Una costa del oxígeno muy verde y mágica

J.Á.G.
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Quintanar de la Sierra, con seis mil hectáreas de bosques y otros recursos naturales, posee huellas históricas, artísticas y antropológicas que la han convertido en destino turístico de primer orden

Las tenadas y los rebaños de ovejas siguen formando parte del paisaje serrano. - Foto: Alberto Rodrigo

Quintanar de la Sierra, la perla pinariega, desde luego es un atractivo destino. La costa del oxígeno bien merece una detenida visita -o varias, si se tercian- porque hay mucho que ver y más que disfrutar en una villa turística y con un entorno lleno de singularidades, empezando por sus extensos montes -seis mil hectáreas-, sus elevadas montañas, su patrimonio artístico, etnográfico y cultural y también por su gastronomía, fiestas y tradiciones. Perderse en este territorio y aislarse del mundanal ruido es bien fácil en esa decena de rutas diseñadas para disfrutar de la belleza de un sinfín de parajes singulares. Hasta las piedras son mágicas.

La villa quintanara, cuyo caserío se dispensa en un ramal montañoso a los pies de la sierra de Neila, aguanta como puede el mordisco de la despoblación, pero lo hace esperanzada en que esos bosques y esa madera que la hizo grande antaño siga siendo sostén socioeconómico junto a la industria agroalimentaria y esa ganadería extensiva que aún deambula por los prados y frondosos montes, otrora transitados por una boyante carretería que viajaba a lejanos astilleros, fábricas y catedrales...

Pasear por las empinadas calles de su núcleo, algo herido por un urbanismo en otro tiempo no muy respetuoso y disciplinado, nos lleva indefectiblemente a su abalconada Plaza Mayor, una atalaya desde la que se abren magníficas vistas de la serranía y la misma vega del Arlanza. Abajo, en Prado Mayor, despunta la ermita de Nuestra Señora de la Guía, un imponente templo del siglo XV. La Casa Consistorial, asoportalada y coronada por una singular torreta de hierro forjado, guarda entre sus muros un vistoso salón-teatro en el que la madera es en sí misma inspiración y arte. El frontón, donde se han curtido reputadas sagas de pelotaris burgaleses, se completa con un bello templete. Otro edificio singular y con empaque es, sin duda, la sede del casino, levantado en 1913. Luce, como otros edificios, una magnífica piedra arisca de sillería. Aún son visibles en el caso urbano vestigios de los hornos y construcciones de la Real Fábrica de Betunes que funcionó en el siglo XVIII para proveer a la Armada de pez y brea para históricas expediciones marinas.

necrópolis. La calle de la Iglesia, una de las que conforman la espina dorsal de la villa, conduce al templo parroquial, dedicado a San Cristóbal, patrón de los camioneros y actuales 'carreteros'. La edificación, sin duda, es una bella obra de cantería, con recios muros y un protector atrio, propicio como los soportales para protegerse de las inclemencias de un invierno serrano muy duro. La sólida y artística puerta de Bruno Cuevas deja expedito el acceso al interior. Destacan el retablo mayor, pero también los de la Virgen del Rosario, San Pedro Regalado y el de la Dolorosa. La pila bautismal es vestigio de un templo románico, que se construyó sobre una necrópolis altomedieval.

Merece la pena visitar el pequeño museo de orfebrería, vestimentas sacras y documentos. Tiene una espléndida colección de cálices, custodias, cruces. Destaca la talla de la Virgen de la Guía, que data en 1525. Junto a Nuestra Señora de Revenga, a la que se rinde culto en la ermita del cercano comunero, concentran la devoción popular de una villa en la que lo mágico, místico, ascético se entremezclan en las necrópolis de Cuyacabras y Revenga, el monasterio rupestre de La Cerca y un eremitorio, el de Cueva Andrés, a los que conducen unas atractivas y mágicas rutas.

La necrópolis más monumental, sin duda, es la de Cuyacabras, que se sitúa entre el río Torralba y el barranco de peña Corvillas. Casi dos centenares de tumbas antropomorfas, excavadas en roca están dispuesta en torno a los restos de los que fue una iglesia semirrupestre. Todo ello está vallado para proteger este santuario altomedieval declarado BIC. Un halo de misterio y espiritualidad rodea este pétreo promontorio pinariego. En coche, a caballo, en bici o pie, la excursión es obligada.

Si la ruta va de eremitorios nada mejor que visitar la cercana cueva Andrés, una 'catedral' del arte sacro altomedieval y rupestre. Además de la media docena de sepulturas excavadas en piedra destaca el altar y, sobre todo, ese original arco de herradura, de factura mozárabe, y la gran cruz griega. La covacha, que fue vivienda de eremitas, y el bello entorno pétreo de este eremitorio altomedieval, uno de los exponentes más sobresalientes de España.

Este viaje por esa historia de leyenda, que tiene su siguiente parada algo más lejos, en el comunero de Revenga. A no más de trescientos metros de la casa-ermita, otra 'ciudad' de los muertos tallada en piedra deja constancia del poblamiento de estos recónditos montes y de los ritos funerarios de sus habitantes. En unos 2.000 metros cuadrados de alto roquedo, como en Cuyacabras, se despliega una necrópolis con casi 140 tumbas antropomorfas pertenecientes a adultos y niños. En este emplazamiento es igualmente visible una pila bautismal esculpida en la roca y que, sin duda, marca la ubicación de la pequeña iglesia que un día fue centro de un asentamiento humano, de una montaraz aldea.

No lejos del comunero de Revenga, siguiendo la misma pista, un cuarto yacimiento arqueológico se suma a este camino de eternidad. Se trata de una suerte 'monasterio' rupestre de La Cerca, un paraje que además tiene gran valor ecológico. La densa vegetación del sotobosque 'oculta' la magnitud de un complejo, integrado por varias cuevas y covachas, restos de una iglesia rupestre -que llaman de los Moros- así como una decena de tumbas antropomorfas.

Parajes como Fuente Sanza o la necrópolis de Cuyacabras invitan a recorrer los montes quintanaros.

*Este reportaje se publicó en el suplemento Maneras de Vivir el día 9 de mayo de 2020.