De tormentos, venganzas y otras magias

ALMUDENA SANZ
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Moisés Pascual Pozas aborda las pasiones humanas a partir del diario que escribe el narrador-protagonista de 'Carrusel de sombras' para enfrentarse al sufrimiento de una ruptura

Moisés Pascual Pozas, con un ejemplar de ‘Carrusel de sombras’. - Foto: Miguel Ángel Valdivielso

La venganza bien cumplida, como el cangrejo de río, se sirve en plato frío y su preparación requiere paciencia rumiadora e imaginación despierta, por eso nunca comprenderé a quienes pretenden reducirla a algo tan primario como el asesinato en vez de alimentar el áspid de las pesadillas en un estar que sea un sinvivir... 

Es crudo el inicio de Carrusel de sombras, la nueva novela de Moisés Pascual Pozas publicada por la burgalesa Editorial Atticus, con la colaboración de una ayuda Crea de la Fundación Caja de Burgos. No se anda con medias tintas. 

«La Ilíada comienza con la palabra cólera y termina con los funerales del causante de ese sentimiento, tema, por lo demás, recurrente en la literatura. En nuestro día a día expresiones tales como ‘por mis muertos que esta me la paga, poner la zancadilla, va a soñar conmigo, se va a enterar de lo que vale un peine, quien la hace la paga, donde las dan las toman...’, ¿qué son si no esquejes de esa planta que llamamos venganza? La narración de Carrusel de sombras se abre con la palabra venganza que según el narrador remite a un sentimiento cuya ejecución imagina o cree liberadora, y a continuación, a la manera de la oratoria de púlpito donde el sermoneador, pongamos por caso, primero afirma que la lujuria lleva al desastre y luego cuenta una historia que lo demuestra. En Carrusel de sombras, el narrador-protagonista desea sobre todo el olvido, pues no en vano rememora el poema de Cernuda Donde habite el olvido. La vendetta que lleva a término, además de sórdida, ninguna paz le reporta porque sigue dando vueltas a la noria del desasosiego imaginando el golpe definitivo», explica el escritor sobre el arrollador, un tanto tenebroso y otro tanto mágico arranque de esta novela en la que el propio protagonista, Juan José Murúa, un personaje difícil de clasificar, con múltiples aristas, cuenta su vida desde el estado desquiciante que le ha sumido su ruptura con Claudia. 

Aconsejado por una anciana que le insta a escribir sus historias y expulsar del cuajo los fantasmas para mitigar la rabia y aliviar el sufrimiento, redacta este diario en el que convive su pasado y su presente, un mundo real y otro onírico alimentado por la ingesta de unas hierbas psicotrópicas. Un tortuoso camino en el que le acompañará una cohorte de pintorescos y seductores personajes. 

¿Quién es Juan José Murúa? ¿Cómo es este narrador-protagonista? ¿Cómo evoluciona?

«Juan José Murúa es un personaje solitario, contradictorio, tierno y cruel, romántico y misógino. El hecho de que el cuaderno que escribe tenga como objetivo superar el desamor, con su corte de celos, autoestima herida, comportamientos mezquinos..., limita la información que nos proporciona sobre su persona, pero, aunque escasa y fragmentaria, podemos recomponerla en parte», responde Pascual Pozas antes de dar las pinceladas de ese retrato: «Procedente de un medio que hoy se denomina la España vaciada, hijo único de una familia de mediano pasar (labradores que pueden permitirse contratar a un criado), logra estudiar en un instituto de la ciudad adonde se desplaza con una moto y luego en la universidad. Su adolescencia y juventud se desarrollan en la España de finales de los sesenta y principio de los setenta, y en mayor o menor medida también él es víctima de los prejuicios de una sociedad mojigata, hipócrita, la España de los Cursillos de Cristiandad, Adoración Nocturna, represión sexual, la España del silencio… El Juan José Murúa que escribe el cuaderno y pensaba que había logrado salir del túnel de su pasado (desarraigo, cosmopolitismo, sólida cultura humanística, políglota…) se va adentrando en el territorio de las ciénagas. En ese tramo vital en el que aspira merced a la escritura a comprenderse, por lo tanto a psicoanalizarse, y, sobre todo, a convertirse en un escritor, revolotea la esquizofrenia, sus fantasmas se congregan y afilan las navajas: el egotismo (epatar y llamar la atención sin importar el cómo), el descenso a los infiernos, el revolverse en los basurales que con pluma mordaz y precisa mostraron Miller y Kerouac, el confundir deseo y realidad..., y en lo más hondo de ese ejercicio de introspección descubre que anida ese ‘buitre voraz de ceño torvo’ que entronca con el existencialismo: el absurdo, el sinsentido de la existencia: el otro túnel».

En este devenir atormentado, transitado por delgadas líneas entre el sueño y la realidad, se topará con una galería de personajes de muy diverso pelaje que ayudan a desgranar la visión del mundo del autor -«mujeres que sobreviven mercadeando con el sexo, explotadas y tiernas, médicos que dedican parte de su tiempo a misiones de cooperación en África, hombres que delatan a familiares para sobrevivir, seres cuyas mentes picotearon con ritos religiosos y preceptos castradores...»- y guiará al lector por el seductor universo de las ensoñaciones provocadas por sustancias psicotrópicas, que el crítico Santos Domínguez ve «como una conjura del pasado para exorcizarlo, como una forma de huida desde las sombras del presente, como venganza frente a la realidad, como alternativa al olvido». 

Esta novela gira como un tiovivo en el que el amor y el sexo, la pérdida y el olvido, la venganza y la traición toman más o menos altura. «Toda obra narrativa trata de las pulsiones humanas, o para ser más precisos, las escenifica, muestra sus distintos vestidos, máscaras y bailes. El amor, la pasión, el desamor, el sexo reprimido, el sexo como mercancía o liberación, la abulia, los miedos… desfilan encarnados en los actores de Carrusel de sombras, también la represión social y política», expone Pascual Pozas, quien considera que la memoria y la muerte se sitúan en el centro de la escena.

«La memoria como constitutiva de nuestra identidad; la memoria como palimpsesto de lo que no fue o reveladora de mentiras; la memoria como salvación ante el olvido. La escritura se convierte, así pues, en una forma de permanencia: Juan José Murúa, sus obsesiones y rostros en un cuaderno. La vida vista desde la muerte es una estafa, es lo que viene a decir el narrador-protagonista, esa vida que se anhela pero que en una paradoja implacable remueve la desesperación y la angustia existencial que rueda por el abismo del absurdo. Y Murúa, a pesar de los pesares, se enfrenta a sus fantasmas no exento de humor, a veces muy negro como cuando narra el sueño en el que un personaje se encuentra con la Muerte (texto que nada tiene que ver con la covid-19 y sí con el sida)», continúa el escritor que da cuerda a esta atracción de feria.