"Los sindicatos no han vendido nunca al obrero"

A.G.
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No presiden, no representan, no quieren foco... Pero son parte esencial de esta ciudad. La crónica de Burgos se escribe en las vidas de quienes ayudaron a construirla. Julián Juez es uno de esos hombres y esta es (parte) de su historia

Julián Juez, en la sede de UGT. - Foto: Miguel Ángel Valdivielso

*Este artículo se publicó el 23 de marzo de 2020 en la edición impresa de Diario de Burgos

Antes de que comience esta conversación propiamente dicha, Julián Juez (Burgos, 1952) sonríe mientras lee en voz alta el ampuloso texto con referencias al Frente de Juventudes de uno de los primeros contratos -ya amarillento- que le hicieron en el gremio de guanteros cuando apenas tenía quince años. Se lo ha traído para la ocasión junto a un montón de fotos en las que se le puede ver llevando en andas a la virgen en las fiestas de Gamonal, en el Sáhara haciendo la mili o en sus primeras comparecencias ante la prensa ya como responsable del sindicato. No ha cambiado tanto. A sus 67 años sigue estando igual de fibroso que cuando era un chaval y tiene la misma mirada avispada. "Lo que me falta es pelo", bromea el exlíder de la UGT en Burgos, que gastaba una buena melena en su juventud. En la sede del que sigue siendo su sindicato y a más del metro de distancia que imponen las circunstancias tiene lugar esta charla en la que se suceden simpáticas anécdotas infantiles, recuerdos de su labor defendiendo los derechos de los trabajadores y la verdadera preocupación que el sindicalista siente por la inmensa crisis en la que se está empezando a sumir el país: "Solo espero que dure lo menos posible la alerta sanitaria del coronavirus para que el golpe sea menos duro", asegura.

De Gamonal de Río Pico "y bautizado con agua de pozo" en la Real y Antigua, Juez, hijo de militar y de familia numerosa, reconoce que fue un niño travieso y listo pero poco aplicado, de los que preferían andar por la calle, "que era donde estábamos los chavales siempre en aquellos años" antes que meter la nariz en los libros y atender a las clases del colegio Rodríguez de Valcárcel, donde estuvo varios cursos. "Después me llevaron un año y pico -porque enseguida me echaron- a la colonia infantil General Varela, en Quintana del Puente, Palencia, una residencia para hijos de militares portugueses y españoles donde se hacían las cosas al estilo de las juventudes hitlerianas en cuanto a la formación y los uniformes. Allí cumplí el cupo de misas y rosarios para el resto de mi vida".

El hoy populosísimo barrio era aún un pueblo cuando se convirtió en el escenario de las gamberradas del joven Julián y sus amigos: "Con los parámetros con los que hoy se mide el comportamiento de los chavales hubiéramos estado todo el tiempo en el tribunal de menores. Por lo general eran picias, pero algunas de aquellas cosas llegaban a ser directamente delictivas. A uno de mis amigos le regalaron una carabina y en vez de ir a por pájaros, no se nos ocurrió otra cosa que dejar la Barriada Inmaculada a oscuras porque nos dedicamos a disparar a las bombillas de las farolas. No nos pillaron porque corríamos mucho".

Fue ese mismo desparpajo el que le consiguió su primer empleo con apenas 14 años. Leyó en las páginas de Diario de Burgos que en Calzados Luis, el mítico establecimiento de la calle Almirante Bonifaz, necesitaban un chico de los recados y allí que se presentó. "Había un montón de chicos a los que acompañaban sus padres o sus madres pero yo llegué solo. Cuando me tocó el turno, el dueño me preguntó que si no tenía padres y le dije que sí, pero que él estaba en el trabajo y ella, en casa, y en ese mismo momento le dijo a su hijo que ya no pasara nadie más, que me daba a mí el puesto. ‘El que vale para venir solo a buscar trabajo, vale para trabajar’, me dijo, no se me olvidará nunca aquel criterio de selección". Recuerda que frente a aquel comercio se encontraba la Dirección Provincial de Trabajo, donde en aquella época -mediados de los 60- las colas de personas para ir a trabajar al extranjero eran enormes: "Muchas veces llegué a comentar con los amigos que era una pena que fuéramos tan jóvenes porque a mí me hubiera encantado marcharme al extranjero".

Un año después pasó a la fábrica de guantes Emanse, junto al Arco del Pilar, y su periplo laboral continuó en el mismo gremio -del que durante años la provincia de Burgos fue un auténtico referente a nivel nacional, con treinta o cuarenta fábricas- en la empresa Helios, "una auténtica escuela de formación y con un gran criterio profesional", y más tarde en Epifanio, donde aterrizó con una nómina del doble gracias a su precoz capacidad de negociación: "Yo era un gran cortador de guantes y cuando llegué a Epifanio no se lo creían por lo joven que era, así que me hicieron una prueba y al comprobarlo me ofrecieron una determinada cantidad que no llegaba a 4.000 pesetas. Como era la misma que cobraba en Helios les dije que por aquel dinero no me movía y me lo subieron a 8.000. Vuelvo a Helios y les digo que me voy, que en Epifanio me doblan el sueldo y me contestan que ellos también me dan las 8.000 pesetas, y otra vez a Epifanio a decirles que no voy porque los otros me igualan el sueldo. Me subieron a 10.000 y allí me quedé".

