Reflexiones 30 años después de la caída

F.L.D.
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Christian Kopp y Jürgen Domin, dos alemanes residentes en Burgos, comentan lo que fue para su país la caída del Muro

Reflexiones 30 años después de la caída - Foto: Rubén Guardado

Incluso en estos tiempos en los que la sociedad echa la vista atrás para aprender de los errores del pasado en aras de conformar un mundo más global y menos conflictivo, algunos se empeñan en hablar de muros. Unos para negarle el paso a aquellos que tienen que abandonar su hogar en busca de un futuro. Infranqueable, como el que promete Vox construir en Melilla. Bonito, alto y seguro, como califica Donald Trump el que quiere levantar en el límite con Méjico. Otros no ponen ladrillos ni barreras físicas, pero quieren crear fronteras donde nunca las hubo. En Cataluña, una tierra que siempre se caracterizó por ser abierta a todos. «Hace 30 años que cayó el Muro de Berlín y hablamos mucho de lo que supuso para la historia, pero tendríamos que pensar, en una época en la que algunos quieren levantarlos, lo que cuesta luego derribarlos». Quien hace esta reflexión es Christian Kopp, un alemán que lleva dos décadas asentado en Burgos. Sabe bien de lo que habla, porque el 10 de noviembre de 1989 su país se reunificó tras casi medio siglo de separación.

Kopp es el responsable del Centro Alemán, ubicado en la calle San Juan. El año de caída del Muro de Berlín estudiaba Filología en Münster, en la región de Westfalia. Al otro lado de donde estaba ocurriendo el cambio. «Aquellos días no le daba la importancia que tenía. Pasó bastante tiempo para llegar a ese punto. Nací en el año 1966 y para mí era algo natural estar separados. Cuestionarlo políticamente tampoco era demasiado correcto», indica. Ese momento lo recuerda pegado al televisor, como muchos otros compatriotas. Otros, como un compañero de clase, no dudó en coger el coche y recorrer cientos de kilómetros para vivirlo in situ.

Tres meses antes de la caída del ‘Telón de Acero’ nació Jürgen Domin. Obviamente, no recuerda nada de aquellos días pero sí sabe lo que supusieron para el devenir de su país. Sus progenitores le contaron lo que fue la Alemania separada en dos y cómo era entonces la vida. «Mi padre fue al Berlín de la RDA en una excursión con el colegio. Contaba que tenía miedo de que algo pasara, caminaban siempre alertas porque los policías les observaban continuamente. Cuando llegó a casa sintió alivio», explica este joven ingeniero de Nicolás Correa nacido en Ulm, en el sur, y que apenas lleva dos meses en Burgos.

Ese alivio del que hablaba el padre de Jürgen es lo que sintieron muchos alemanes tras el derribo del Muro. «La existencia de dos alemanias era una consecuencia inmediata del fin de una época oscura como el nazismo y la Segunda Guerra Mundial. Nos tocó vivir con ello durante mucho tiempo», resalta Christian. La juventud de Jürgen y su cautela, heredada de sus padres, le invitan a no opinar sobre ello, aunque sí corrobora esa sensación por los libros y por lo que escuchó de quienes lo vivieron.

El más joven de los dos protagonistas creció en una Alemania unida que, tras aquella crisis, salió reforzado hasta convertirse en una potencia europea y mundial. «Creo que teníamos muy claro lo que había que hacer tras la caída del Muro. Hemos sabido comprender nuestra historia y aprendimos de ella. Más aún, creo que hemos incluso cerrado un pasado oscuro», asegura Christian Kopp. Eso sí, matiza que habría que hablar con algunos ciudadanos del este y preguntarles, porque después del año 1989, recuerda, «se les prometió que su economía volvería a brotar y esas expectativas no se han terminado de cumplir». Ninguno de los dos habla de banderas. El sentimiento, dicen, no lo marca un trozo de tela.