"No nos extinguiremos, pero el modo de vida cambiará"

R. PÉREZ BARREDO
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El paleoantropólogo y codirector de Atapuerca Juan Luis Arsuaga asegura que el ser humano se adaptará a este tiempo nuevo que se ha abierto en todo el mundo a partir de la pandemia del coronavirus

Arsuaga, en una imagen de archivo. - Foto: Valdivielso

No. No vamos a extinguirnos como especie. No en un plazo razonable de tiempo, de al menos unos cuantos miles de años. Es lo que sostiene el paleoantropólogo, codirector de Atapuerca y director científico del Museo de la Evolución Humana, Juan Luis Arsuaga. Entre otras cosas, porque el ser humano ya ha superado otras pandemias; porque superará ésta y otras que vendrán. La crisis desatada por el coronavirus ha provocado entre otras cosas, en palabras del científico madrileño, que hayamos presenciado el futuro. "Ya estábamos viajando a ese futuro, pero no nos dábamos cuenta: más teletrabajo y menos trabajo presencial; más museos virtuales y menos presenciales. Estábamos en eso pero no éramos conscientes". Y eso lo resume Arsuaga de la siguiente manera: esto, y lo que salga de esto, forma parte de la evolución. Porque estamos en continua evolución. "Nuestra especie no va a desaparecer. Serán las demás especies si seguimos las destruyendo y exterminando al ritmo que lo estamos haciendo. Nuestra especie no está en peligro; lo que quizás sí lo esté sea el modo de vida occidental, que ya es el modo de vida de todo el mundo, ya no hay contraposición occidente-oriente. Los chinos ya viven como nosotros. Ese estilo, ese modo de vida, está en continua evolución y cambio. No desaparecerá: cambiará".

Lo que hacen determinadas crisis, afirma Arsuaga, es "acelerar esos cambios. Los seres humanos tenemos en general la sensación de vivir en un mundo muy estable. Y no nos damos cuenta de que está cambiando todo el tiempo. Hubo un tiempo, no hace tanto, en el que uno llegaba al aeropuerto y se montaba en el avión. Ahora hay que pasar varios controles. Y vinieron para quedarse. Para siempre. Surgió un problema, una amenaza. Después de una serie de atentados se instalaron. Lo deseable sería no tener que pasar controles, pero ahora tenemos que convivir con ellos. Ese cambio se asumió. Igual que tenemos que estar pendientes de la contaminación atmosférica para poder moverse en Madrid, por ejemplo, puede que a partir de ahora haya que tener una vigilancia permanente y tener preparado todo un dispositivo para cualquier crisis venidera. Después de los grandes terremotos de México y Tokio todos los edificios que se construyeron son antisísmicos. ¿Nos olvidaremos en el futuro de esto? Claro que no. Ya nunca. De la misma forma que no volveremos nunca a un aeropuerto en el que no haya controles de seguridad. Ahora hay controles de armas; puede que ahora también tengas que pasar un control de temperatura, porque puedes ser portador de un virus. En el futuro, lo que habrá que hacer, es estar más pendiente: dedicar organismos internacionales que estén alerta, crear más recursos, estar más preparados. Esto es pura evolución humana. No genética, pero es evolución de la especie", insiste.

Recuerda el paleoantropólogo el mayor cambio que se produjo en el siglo XX fue el tractor. "Cambió por completo la economía del planeta, porque hizo posible la mecanización del campo y el éxodo a las ciudades, esas enormes migraciones, en España sin ir más lejos. Se vació el campo y crecieron las ciudades de una forma casi inconcebible antes. Hasta el tractor, la agricultura que se hacía en cualquier lugar de Europa no era muy diferente de la de los romanos. Aquel fue un cambio brutal que cambió el modelo productivo. El verdadero antes y el después en Europa, en España y en Burgos fue el tractor. La sociedad cambió más en los 60 y 70 que en siglos. El coronavirus, que tendrá unas consecuencias económicas tremendas, traerá cambios, sin duda. El virus ha demostrado, entre otras cosas, que hay otras maneras de trabajar. Y que se puede trabajar divinamente. Por eso decía que en estas semanas hemos viajado al futuro. Durante un tiempo puede que sea difícil la reunión de multitudes, como grandes conciertos, ‘Sonoramas’. No significa que no vuelva a haberlos. Sucederá que habrá alertas tempranas y uno de cada tantos ‘Sonoramas’ no se podrá celebrar".

