Unos supervivientes de la leche

G.Arce
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La España vacía comienza por los establos vaciados, por el final de unos negocios familiares que crearon prosperidad en el medio rural. Burgos se queda sin ganaderos, los pocos que aguantan contra viento y marea de precios a la baja y sobrecostes

José Félix Miguel Sánchez, en su granja de San Llorente de la Vega. - Foto: Jesús J. Matías

José Félix; Jesús, Amparo y su hijo Raúl son los rostros y las vidas que están detrás de las estadísticas de Agricultura.Son orgullosos ganaderos, los últimos supervivientes de un sector que agoniza bajo el castigo permanente de la caída de precios, la falta de rentabilidad y el desánimo generalizado para afrontar un trabajo que exige dedicación los 365 días del año, haga frío o calor, de madrugada y también hasta altas horas de la noche, y que languidece al compás de la despoblación de los pueblos. 

San Llorente de la Vega y Valbonilla, en el caso de la familia Plasencia, mantienen vivas unas de las últimas granjas operativas en Burgos y ofrecen dos ejemplos de lo que está ocurriendo en el sector ganadero. La primera ha apostado por la automatización de procesos y el bienestar animal para seguir adelante.En Valbonilla han decidido eliminar las vacas lecheras por falta de rentabilidad tras décadas dedicadas a esta producción y apostar por la producción de carne para la exportación. Son dos formas de supervivencia.
En la provincia quedan 70 productores de leche que acaban de recibir una ayuda de 350.000 euros por parte de la Consejería de Agricultura, Ganadería y Desarrollo Rural para intentar compensar los desajustes comerciales que están soportando tras la pandemia. El precio de la leche baja mientras se incrementa un 20% el coste de los piensos y más del 30% la energía y los combustibles. Sin ayudas y PAC no salen los números. Pese a ello, hay ganaderos que aguantan y con ellos sus familias y el mundo rural burgalés.

La vida de José Félix Miguel dio un vuelco en la madrugada del pasado 1 de julio. Las llamas arrasaban la nave principal de su granja de San Llorente de la Vega calcinando dos grandes tractores, una Manitou, una rotoempacadora, diversa maquinaria agrícola y toneladas de alfalfa y veza almacenadas para dar de comer a sus vacas, y otras tantas de piensos y semillas. Lo único que queda hoy de aquella tragedia, originada por un cortocircuito en el motor del tractor, es la chatarra calcinada y las pocas placas que resisten en el techo sostenidas por unas vigas retorcidas por el calor.
A sus 48 años, José Félix Miguel sintió en primera persona la ruina total. Le acompañaban su mujer y sus tres hijos, que viven y estudian en Melgar de Fernamental y Villadiego, la razón última de todos sus esfuerzos. «Me han salvado los seguros, que los tenía al día y que me han cubierto todos los daños». La tragedia coincidió, además, con la mayor inversión que este ganadero ha hecho en la granja desde que tomó las riendas del negocio de sus padres hace ahora 25 años.
La historia de Jose Félix no es única en el Burgos rural. Estudió  Bachillerato y COU en la Laboral de Logroño y empezó la carrera de Industriales en Burgos, «pero mi cabeza estaba aquí. Me gustaba el campo...». Ahí empezó todo y aquí sigue, contra unos vientos y unas mareas que no dejan de azotar.  

 

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