"El gusanillo del deporte no se te quita en la vida"

H.J.
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No presiden, no representan, no quieren foco... Pero son parte esencial de esta ciudad. La crónica de Burgos se escribe en las vidas de quienes ayudaron a construirla. Marta Lechosa es una de esas mujeres y esta es (parte) de su historia

Lechosa posa en Cardeñadijo, localidad donde reside, ataviada con una camiseta de la fase de ascenso a la Primera División y un balón del histórico Leisa, en el que militó tantos años. - Foto: Luis López Araico

* Este artículo se publicó en la edición impresa de Diario de Burgos el 1 de junio de 2020

Cuando tener un equipo burgalés de voleibol en la élite era un mero sueño, cuando las chicas que jugaban a ese deporte un tanto exótico eran minoría y ninguna de las jugadoras era extranjera sino como mucho llegadas de Lerma, un grupo de pioneras empezó a jugar en lo que entonces muchos llamaban "balonvolea".

En aquel grupo de amigas, que formaban parte del Club Polideportivo Conde Diego Porcelos, se encontraba una jugadora de solo 1,57 metros de altura que sin embargo dejó huella por su garra y por su veteranía. Marta Lechosa es "burgalesa de toda la vida", nacida en el Hospital Militar en 1957, hija de militar y criada en Las Calzadas, se retiró con 37 años y sin haber podido ascender a Primera División, pero su poso todavía se recuerda y ahora ha reorientado su pasión deportiva al baloncesto.

De niña, Lechosa estudió en el colegio Santa Juana, una institución que estaba en la calle La Puebla y en cuyo emplazamiento ahora encontramos una tienda. "Era un centro pequeñito con un patio muy estrecho y arriba vivían las monjas", relata ahora desde su casa de Cardeñadijo, donde vive desde hace más de 25 años.

Para proseguir sus estudios pasó al colegio francés de Montpellier (hoy Concepcionistas Burgos, en la avenida de Castilla y León) donde cursó el Bachillerato y le metieron el gusanillo del voleibol. Y remató su formación de COU en la Sagrada Familia.

Con conocimientos de taquigrafía, empezó a trabajar en 1977 como personal civil del Ministerio de Defensa en un laboratorio de harinas y trigo, hasta que entró en la parte administrativa. "Todo se ha modernizado mucho, hemos ido adaptándonos a los tiempos, reciclándonos con los ordenadores", relata. Hoy sigue como laboral en el Ministerio y tiene su puesto de trabajo en el cuartel Capitán Mayoral, frente a la fábrica de Bridgestone del polígono de Gamonal.

Durante estas semanas de la pandemia han cambiado sus tareas habituales por la fabricación de pantallas y mascarillas y su tarea como administrativa es garantizar que los partes de trabajo se tramitan correctamente. Presume de tener una "relación muy buena" con sus superiores aunque ella no sea militar y subraya que durante sus años como deportista le facilitaron los desplazamientos cuando tocaba jugar fuera de casa, como ocurría con las fases de ascenso que obligaban a emplear varias jornadas consecutivas.

Pero volvamos a 1972. Fue entonces cuando, como parte de las clases de gimnasia del Montpellier, le dio por un deporte que no era ni mucho menos el más convencional y su afición se consolidó más tarde en el Diego Porcelos. "Las canchas no tenían nada que ver con las actuales, jugábamos en el asfalto, nos tirábamos en plancha a un cemento durísimo, porque tengo que admitir que siempre he sido un poco bruta y para colmo en aquel polideportivo, por llamarlo de alguna manera, hacía un frío terrible. Nos llamábamos de broma ‘Congelados Porcelos’", cuenta divertida.

Su corta estatura nunca le permitió atacar la red, pero siempre tuvo muy claro que "el voleibol es un deporte de conjunto donde hay distintos papeles y yo jugaba de colocadora, lo que hoy sería la líbero, dirigiendo el juego".

Primero en el Leisa y luego ya en el club del instituto que homenajea al fundador de la ciudad de Burgos, jugó hasta que había superado con creces la edad juvenil. Dejó el equipo cerca de la cuarentena, tras jugar la fase de ascenso en 1994, al mismo tiempo que el entrenador de aquel conjunto famoso en su tiempo, que era el histórico Jorge Amoretti.

La retirada. "El cuerpo ya no me daba para más, no tenía tiempo de recuperar entre los partidos y tenía un problema en la espalda que a los médicos les costó encontrarme", comenta resignada.

De aquello le han quedado secuelas en las rodillas y en la columna, por eso actualmente no puede hacer mucho más que yoga, pero advierte para los desconocedores de esta disciplina oriental que "también es un deporte en el que se puede llegar a trabajar mucho y hay posturas que ya no puedo hacerlas como las chicas que tienen 25 años".

