"Juanito no era muy religioso, pero conmigo iba a misa"

H. JIMÉNEZ
-

No presiden, no representan, no quieren foco... Pero son parte esencial de esta ciudad. La crónica de Burgos se escribe en las vidas de quienes ayudaron a construirla. Cándido Fernández del Río es uno de esos hombres y esta es (parte de) su historia

En el jardín de la vivienda que construyó con sus propias manos, una constancia y una paciencia admirables. - Foto: Jesús J. Matías

* Este artículo se publicó en la edición impresa de Diario de Burgos el pasado 31 de agosto.

A Cándido Fernández del Río le conoce media ciudad por haber sido el ‘páter’ del Burgos CF (o del Real Burgos) durante más de 30 años. La otra media por haber estado como director espiritual del Liceo Castilla durante 3 lustros. Si eso fuera posible, la otra media le pondría cara por haber sido administrador de los seminarios mayor y menor. Y la cuarta media, rizando el rizo, por haber dirigido granjas en las que primero hubo cerdos, luego vacas y luego pollos.

‘Candi’, como muchos le llaman cariñosamente, cumplió este viernes 88 años y durante su larga e hiperactiva vida ha tenido múltiples ocupaciones y frentes abiertos. Solo la amenaza del coronavirus y el consiguiente confinamiento consiguieron frenarle en marzo durante tres meses. Hasta ese momento había seguido jugando todos los martes con un equipo de amigos en el polideportivo de los Maristas, una actividad que le permitía estar activo física y mentalmente y que ahora ha tenido que abandonar.

Cándido (sexto por la derecha, en la fila superior), en un partido de veteranos del Burgos contra los del Athletic Club de Bilbao, a finales de los años 60.Cándido (sexto por la derecha, en la fila superior), en un partido de veteranos del Burgos contra los del Athletic Club de Bilbao, a finales de los años 60.

De todas formas, todavía tiene una enorme vitalidad y ahora disfruta de su precioso jardín en la calle San Pedro de Cardeña, donde presume de rosales y de césped bien cortado. Además, sigue dando misa a diario en la Residencia Miraflores de los Maristas situada muy cerca de la Cartuja y se le iluminan los ojos, pequeños y vivarachos, cuando rememora sus anécdotas preferidas.

Nació un 28 de agosto de 1922 en Salinas de Rosío, una pequeña localidad cerca de Medina de Pomar. De familia de comerciantes, su padre negociaba por todo el Valle de Losa, las Merindades y se recorría a bordo del Santander-Mediterráneo las localidades del entorno vendiendo vino.

Era el más pequeño de 12 hermanos y, como pasaba con muchísimas familias en aquella época, con solo 11 años le mandaron al seminario de Burgos capital. Aquí completó su formación religiosa, pero estuvo a punto de no ordenarse sacerdote por culpa de una afición que le ha acompañado hasta nuestros días.

"El fútbol casi me retira antes de empezar", explica sonriendo. "Me quiso fichar el Sestao cuando estaba en Segunda División. Yo era bastante bueno, empecé de delantero centro aunque luego acabé de defensa, y en un partido del Alcázar de Medina contra el Trespaderne metí 5 goles y todo el mundo en el pueblo lo comentaba".

Llegó a jugar por aquel entonces con Chus Pereda, pero finalmente el partido de sus designios lo ganó la otra vocación y tras cantar misa su primer destino fue Villacián de Losa, al lado de Quincoces de Yuso, cuando el sacerdote era toda una institución, a la altura o por encima del médico, el farmacéutico o la maestra. "Allí el cura lo era todo, le dejaban hasta los mejores chuletones", bromea.

En los años 40 Cándido era un religioso muy moderno para su época, porque no solo atendía las necesidades espirituales de los fieles sino que además cazaba y conducía todo tipo de vehículos desde los 16 años. Rápidamente su manejo de los números, heredado de la tradición familiar de negociantes, le depararía otro destino: ser el administrador simultáneo de los seminarios Mayor y Menor de la capital.

Tenía que alimentar a diario a más de 1.000 seminaristas, lo que exigía un esfuerzo logístico notable, y para cubrir las necesidades de materia prima tuvo que recurrir a la granja de Las Mijaradas que el arzobispo Pérez Platero había comprado en la carretera de Poza. Aquella parcela estaba pensada inicialmente para ser un seminario de verano, aunque nunca se llegó a utilizar como tal sino que se destinó a otros menesteres más terrenales.

"Llegamos a tener la mejor granja de Castilla y una de las mejores de España y hasta de Europa", afirma orgulloso. Participaba en ferias por distintos países donde iba aprendiendo sobre razas o procedimientos de cría, y aprendió incluso a hacer cesáreas a las cerdas reproductoras. "Yo contaba que había ayudado a parir y la gente no se lo creía". Por aquella época llegó a tener tratos ganaderos con Ramón Mendoza (entonces presidente del Real Madrid) y acabó conociendo a Emilio Butragueño.

No contento con las cerdas, se embarcó también en la cría de pollitos. 18 años estuvo gestionando una enorme granja de Cubillos del Campo por la que pasaban 124.000 animales cada dos meses y llegó a formar parte de la Cooperativa Avícola. "Y nunca he dejado de ser sacerdote", advierte para recordar la dimensión principal de su vida.

