El buen rollo de las holandesas

ALMUDENA SANZ
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El proyecto 'Quiero una bici', que restaura las bicicletas abandonadas en las calles de Ámsterdam para darlas una segunda vida en España, reparte 178 vehículos, 62 en Burgos

Durante el reparto, David Saiz (d.) mostró las particularidades a Laura Delgado (i.) y Sergio Garrido ante la mirada de su ‘ayudante’, Clara Díaz-Salazar. - Foto: Jesús J. Matí­as

De Ámsterdam a Revilla del Campo. A las cinco de la tarde, Sergio Garrido conseguía encajar su holandesa en el maletero. Directa al pueblo. Es el original regalo que hace a su novia, Verónica, por su cumpleaños. Con tintes románticos empieza la segunda vida de esta bicicleta, una nueva oportunidad que brinda el proyecto Quiero una bici, puesto en marcha por David Saiz y Ana Castán, dos enamorados de las dos ruedas, ella con trabajo en el sector turista-ciclista de Holanda, que se propusieron llenar Burgos (y más allá) de estos vehículos. 

Su idea parte de la realidad del país de los tulipanes, donde cada día se abandonan miles de bicis en la calle. Los ayuntamientos las identifican con una pegatina y si pasados dos meses nadie las reclama, las retiran y las llevan a un almacén. Si un mes después siguen sin acudir a por ellas, las ofrecen a grandes talleres que las arreglan y las ponen en circulación. Saiz y Castán pensaron que si reunían un volumen suficiente podrían pujar por ellas y revenderlas en España a un precio asumible. El primer cargamento, el año pasado, fue un éxito (en Burgos se quedaron 32). También el segundo, en fase de reparto ahora. Tanto que traerán un tercer camión en septiembre. 

«Ya me estoy arrepintiendo», bromea David Saiz mientras entrega bicicletas. El camión transportó 178 y llegarán a Valladolid, Palencia, Logroño, Madrid y Burgos, que, con 62, es donde más se quedan. 

Un goteo constante de gente (citados en intervalos de diez minutos) pasa a por su holandesa. Algunos la conocen; otros, no. 

Y es que estas bicicletas no son como las que circulan habitualmente en España. Son de paseo, el ciclista va erguido en ellas y llevan freno contrapedal, que deja las manos libres para señalizar los giros e impide salir volando al parar bruscamente ante un percance. Tienen cubrecadenas, que protege este elemento; guardabarros, para que no salpique y pisar un charco no arruine la jornada; y una marcha única, ideal para superficies planas. 

Con ella puesta se fue Laura Delgado. La nostalgia de un maravilloso Erasmus en Holanda la empujó a participar. «Es una idea fantástica. Estoy encantada de la vida. Esto es un regalazo. Este proyecto es tremendo. ¡Qué humor tenéis!», agradecía a David y a su ayudante en el reparto, Clara Díaz-Salazar, antes de subirse a su holandesa. Pese a haber pasado veinte años desde que daba pedales allí, avanza con soltura. «Lo hacíamos todo en bici. Iba a la facultad, hacía la compra, nos movíamos a otras ciudades... ¡Todo era en bici!», anota antes de montarse en su dos ruedas. 

«Hay gente que no tiene ni idea y gente que tiene mucha. Lo valoran más quienes saben porque el mérito de este proyecto es que una bici holandesa aquí no la encuentras. En España funciona el ciclismo deportivo, en los ochenta, cuando irrumpieron las de montaña, las de paseo empezaron a desaparecer, y las que traemos nosotros son urbanas, ideales para la ciudad», se explaya Saiz entusiasmado con su cada vez más cercano sueño de llenar su ciudad de holandesas.