El caso es que no pudo disfrutar de las mieles del éxito. Se quedó con ganas de catar las sensaciones de jugar en Primera y mucho menos en División de Honor, adonde el voleibol femenino burgalés llegó pocos años después tras el trabajo de Tomás Manero o Raúl Yudego, de la mano de aquel Damesa que posteriormente sería patrocinado por la Universidad de Burgos y que dio muchísimas alegrías a su parroquia. Pero aunque ya no pudiera bajar a la pista, Marta siguió apoyando como aficionada.

"El gusanillo del deporte no se quita en la vida. Recuerdo que estuve en fases de ascenso en La Coruña o en Valladolid y en otros desplazamientos hasta que ya se sabe, cuando una se compra una casa se le complica la economía", dice. Sin salir de Burgos ha sido una habitual de la carreras populares o del atletismo "y así por lo menos les aplaudo a los que participan, porque ahora es de lo poco que puedo hacer".

En esta última disciplina deportiva, Lechosa llegó también a hacer judo y a competir en lanzamiento de peso. Sin perder de vista el voleibol, llegó a sacarse el carné de árbitro y de entrenadora, demostrando que efectivamente la droga de la actividad física produce un enganche del que es difícil escapar por mucho que pasen las décadas por la antigüedad del DNI.

"Yo de joven necesitaba jugar, disfrutaba viajando con las compañeras, conociendo otras gentes y otros lugares aunque no pudiéramos hacer turismo porque apenas te daba tiempo a ver el sitio al que ibas. Pero el deporte a mí me ha costado y me sigue costando dinero porque todo eran gastos, todo te lo pagabas tú".

Recuerda que para subvencionar los desplazamientos organizaban fiestas en la antigua discoteca Crisis, situada en Reyes Católicos, porque tenían que poner ellas incluso la gasolina y las ruedas: "Hasta íbamos con nuestros coches a los partidos y yo conducía. Y ojo, era muy responsable, como teníamos que ponernos en aquellas carreteras de entonces que no eran precisamente autovías me acostaba pronto y no me iba de fiesta", advierte.

Su pasión presente es el San Pablo. Es socia desde que subieron a la ACB y ocupa un asiento junto a su hermana en el sector E del Coliseum, "a un lado de las peñas más ruidosas que tanto ambiente le dan al baloncesto. Vamos con mucha ilusión y la motivación de apoyar a un equipo de casa, que empezó siendo el Tizona y que ha acabado ahí arriba".

Se entusiasma alabando los éxitos del basket burgalés "porque no es nada fácil conseguirlo, yo he jugado en otras categorías y por eso quizás lo valoro más. Lo nuestro era un grupo de amigos que empleó mucho tiempo de sus vidas así que sé de dónde venimos".

Aquellas duras condiciones en las que entrenaba y competía con el ‘Congelados Porcelos’ le permiten apreciar mejor el contraste con el que sale ganando por goleada "un pabellón calefactado como el actual, con gradas enormes, comodidades para el público…".

presente optimista. Por eso es optimista cuando reflexiona sobre el momento del deporte burgalés. A su juicio, no hay comparación posible con los medios que existían hace 30 años o con el apoyo institucional y empresarial que reciben de las firmas que actualmente patrocinan los distintos equipos. "El fútbol es un negocio y es el único deporte que hasta hace poco era capaz de movilizar mucha gente y de generar un gran volumen de dinero, sobre todo cuando la ciudad llegó a estar en Primera, pero ahora además en Burgos tenemos el baloncesto, el rugby, el balonmano o el propio voleibol".

Admite, nostálgica, que ella nunca pudo llegar al nivel de ser deportista profesional "porque no me tocó la época y quizás tampoco tenía la condición física adecuada", pero subraya que "el dinero es el que lo mueve todo".

Ahora pasa su día a día entre el trabajo en el Capitán Mayoral, las visitas a su anciana madre (ha estado unas cuantas semanas sin poder verla por el coronavirus) y los cafés de fin de semana en su pueblo adoptivo, donde admite que apenas pasa tiempo libre.

Sus rodillas no le permiten demasiadas alegrías físicas pero trata de compensarlo en la escuela de yoga La Casa del Árbol, en la plaza de la Libertad, a cuyas profesoras también alaba. Aunque los métodos de entrenamiento de su época nada tenían que ver con la preparación concienzuda que se sigue ahora, cualquiera que haya practicado deporte con intensidad en su juventud sabe que siempre quedan secuelas. Son tan indelebles como la satisfacción de haber convertido una afición en una forma de vivir que nunca se olvida.