Él tenía 17 años y se encontraba en Burgos, rodeado de gente por todas partes. La ciudad celebraba el VIII Centenario de su catedral y habían preparado una gran cantidad de actos que nadie quería perderse. Entonces la vio. Era ella, no había duda. La chica con la que pasó un verano, el pasado concretamente, y que pensaba que no la iba a volver a ver más.

Estaba con su familia, así que se acercó a ella despacio y se puso a su altura. Cuando ella le vio casi le estalló el corazón. ‘¿Qué haces aquí?’ ‘Hemos venido desde Valencia para ver los actos de la catedral’, respondió ella. ‘Pues lo pasaremos genial, mi hermano trabaja en la organización y me dará entradas’. Y así, juntos, se abrazaron sin importarles la cantidad de gente que pasaba alrededor.

Y luego empezaron los actos. Vieron los fuegos artificiales, escucharon conciertos, contemplaron el templo iluminado… Tenían que aprovechar porque ella solo estaría tres días en la ciudad. Y la última vez tardó tanto en olvidarle… Él también lo pasó mal, pero no iban a desperdiciar la ocasión de pasar tres días juntos. Fue en el concierto de Rozalén cuando ella le dijo que quería estar con él siempre, que podían intentarlo juntos. Y él estuvo de acuerdo.

El tiempo seguía pasando y la vida parecía que no podía ser más feliz. Pero fue con las voces blancas de los Niños Cantores de Viena cuando, escuchando como te acercan al cielo, ambos vieron que sus planes eran tan elevados que quizá eran más ensoñaciones que realidades. ¿Dónde iban a ir ambos, con sus estudios sin acabar, con sus familias en contra como ya les habían hecho saber y con la vida cuesta arriba? ¿Por qué no esperar un poco? Ambos se miraron y no necesitaron ni decírselo. La próxima vez será El Cid el que les guíe en su aniversario y volverían a verse. Pero, pasara lo que pasara, nunca olvidarían estos días que vivieron el año que la catedral cumplió 100 años más.