Siempre ha habido pandemias, apostilla el científico para explicar que esta del coronavirus no es excepcional. "No es algo nuevo desde el momento en el que existen, desde hace mucho, epidemiólogos. La epidemiología es una ciencia. Y hay expertos. Y hay un montón de epidemias de las que la gente no se acuerda. La tuberculosis era crónica en España hasta que se descubrió la penicilina. Había hospitales de tuberculosos en todas partes. Y los virus como éste serán la enfermedad del siglo XXI. Eso no significa que nos vayamos a morir todos, pero tendremos que tener esa variable en cuenta. Pero como tantas otras. Crisis estamos teniendo continuamente, y ese es el consuelo, porque estamos vivos. Los muertos no tienen ninguna crisis. Los problemas son propios de los vivos y de las sociedades vivas", indica.

Arsuaga compara lo sucedido con los incendios. Un bosque puede arder entero si todos los árboles están juntos. Pero si hay árboles dispersos, puede arder un grupo de ellos, pero no se extenderá. Tenemos epidemias desde que vivimos en grandes números, y eso ocurre en la historia humana desde que se inventa la agricultura y la ganadería. Es decir, en Burgos hace unos 7.000 años más o menos. Esta última es una pandemia del siglo XXI: somos seres vivos, somos contagiables, tiene que ver con el desarrollo urbano, con la movilidad. No se puede comprender esta crisis desligándola del momento histórico que vivimos. Esta epidemia se ha extendido a todas partes porque este es un mundo global, con un número elevadísimo de vuelos diarios... En otra época de la historia hubiera sido totalmente diferente. La sociedad y la humanidad está constantemente enfrentándose a nuevos retos. Y como no queremos prescindir de muchas cosas, lo que haremos es adaptarnos, como nos hemos adaptado a todo siempre". 

Otra cosa es que el mundo que salga después de esto haya aprendido la lección. O, al menos, una importante: la necesidad y la importancia de invertir en investigación, en ciencia. "Veremos cuando llegue la hora de hacer los presupuestos. Entonces sabremos si se ha asumido la importancia de apostar por la ciencia. Tengo miedo de que pase como con ese otro mantra que se repite constantemente en España que dice que hay que cambiar el sistema productivo y que hay que salir de la dependencia del turismo y del ladrillo. La solución a los problemas está en el conocimiento, no en la ignorancia", apostilla. Otro ejemplo gráfico del científico: "Las riadas en Burgos se acabaron cuando se hicieron los embalses. Las hubo tremendas, pero ¿qué pasó? Que al problema se le puso solución. Es cierto que tardó, que costó dinero. Pero se solucionó el problema. Siempre es antes el problema que la solución. Resignémonos a eso. Pero el nivel de desarrollo en tecnología es esencial".

Con todo, teme Arsuaga una derivada que parece inevitable: el poco dinero que quedará después de esta crisis, la crisis económica dura que se viene encima. "Y habrá necesidades más urgentes, como el trabajo. Además de la sanidad y la educación. La ciencia, como es a largo plazo, siempre se va postergando. Pero desde luego que el cambio, el famoso cambio del modelo productivo, pasar por la sociedad del conocimiento. Nuestro futuro no puede estar en el pasado, sino en las nuevas tecnologías, en la ciencia", subraya.

Catastrofismo. El catastrofismo se ha extendido estas semanas como la pólvora. Arsuaga tiene claros que los castrofistas no sólo no han arreglado nada, sino que no se fía de su ‘sinceridad’. "El catastrofismo no ha salvado ninguna vida: lo han hecho los sanitarios, los de las ambulancias... Volviendo a la metáfora de las riadas; ante una, había dos opciones: ir a rezar a la Catedral o hacer un embalse. Yo soy partidario del embalse. Rezar está muy bien, pero no para las riadas. Esto no es una plaga bíblica, es un virus que, como estamos permanentemente viajando por el mundo, se extiende, claro. El ser humano tiene la sensación de que el mundo no cambia. Pero es una sensación absolutamente falsa", concluye el científico.