonio Pérez Pérez. Incluye declaraciones de Dori Monasterio, una de las hijas del burgalés, que ha seguido la trayectoria del asesino de su padre y afirma que éste nunca se arrepintió del crimen.

En aquellos años terribles, ETA también asesinó a policías nacionales. Dos de ellos eran burgaleses. El primero fue José Vicente del Val, de 21 años, soltero. Fue el 5 de marzo de 1978, en Vitoria. "Sucedió en el barrio de Zaramaga, cuando los agentes circulaban en un jeep de la Policía Armada. Sobre las ocho de la tarde miembros del comando Araba de ETAm armados con fusiles ametralladores dispararon varias ráfagas sobre el vehículo". Con el burgalés también resultó muerto uno de sus compañeros; otros dos salvaron la vida. "La consigna de ETAm era matar al mayor número de policías y guardias civiles, provocar el caos y extender el miedo para incrementar la tensión y llevar a la joven democracia española a un callejón sin salida", escribe Pérez Pérez. Así, el 3 de octubre de 1980 se produjo el asesinato en Durango de otro policía nacional burgalés, Jesús Hernando Ortega, de 44 años y padre de un hijo. Conducía el coche con dos superiores a bordo cuando, detenido en un semáforo, "cuatro pistoleros abrieron fuego contra el automóvil y alcanzaron a los tres ocupantes con varias ráfagas de metralla. Tras ello, los terroristas se acercaron a los heridos y remataron a las víctimas, disparándoles en la cabeza".

También los militares fueron objetivo de la banda. Entre 1968 y 1981, fue asesinado en territorio euskaldún el militar burgalés Ramón Romeo Rotaeche, teniente coronel del Ejército. De 52 años, casado y con seis hijos, el 19 de marzo de 1981 acudió a misa en la basílica de Begoña, en Bilbao. En el mismo templo estaban sus asesinos: a la salida, una mujer le disparó un tiro en la nuca. Aunque ya habían atentado contra él y se sabía amenazado, siempre rechazó cualquier destino fuera del País Vasco. Falleció a los dos días.