Salto con pértiga. Tampoco abandonó jamás su afición por el deporte. "Me gustaban todos. Llegué a tener el récord de Burgos de salto con pértiga en el estilo antiguo, pero cuando lo cambiaron fuimos a una competición a San Sebastián y aquello me pareció lo más difícil del mundo", relata. Así que se centró en el fútbol.

Su relación con el primer equipo del balompié burgalés comenzó con un papel de suplente ayudando a Isidoro Díez Murugarren, "don Isi". Hoy parece algo muy lejano, pero en los años 70 los jugadores estaban obligados a escuchar misa los domingos en el hotel de concentración, antes de los partidos de casa. Era una cita ineludible para todos ellos aunque alguno se hiciera el remolón. En opinión de la directiva, la eucaristía de la mañana les dejaba bendecidos para el encuentro de la tarde, pero a Murugarren, veterano canónigo de la Catedral, se le amontonaban las obligaciones y le pidió al por entonces joven ‘Candi’ que le facilitase el relevo.

"Así empecé a darles la misa y a convertirme en el capellán del Burgos, en el páter como me llamaban todos. Hasta Juanito, que no era muy religioso. Años después leí una entrevista suya en una revista. Le preguntaban que si era católico y respondía que cómo no lo iba a ser, si en Burgos tenía una misa cada 15 días. Esa era la nuestra. ¡Conmigo iba a misa cada dos semanas!", comenta encantado.

Asegura que la mayoría de los chicos, al menos por entonces, eran bastante religiosos. Y que todos sin excepción respetaban las tradiciones y procuraban no blasfemar delante de él. Incluso a un jugador cristiano ortodoxo, que llegó de Europa del este "hará cosa de 10 años", se le presentó el primer día diciendo que tenían "un amigo común". El extranjero, que en su vida había pisado la Cabeza de Castilla, alucinaría cuando el capellán le reveló muy serio que era nada menos que Jesús de Nazaret "y me acabó dando la razón".

También ha estado fuertemente vinculado a las fiestas de San Pedro y San Pablo, impartiendo durante 18 años consecutivos la misa del Día del Burgalés Ausente en Fuentes Blancas. Allí se sentía rodeado de "una multitud" que asistía al evento en un paraje natural, con el toque especial que proporciona el broche de oro a las celebraciones locales y con la participación siempre entrañable de los emigrantes a América.

La obra social. Fútbol y gestión empresarial aparte, de lo que más orgulloso se siente Cándido en toda su vida es de haber mejorado notablemente la calidad de vida de los curas mayores mediante el impulso y creación de la Obra Social del Clero, que se puso en marcha a partir de mediados de los años 60 para tratar de dar la vuelta a una situación que resultaba muy triste.

"Antes a los sacerdotes ancianos los teníamos arrinconados. No se podían jubilar porque se quedaban sin ingresos, así que seguían dando misa y ejerciendo hasta que se morían de viejos o enfermos". Recuerda que junto a otros compañeros mantuvieron reuniones en Madrid con distintas diócesis y acordaron un sistema de seguridad social al que "aportaban un poco de su salario los sacerdotes jóvenes" de manera que se fuera creando una especie de bolsa común.

"Era ciertamente penoso visitar pueblos y ver sacerdotes mal vestidos o en malas condiciones porque no tenían derecho a una pensión", comenta subrayando la ayuda que le prestó el entonces arzobispo Pérez Platero y la reunión en Burgos de la primera Asamblea General de Socios de la Obra Social del clero, cuya acta conserva como un pequeño tesoro y a la que asistieron 245 sacerdotes.

En paralelo, también fue capaz de convencer al prelado para poner en marcha la Residencia Sacerdotal del Paseo de los Cubos, como otra forma de mejorar la calidad de vida de los compañeros que se iban retirando y haciendo mayores.Como contrapunto a ese trabajo con los ancianos, Fernández del Río ha pasado también muchísimas horas con los jóvenes. En el año 88 se convirtió en capellán del Liceo Castilla y fue director espiritual de miles de estudiantes, con los que también pasaba buena parte de los veranos en campamentos de scouts o en ejercicios espirituales de 7 días en los que no se intercambiaba ni una sola palabra. Meditación pura y dura para la que no hacía falta viajar al Tíbet.

"Los jóvenes que en su día fueron alumnos o estuvieron en aquellos grupos ahora me ven por ahí y me paran para saludarme", afirma satisfecho. "Antes todo el mundo era más religioso y ellos también, pero todavía hoy en día quedan muchos que siguen siéndolo aunque no lo parezca tanto".

Cándido tiene también un recuerdo especial para su amiga Ana Lopidana, la exconcejala que murió repentinamente a los 61 años en el mes de abril de 2016. "Ha sido la mejor concejala que ha tenido el Ayuntamiento de Burgos. La conocía desde que tenía 14 años y era íntima de la familia. Con ella viajé por muchos sitios, estuvimos en la India y también en Roma. A 15 metros del Papa nos colocaron a los dos", recuerda emocionado.

Es el único momento de la conversación en el que se le humedecen los ojos y aflora la tristeza a este hombre vitalista y de historias inagotables, tan hiperactivo que se construyó con sus propias manos la casa en la que vive aún hoy.