Es cierto que el año pasado eran muy pocos los que estaban preparado para enfrentarse a una pandemia. Menos aún en ayuntamientos como el de Burgos en los que la tramitación burocrática, por no haber querido invertir antes en su digitalización, sigue siendo poco menos que medieval.
Es razonable intentar ser comprensivos con los retrasos que se produjeron, y que aún siguen coleando, en la tramitación de ayudas a los colectivos más afectados por la pandemia. Incluso con aquellas inversiones que el bipartito prometió en el Presupuesto y que este año se vuelven a repetir sin que se hayan llegado a ejecutar.
Hablamos de que un año después vuelven a aparecer en el borrador el centro cívico de Fuentecillas (con una cantidad ínfima) y que es en modificaciones de crédito donde se quiere volver a incluir el arreglo de las piscinas del Plantío, el polideportivo de San Pedro y San Felices o el mercado provisional de la plaza España.
Lo que sucede es que el inicio de todas estas actuaciones empiezan ya a programarse de cara al último tramo del año y ya sabemos cómo funcionan las administraciones. Da miedo que se dilaten algunos de los plazos y que no sean avances en los grandes proyectos de legislatura tampoco en este 2021.
Ya no hay margen para las excusas y el bipartito tiene que pisar a fondo el acelerador. No se trata de que cumplan con sus programas, sino que los proyectos salgan adelante y las ayudas lleguen a tiempo. Son los pequeños negocios, las empresas y los burgaleses los que, en un momento tan complejo, deben percibir que se está impulsando la economía. Es su obligación. Más aún después de que se subieran los sueldos.