En aquella fábrica, Juez incorporó algunas novedades aunque no derivadas aún de la lucha sindical. La primera, almorzar, porque, por lo visto, allí no se estilaba. "Yo sacaba el bocadillo y la botella de clarete y al final lo terminaron haciendo todos". La segunda, dejarse bigote, un acto revolucionario habida cuenta de que el gerente de la empresa -Emilio, "un excelente empresario y buena persona"- lo tenía prohibido porque consideraba el vello facial "adornos en la cara": "Pues en plan contestatario me dejé bigote y desde entonces no me lo he quitado". En Epifanio permanecería Julián Juez hasta que los compromisos sindicales le absorbieron todo su tiempo.

Y mientras tanto llegó la mili, nada menos que 16 meses en un cuerpo especial, la Policía Territorial, que hacía las funciones de Policía y Guardia Civil en el Sáhara, "la provincia 52", en un momento muy delicado, los años 1974 y 1975: "No llegué a presenciar la marcha verde por poco pero aquello no fue más que la escenificación de algo que se venía labrando desde hacía mucho tiempo, del abandono que se hizo de aquella zona. Al principio, la convivencia con los nativos fue buena pero poco a poco se empezó a encrespar y hubo enfrentamientos con la población".

Al volver sale elegido como enlace sindical en Epifanio y con otros compañeros se dedica a desbaratar por dentro al sindicato vertical: "Recuerdo una de las últimas asambleas, que nos organizamos para reventarla gritando que aquel edificio era de los trabajadores y que abajo el sindicato vertical, tuvo que venir la policía y todo, y al responsable provincial de Trabajo le dio un jamacuco tal que después de aquello no volvió a levantar cabeza".

Su primer sindicato fue la USO, al que llegó por amigos de la Juventud Obrera Cristiana (JOC) con los que compartía campamentos y otras actividades. Recuerda con muchísimo cariño a su consiliario, Luis Maestro, más conocido como el Fonta, uno de los dos curas obreros que había en Burgos entonces y que fue quien casó a Julián en Monasterio de Rodilla, una localidad con la que no tenía ninguna relación: "Él tenía prohibido casar a 20 kilómetros a la redonda de Burgos, así que cogí un mapa y vi que Monasterio de Rodilla estaba a 21 y allí nos casamos".

En la USO, en donde había escalado hasta la ejecutiva regional, no se sentía cómodo y en 1981 se pasa a la UGT: "Empecé a no sentirme cómodo allí, se me empezaron a romper las vestiduras y me pregunté qué hacía un chico como yo en un sindicato como ese. Íbamos a Madrid y nos entrevistábamos con todos los ministros, como Ricardo de la Cierva o Martín Villa, porque la financiación del sindicato provenía descaradamente de la UCD. Nos decían que no podía ser que en España solo hubiera sindicatos socialistas y comunistas, que había que hacer uno independiente y ese era la USO". Los primeros diez años compagina la labor sindical con la profesional en Epifanio, hasta que cerró en 1992: "En aquellos años tuve ofertas para trabajar en empresas importantes de la ciudad porque los compañeros me decían que me querían dentro para poder desarrollar la labor sindical, pero nunca me arrepentí de no haberlo hecho y de dedicarme solo al sindicato".

Reconoce que no se encontró mucha conciencia de clase entre los trabajadores y la razón con la que lo explica es que buena parte de ellos procedían del medio rural, donde aquello ni se planteaba "y simplemente se conformaban con tener un puesto de trabajo". Pero a pesar de ello había un núcleo de gente muy peleona. Recuerda Julián algunos de los conflictos más importantes de los primeros años 90: Fabisa, Plastimetal... "En Fabisa recuerdo que la empresa quería chantajearnos y plantearnos una propuesta trampa para que no la aceptáramos y cerrar. Pero la aceptamos -se fueron 80 a la calle con planes de jubilación a unas edades tempranas y unas buenas condiciones económicas- y a mí me llamaron de todo, hasta me tiraron bocadillos y me quisieron currar por la calle. Y la empresa no cerró y al cabo de un año se repartieron beneficios, 300.000 pesetas para cada trabajador".

Fueron años muy duros, con más de un centenar de expedientes de regulación al año que gestionaba junto con el secretario general de CCOO, Raúl Sierra, con quien coincidió en el tiempo: "Fue tremendo, había que tener la mente muy equilibrada. Cuando lo que está en juego es que una persona puede perder su puesto de trabajo lo que tiene que imperar es el pragmatismo porque la ley siempre va a estar al lado del más fuerte. Nunca te puedes deshumanizar, siempre hay que empatizar con su preocupación y su dolor".

Tras la tormenta llegaron los años de bonanza, en los que muchos acusaron a los sindicatos de haberse adormecido e incluso, en algunos sitios, de haber sido partícipes del saqueo que hubo de lo público en connivencia con los políticos: "Aquel grado de tensión desapareció, es cierto, pero cuando me dicen que los sindicatos han vendido a los trabajadores me duele porque no es verdad, creo que la inmensa mayoría de los que han desarrollado aquí su labor es gente honesta, honrada y comprometida. En Burgos no nos pueden acusar de nada, nunca tuvimos ningún problema ni hicimos cosas extrañas, si acaso nos pueden decir que fuimos pragmáticos. Pero es que yo lo tengo claro: creo que hay que ser pragmático para la resolución de problemas porque conozco a muchos que en la puerta de la fábrica se comían el mundo y luego en la mesa de negociación ni abren la boca ni tienen aguante".

Julián Juez lleva ya un par de años jubilado y ,aunque echa una mano en la UGT siempre que se lo piden, ha descubierto que lo que más le gusta es estar con su nieto, al que le dedica un tiempo que el sindicato le robó para sus hijos.