Febrero de 1899 - Asesinan al médico de Redecilla del Camino

R.B.
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Apenas unos meses antes de que finalizara el siglo XIX, la pequeña localidad de Redecilla del Camino vivió uno de sus episodios más violentos. El que durante 34 años había médico allí fallecía asesinado en plenos carnavales

Redecilla del Camino vivió en la madrugada del 15 de febrero de 1899 la muerte de su vecino Atanasio Sáez. - Foto: Ángel Ayala

LA VÍCTIMA: Atanasio Sáez Barriocanal, que había sido durante muchos años el médico de Redecilla del Camino.

EL MODUS OPERANDI:  Los asesinos penetraron en su habitación por una escalera de mano y le asestaron tres puñaladas

EL MÓVIL: Nunca llegó a probarse.

Algo debió ver don Atanasio Sáez Barriocanal en Redecilla del Camino para querer disfrutar en esta villa de sus últimos años de vida. En ella había estado ejerciendo la medicina durante los últimos 34 años y ya en plena vejez no le apetecía cambiar de aires para disfrutar de un merecido descanso. No imaginaba, sin embargo, que, para su desgracia su jubilación y su muerte iban a estar tan cercanas en el tiempo.

A falta de familia con la que compartir su existencia, Atanasio vivía con la única compañía de su criada, Lucía López, de tan sólo 16 años de edad, la misma que, la madrugada del 14 al 15 de febrero (martes de carnaval para más señas), se despertó sobresaltada al escuchar unos golpes que provenían de la habitación del facultativo. Convencida de que se trataba de un robo, según indicó después, se levantó de un respingo de la cama, pero al ir a entrar al cuarto «escuchó los angustiosos gritos de su amo», que pedía auxilio de forma desgarradora.

Presa del miedo, salió de inmediato a la calle «sin detenerse siquiera a cubrir su desnudez» y gritando socorro se dirigió a la cercana vivienda de don Pedro Merino, donde le proporcionaron ya las ropas necesarias. Mientras se vestía y recomponía el gesto, el tal Pedro acudió a la casa de don Atanasio, para tratar de esclarecer lo que había ocurrido. Allí se encontró con dos sus convecinos Eliseo Balgañón y Bernardo Crego, que se habían personado allí alarmados por las voces de socorro de la criada.

Nada más llegar el trío investigador al lugar de los hechos descubrió una escalera de mano en la fachada, la cual permitía el acceso directo desde la calle hasta la misma habitación de Atanasio. En un intento por cerrar la salida a los ladrones, quitaron ese elemento del exterior, trasladándolo de lugar. De poco iba a servir, esta operación. Unos poco segundos más tarde caía de lo alto de la ventana el cadáver de Atanasio al tiempo que un disparo seco rompía el silencio de la madrugada.

Uno de los autores del asesinato aprovechó el alboroto que se produjo justo en ese momento para saltar por esa misma ventana y huir hacia la carretera de Santo Domingo de la Calzada en dirección desconocida. Los vecinos trataron, sin éxito, de darle alcance. Mientras tanto, «el otro u otros sujetos que se encontraban también en la casa», tomaban también las de Villadiego.

Cuando los perseguidores regresaron a la casa del antiguo médico y penetraron en el interior de su habitación se encontraron con un cuadro dantesco. Las ropas de Atanasio Sáez se encontraban esparcidas por todo el suelo y la ventana había sido destrozada a golpes de hacha. Los muebles, por último, se encontraban completamente desordenado, como si alguien hubiera estado buscando algo en concreto.

Días más tarde, el análisis del cadáver indicó que la causa del fallecimiento habían sido tres heridas por arma blanca, al menos dos de las cuales eran mortales de necesidad.

El robo apareció enseguida como el principal móvil para justificar este vil asesinato. Sin embargo, este punto quedó completamente descartado cuando en una inspección más minuciosa del lugar del crimen se encontró un fajo con 7.075 pesetas en billetes de banco, toda una fortuna para la época.

El juez Arechavaleta fue el encargado de realizar la instrucción, y pronto se encontró con el enigma que rodeó toda esta muerte. Descartado el robo como causa del homicidio, la investigación trató de encontrar alguna venganza o rencilla que el fallecido pudiera tener con alguno de sus vecinos. Este trabajo resulto infructuoso. Al parecer, en los 34 años en los que ejerció de médico en la localidad no tuvo ningún problema conocido.

La única pista fiable que pudo seguir el magistrado la facilitó la declaración de unos vecinos, que aseguraron haber visto a dos vecinos del cercano municipio de Ibrillos sacando una escalera de mano del pajar de Atanasio Sáez y colocándola en la fachada de su vivienda.

Con esa declaración como único elemento que sustentaba la acusación comenzó el juicio contra estas dos personas. Durante toda la vista oral, ambos mantuvieron con firmeza su inocencia, y las preguntas del fiscal no pudieron demostrar la implicación de estas dos personas en el asesinato.

* Este artículo fue publicado en la edición impresa el 18 de julio de 2004