Los grandes olvidados

ALEJANDRA G. FEIJÓO
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Los recién graduados se enfrentan a una entrada al mundo laboral con dos crisis en su contra: la sanitaria y la económica. Las empresas no pueden permitirse incorporar a nuevos talentos y muchos burgaleses se ven obligados al inmovilismo

Los grandes olvidados - Foto: Jesús J. Matías

Ya se habla de la generación C, de coronavirus. La generación que daba por finalizados sus cuatro años de carrera en sus casas tras recibir un correo de confirmación que aseguraba que su último examen había llegado a buen puerto. Les quedó, sin excusa para rechazarlo, una videollamada con brindis en dirección hacia la pantalla del ordenador -a falta de la terraza de al lado del campus-, y una graduación casera de no más de diez amigos, ya en la fase 1. Después de aceptar que hubo un día en el que fue la última vez que pisaban los pasillos de su facultad, tuvieron que dar los siguientes pasos que comenzaban con un: «¿Y ahora, qué?». Con una pandemia arrasando el mundo entero y su consecuente crisis económica, la entrada al mundo laboral no está resultando tarea sencilla. De hecho, se ha convertido en un auténtico quebradero de cabeza para la mayoría de ellos. Además, las alternativas fuera del país que cada año son más recurrentes entre los jóvenes -bien para seguir formándose, bien para aprender idiomas-, han pasado a ser un riesgo que ni sus padres ni las autoridades les recomiendan correr.

Las empresas se han visto obligadas a congelar la incorporación de nuevos talentos a sus equipos. Muchas de ellas, incluso, ni siquiera han podido plantear la opción de contratos de beca. Las prioridades económicas mandan, y antes de crecer deben unir todos sus esfuerzos en sobrevivir. De esta manera, la generación Z -la cohorte demográfica que sigue a la generación milénica- viviendo al día, asumiendo riesgos y con cambios repentinos, poco a poco trata de encarrilar su futuro con más incertidumbres que esperanzas. Y, en todos los casos, de una manera que nunca hubiesen deseado con las consecuencias del fin del estado de alarma. Esta situación se está viendo también reflejada en los datos nacionales, que no son para nada alentadores. Mientras que la tasa de desempleo juvenil se situó en el 30,5 % a cierre de 2019, en el mes de junio, con la irrupción del coronavirus, ha ascendido al 40,8 %. Unos efectos que todo apunta a que van a acompañarles durante décadas ante la imposibilidad de comenzar a engordar el currículum como lo harían en tiempos ‘normales’.

Con el retraso de la incorporación al puesto de trabajo viene la demora de la deseada independencia vital y financiera. Una de las realidades que más se repite es la de los jóvenes que estudiaron fuera de la ciudad, acariciaron los primeros aires de libertad y autonomía, y, en contra de sus voluntades, quizás no tengan otra alternativa que regresar el nido familiar. Alicia Bellanco Sevilla, nutricionista por la Universidad de Valladolid nacida en 1997, se encuentra en esa tesitura. Una vez finalizado su grado, en septiembre del año pasado, decidió poner rumbo a Madrid por la multitud de oportunidades que ofrece la capital («aunque al final no ha resultado ser así», lamenta) y para aumentar su formación mediante un máster de especialización. Ha sido la única de la promoción que tuvo a oportunidad de realizar el Trabajo de Fin de Máster (TFM) para una empresa, lo que le permitió aspirar a un puesto en la misma y empezar a abrirse su hueco en el mundo de la investigación.

(Más información y cinco testimonios, en la edición de papel de hoy de Diario de Burgos)