«Sobre todo, es la tristeza»

Angélica González / Burgos
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Hace 15 años que Antonio sufre una depresión. Aquí explica qué siente, pero no se atreve a mostrar su imagen porque teme al estigma que no se despega de las patologías mentales

Tiene 53 años y lleva toda su vida peleando contra una depresión que casi lleva tatuada en la cara, aunque a veces se esfuerce en sonreír. Cocinero de profesión, hace ya décadas que no puede trabajar, incapacitado por esta grave enfermedad mental muy poco conocida y enormemente incomprendida. Pero Antonio resiste. Porque se levanta todos los días y ahora, desde hace algunos meses, dirige el taller de cocina de la recientemente creada asociación de salud mental Asam, que tiene su sede en el Foro Solidario (Manuel de la Cuesta, 3). Lleva en tratamiento desde hace 15 años y asegura que los fármacos ayudan «pero no curan» y que se siente muy bien  tratado en el servicio de Psiquiatría del HUBU donde le ven cada tres o cuatro meses. «Están muy pendientes», afirma su mujer, que escucha atentamente la conversación.

¿Cómo hacer para explicar de una forma sencilla en qué consiste esta enfermedad, que resulta ser uno de los trastornos mentales más frecuentes tanto en España como en Europa? Quizás, escuchar a Antonio: «Sobre todo, es la tristeza, ¿sabes? pero también el cansancio, las ganas de no moverte, de no hacer nada, el sueño -o bien no puedes despertarte o tienes insomnio-, la ansiedad, la angustia, la apatía, la desvalorización de uno mismo. Yo me digo que no valgo para nada,  que nada a mi alrededor funciona... y  a veces aparecen ideas de muerte».

Recuerda que la primera vez que pidió ayuda profesional lo hizo porque «estaba muy mal, muy mal y con ganas de marcharme, y me ingresaron en el hospital». De aquella circunstancia salió bien, con ganas de hacer cosas y en todos estos años ha ido controlando la medicación, siempre en manos de especialistas, para mantenerse. En la actualidad está muy estable, a su juicio, porque cuenta con la ayuda de la familia: «Mi mujer pasa de mí cuando estoy ‘depre’ y eso es lo  único que quiero, que me dejen tranquilo, que ya me pasará; ellos lo saben, yo lo sé y no hay más problemas».

María José asiente y sonríe. Dice que la risa le ha salvado la vida, que siempre ríe, a pesar de todo. Porque cuando le conoció ya estaba enfermo aunque no lo sabían: «Veía cosas que no eran normales pero por el desconocimiento no les daba importancia. Y tardamos mucho -veinte años- en tener un diagnóstico certero». A pesar de su rostro iluminado, se permite una confesión y se le escapan algunas lágrimas, paradójicamente, entre carcajadas: «Cuando está de mucho bajón no lo llevo nada bien porque, perdóname la expresión, pero esto es una putada de la vida. Hace unos días estaba con los síntomas, estaba muy bajo, y le decía que yo me ponía en su lugar pero que quién se ponía en el mío, porque es tremendamente duro ver sufrir a alguien que quieres y no poder hacer nada, solo estar por ahí pululando. Y para de contar». En estos momentos no quiere hacer ningún plan y no es buena idea, si quiera, proponérselo. Solo hay que esperar a que se pase: «Es un error inmenso decir a los depresivos que se animen», recuerda su esposa.

María José se duele de lo estigmatizada que está la enfermedad, razón por la cual no se atreven a revelar su identidad. Muy poca gente de su entorno sabe que Antonio tiene una depresión y aunque les gustaría dar un testimonio a cara descubierta no lo hacen porque creen que perderían amigos: «La enfermedad es muy dura, da miedo todo lo que tiene que ver con la cabeza y no todo el mundo lo entiende a pesar de que nadie está exento de padecerla».

Así que Antonio no lo habla con nadie. Solo cuando acude a las actividades de Asam, su zona de confort. Allí puede explayarse porque la enfermedad mental se normaliza y sabe que las otras personas le van a comprender muy bien: «Necesitábamos un espacio como éste porque nos ayudan». También se echa un cable a las familias. Los cuidadores necesitan ser cuidados «porque esto desgasta mucho, sobre todo cuando tienes que controlar todo sola para que la familia funcione», se duele María José. Antonio la mira y asiente. Para terminar, se ponen sobre la mesa los planes de futuro. Él responde rápidamente: «Morirme... Y mientras, ir haciendo».