«Ven, pero no te hagas pasar por peregrino si no lo eres»

P.C.P.
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AL PIE DEL CAMINO (VII) | José Mir, 'Pepe', fue ebanista antes de que el Camino lo atrapara. Escoge a quién aloja. Ni turistas, ni ciclistas. «Hay mucho dominguero»

Pepe, en la entrada de La Campana, uno de los albergues más peculiares del Camino de Santiago. - Foto: Luis López Araico

Wifi non nobis. Ese cartel recibe al peregrino en el Albergue La Campana. No hace falta saber latín para descifrarlo. Aquí no hay internet gratis, ni lavadora… Si quieres las comodidades de un hotel, vete a un hotel. «No te hagas pasar por peregrino si no lo eres». José Mir Fontsere lanza mensajes directos, concisos, que pueden parecer cortantes y muy poco hospitalarios pero lo primero que ponía en su credencial cuando comenzó el Camino de Santiago era que «no podías exigir» nada allá donde ibas. «Si de Roncesvalles a Santiago encontré 5 albergues con agua caliente, podía estar contento», recuerda. Fueron 5 años completando diferentes tramos de la ruta jacobea. «Yo no he hecho el Camino. El Camino lleva muchos siglos hecho. Yo voy a hacer  peregrinación», matiza para profundizar en sus sentimientos. «Me pillé tanto que dije: ‘ a tomar por ahí Barcelona’ y me vengo a vivir al Camino. Y empecé a buscar casitas por los pueblos». Era 2005. En el primero que no tenía albergue y vio una vivienda pegada a la ruta -no como esos bares que ponen que están a 50 metros y no es verdad, refunfuña- se paró. Y aquí sigue. Asomado a esa puerta rústica y con la campana que se trajo de Barcelona hace 15 años. «Lo voy manteniendo como a mí me hubiera gustado», confiesa.

En Espinosa del Camino, José pasó a ser Pepe y su casa la de todo aquel peregrino auténtico, que sufra, sienta y vea el Camino de Santiago como lo que ha sido desde hace siglos, algo «espiritual» que nada tiene que ver con comprarse una concha y admirar paisajes. «El que más y el que menos ha llorado en el Camino», confiesa. 

En su casa de Espinosa del Camino, Pepe ya no acepta ni ciclistas ni turistas -como mínimo tienen que venir andando desde Pamplona- y solo hace un año que ha comenzado a permitir el transporte de mochilas. Si aquella pareja holandesa -ella con prótesis en una pierna, él ciego- tuvo humildad y fuerzas, cualquiera puede tenerlas. Así que no le duelen prendas a la hora de rechazar a quien no considera merecedor de la condición de peregrino. «Alguna vez me he equivocado, pero pocas», reconoce. No pretende erigirse en juez e impedir que completen la ruta aquellos que vengan con otras aspiraciones, pero sí quiere «tenerlos lejos de su albergue. 

«Cada vez hay menos peregrinos, lo que hay es mucho turista, mucho dominguero», apunta en referencia al Camino Francés, que percibe «estropeado a más no poder» y con demasiada gente que «abusa de los peregrinos y solo quiere llenar y hacer caja». Hace tiempo que quiso cambiarlo por el del Norte, donde se ha preservado más la esencia, pero la vida le mantuvo atado a Espinosa.

Al final del primer año, tuvo que poner dinero de su bolsillo por intentar mantener la tradición jacobea. «Daba cena (paella), de dormir y desayuno por el donativo» y casi se arruina. «La gente se piensa que esto es jauja», comenta dolido. Pese a sus lamentos, solo se arrepiente «de no haber venido antes» al que siente que es su lugar en el mundo y que recorre con los ojos una y otra vez,  para detenerse y acariciar con la mirada el itinerario que está dibujado en las paredes y del que ya sabe el final. Santiago.

Antes que hospitalero, Pepe fue ebanista, cocinero, fotógrafo, ‘pistolero’ (trabajó unos años como personal de seguridad de la central nuclear de Ascó)… Empezó a caminar «por culpa de una mujer» y ahí sigue, en una travesía espiritual que le ha permitido disfrutar de más tiempo, de sus libros, de los múltiples objetos que colecciona, de sus indagaciones sobre los templarios... «Mi primer apellido, Mir, tiene muchas relaciones» con una orden a la que pertenece tras cumplir una serie de requisitos. «Lo primero que te preguntan es si crees en Dios y en la unidad de España». De hecho, él es caballero por partida triple: templario, de la Virgen del Pilar de Zaragoza y de los legionarios paracaidistas.

Mientras espera con un cuenco lleno de conchas sobre la mesa a que regresen los peregrinos a su albergue, con 10 plazas de las que solo ofrecerá este año 4, se entretiene en construirse otro dormitorio. Entre armas antiguas, soldados de plomo, bastones tallados artesanalmente, un cuadro premonitorio de la Catedral de Burgos que le regalaron hace décadas y cientos de artilugios, Pepe da forma a la madera y trata de preservar la esencia de su Camino, ese por el que hace siglos transitaron sus compañeros de la Orden del Temple.