Los últimos curtidores

R. PÉREZ BARREDO
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Los hermanos Rocío y Jorge Domingo, cuarta generación de boteros, se han convertido también en curtidores: ahora son ellos quienes preparan sus propias pieles para las botas y pellejos que elaboran en su taller de San Cosme y que también venden fuera

Jorge Domingo, con las pieles ya secas. - Foto: Miguel Ángel Valdivielso

Mientras el pueblo se despereza con los primeros rayos del sol de enero, al final de la calle Tenerías Bajas hace ya largo rato que se trajina de lo lindo. La nave ubicada en ese punto de Covarrubias constituye una suerte de viaje en el tiempo. En su interior está Jorge, que junto a su hermana Rocío son los depositarios de un oficio secular que se está extinguiendo: son los últimos curtidores de piel para botas de vino. "Este mundo lo hemos mamado desde pequeños", dice Jorge con una sonrisa feliz mientras descuelga con mimo las pieles de cabra que ha tenido secando y oreándose durante unos cuantos días como sábanas tendidas al cálido viento del verano. Vistas a contraluz, se antojan una hueste espectral, preparada para entrar en combate. Los hermanos Domingo, boteros cuyo local de la calle San Cosme de la capital es desde hace tiempo uno icono (su negocio se remonta al año 1870) decidieron hace algo más de dos años ampliar su negocio.

No es que les estuviera yendo mal con la botería Los Tres D.D.D., pero vieron una oportunidad cuando supieron que los curtidores -una familia de Covarrubias con larga tradición en estas lides- que desde siempre les suministraron el material para sus botas se jubilaban. Y fueron valientes. Y se quedaron con el negocio. Ahora son ellos quienes curten las pieles para sus botas. Y quienes venden cueros a la docena de boterías que aún manufacturan este recipiente mítico en España. Ya sólo ellos, y otro negocio ubicado en Navarra, permiten mantener vivo un oficio ancestral: si la nave de los hermanos Domingo se encuentra en la calle Tenerías no es por casualidad.

Jorge asegura que hay que estar en forma para curtir pieles. Lo hace sin parar de moverse de un lado para otro, de cargar pieles, de meter y sacar estas en los enormes bombos de madera que forman parte del proceso, de descarnar, de estirar, de secar, de lijar... Aprendieron rápido. Y empezaron a producir a machamartillo, pegándose palizones de aúpa para poder tener material almacenado. Ya le han cogido el tranquillo al asunto y ahora funcionan siempre con la misma secuencia: empiezan con 170 pieles "hemos visto es que es la medida perfecta" una semana sí y otra no. "El proceso es largo, dura varias semanas, en torno a un mes", explica Jorge Domingo.

Cuando reciben las pieles, éstas llegan frescas, esto es, todavía con carne y con grasas. El primer paso es introducirlas en un bombo con agua, sal y conservantes, donde las pieles pasan en torno a un día; transcurrido ese tiempo, se sacan, se retira el agua, y se repite el proceso otro día más. "Con la sal se consigue que el pelo de la piel quede agarrado". Hay un tercer día en ese primer bombo, pero en lugar de con sal se bañana en bicabornato. Lo siguiente es pasar las pieles por la máquina descarnadora, que termina de quitar la carne que aún puede permanecer adherida a la piel. "Una vez quitada, las pieles pasan a un segundo bombo, el de precurtido, donde están en torno a cinco días, si bien depende de la temperatura que haga". Aún vuelven a pasar por la máquina descarnadora como antesala a otro momento clave, que es el bombo de curtido, todo ello con productos naturales, vegetales.

Frente a ese bombo se levanta una montaña de pieles húmedas que rezuman por sus costados. Pasarán un día ahí antes de darles un último toque, el de lavado. Luego serán engrasadas con agua caliente y, una vez escurridas durante un par de días, pasan una máquina que las deja totalmente limpias, escurridas y estiradas antes de que se cuelguen para el proceso de secado. "Cuanto más tiempo estén colgadas, mejor, especialmente en la época de frío". Suelen ser, explica Jorge, entre ocho y once días. Pero no termina ahí: aún hay que estirarlas y lijarlas en otras dos máquinas. El tiempo aproximado de una remesa de 170 pieles desde que empieza el proceso hasta que ya están para vender oscila en torno a un mes, subraya este curtidor. Todas las pieles que trabajan estos curtidores burgaleses son de cabra. Explica Jorge Domingo que la piel de cabra es la perfecta, la idónea para las botas porque tiene el grosor perfecto, el pelo adecuado y es especialmente domeñable porque es la más elástica.

Aunque Rocío y Jorge ya han hecho a este trabajo (ambos se alternan en estas labores), admiten que es un trabajo duro que exige madrugar mucho, meter muchas horas y realizar un esfuerzo físico notable. "Hay días en los que acabas agotado. Con esto no hace falta ir al gimnasio. A mí siempre me ha gustado cuidarme, y solía salir a correr. Ya no. Empiezo la jornada con ganas pero acabo matado", señala. "Conocemos este mundo desde siempre, lo hemos visto y vivido. Y con disposición, en esta vida se pude hacer cualquier cosa". Aunque, como al mundo entero, a los hermanos Domingo se les cruzó la maldita pandemia, están satisfechos de la decisión tomada, de haberse convertido en curtidores además de un boteros.

Estirpe de boteros. Los hermanos Domingo son la cuarta generación de un negocio que arrancó en Burgos en 1870, año en el que fabricaron sus primeras botas de vino. Desde 1926 el negocio toma el nombre de Botería de Valentín Domingo. La generación posterior, integrada por Esteban, Luis y Valentín Domingo comenzarían a marcar sus botas con un seño especial y distintivo, Los tres D.D.D., en un guiño a la inicia de su primer apellido. Hoy es un sello con garantía y prestigio.

Con idéntico esmero, entrega y talento están hoy al frente del negocio de la calle San Cosme Rocío y Jorge Domingo, que además de fabricar en su taller, botas y pellejos de vino se han convertido en nuevos curtidores. Los últimos, nada menos.