Javier Santamarina

LA LÍNEA GRIS

Javier Santamarina


Dune

22/10/2021

Frank Herbert escribió una obra maestra. Discutir si está a la altura de la trilogía de La Fundación de Isaac Asimov es innecesario, aunque pasado el tiempo ambos libros demuestran unos prejuicios sobre la historia, la economía e incluso el poder que disminuye la intensidad de su valía. Hay libros que no solo merecen ser leídos, sino que deben ser escritos. Ese talento creativo es raro y singular. Por ello, cuando uno relee El señor de los anillos no deja de asombrarse ante la imaginación de J.R.R. Tolkien; tal vez, solo Patrick Ruthfuss esté cercano a su maestría, pero es pronto para decirlo.

Para desgracia de la industria del automóvil, los ejecutivos que dirigen las empresas del sector carecen de la capacidad para dirigir dichos negocios a buen puerto. No basta con poseer un dominio financiero o haber asistido a las mejores escuelas de negocio, se requiere conocer las peculiaridades del mundo fabril, las necesidades de tus clientes y sentir emoción por el producto bien acabado. Como línea de actuación se han limitado a reducir costes por principio, al deslocalizar las fábricas, han delegado la producción en terceros y han apostado por crecer mediante la compra de rivales. También han apostado por acercarse peligrosamente a los políticos para que les rieguen con unas subvenciones que permitan ocultar su propia incompetencia. Joe Biden consiguió que todos los constructores asumieran unos compromisos de eficiencia energética a cambio de unas ayudas gigantescas. La rentabilidad o el coste de dicha transformación la dejamos para otro día.

Todas las empresas han realizado la mayor transferencia tecnológica de la historia para intentar poseer un presente en el mercado chino. Dentro de poco ya no habrá tecnología que transferir y el gobierno chino dará por terminado el romance. Ese día los accionistas y los trabajadores se despertarán asustados, cuando los ejecutivos que tomaron dichas decisiones ya ni siquiera estén. Leemos cómo la producción de vehículos se ha hundido por la falta de semiconductores, un componente de coste ínfimo en el importe final del bien. Nadie en la industria se ha sentido culpable de tamaño fracaso. El coche era el símbolo de la libertad individual y del éxito del capitalismo. El consumidor debe decidir qué energía, modelo y coste está dispuesto a asumir. Si no apartamos a los políticos de la ecuación, nos vamos a quedar sin futuro salvo que queramos volver al medievo e ir a caballo.