Ser padres en el pueblo y en pandemia es cosa de valientes

A.C. / Medina de Pomar
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La crisis sanitaria ha motivado un descenso más acusado aún de los nacimientos en municipios como Medina de Pomar, del 30%, o Valle de Mena, donde llega al 45%

Nacimientos en 2021 en municipios de más de 500 habitantes. - Foto: Fuente: INE y ayuntamientos

La realidad demográfica de la comarca de Las Merindades ya pinta mal en más de la mitad de sus municipios desde hace más de una década, pero la irrupción de pandemia y la crisis económica han afectado de lleno incluso a los más poblados, entre los que Medina de Pomar ha registrado una caída de la natalidad del 30% en 2021 con respecto a 2020 y el Valle de Mena, del 45%. La ciudad con mayor volumen de niños ha caído de 40 a 28 nacimientos y el Valle de Mena, de 22 a 12, a pesar de que su población es la que más ha crecido, con 182 nuevos habitantes a 1 de enero de 2021, el último dato oficial del Instituto Nacional de Estadística, respecto de la misma fecha de 2020.

En Villarcayo han elevado algo más la cifra de nacidos sobre 2020, al pasar de 10 a 13, mientras que Espinosa prácticamente los mantiene, al bajar de 9 a 8. Entre los restantes municipios de más de 500 habitantes las cifras de nacimientos en 2021 son pírricas, con 2 en el Valle de Tobalina, 1 en Trespaderne y 1 en la Merindad de Montija.

Entre los municipios de menos de 500 habitantes, en 2020 solo registraron nacimientos la Merindad de Sotoscueva (2), el Valle de Valdebezana (2), la Merindad de Cuesta Urria (1) y el Valle de Losa (1). En el resto de la comarca no hubo ninguno y en algunos municipios no ha nacido un niño en más de dos décadas. Es el caso del Alfoz de Bricia, al noroeste de Las Merindades, o el Partido de la Sierra en Tobalina. Otros, por poco no entran en este club, como Cillaperlata que contabilizó el último recién nacido en 2002 o la Jurisdicción de San Zadornil, con el último en 2006.

Esther González y Octavio Macías con sus hijos junto al mural de un anciano pintado por él.Esther González y Octavio Macías con sus hijos junto al mural de un anciano pintado por él. - Foto: A.C.

En otros casos, como el de la Merindad de Valdivielso, la cigüeña ha llegado con un bebé en 2021 y en 2018, con otro. Pero desde 2013 no había aparecido por allí. Así pues, tener hijos en el pueblo y aún más, en pandemia, parece solo cosa de valientes, como las parejas que acompañan este reportaje, Esther González y Octavio Macías, del Valle de Tobalina, y Maider Lastra y Saúl Alonso, de Trespaderne.


Esther González y Octavio Macías | Quintana Martín-Galíndez (Valle de Tobalina)

«Me encanta el trato familiar en el colegio, algo que en otros sitios más grandes es imposible»

Saúl Alonso y Maider Lastra con la pequeña Laia ante el puente medieval de Trespaderne. Saúl Alonso y Maider Lastra con la pequeña Laia ante el puente medieval de Trespaderne. - Foto: A.C.

Esther González del Prado y Octavio Macías Alegría, la pareja artística Alegría del Prado, de 34 y 32 años, respectivamente, decidieron «dejar más quietos los pies» en 2018 cuando comenzó a crecer la familia con el nacimiento de Dafne. Para entonces ya habían fijado su residencia en Quintana Martín Galíndez, pero con la niña, las estancias en el Valle comenzaron a alargarse y los viajes por diferentes países donde pintan sus extraordinarios murales, a reducirse. Hace unos meses llegó Darío, su segundo hijo y uno de los dos únicos bebés que han nacido en 2021 en todo el Valle de Tobalina, a pesar de sus 901 habitantes.

Las raíces de Esther en Tobalina y «la calidad de vida en el pueblo, el contacto con la naturaleza, con las estaciones, los alimentos de la huerta o el aprendizaje que supone para los niños» fueron algunos de los motivos de la decisión. Otra de las razones de quedarse a vivir en Quintana es que cuando pintaron el mural que rodea el patio del colegio, Esther observó «el trato que recibían los alumnos». «Me encanta como Ana (la directora)lleva el colegio, su método educativo, la relación superdirecta con los alumnos, el trato muy familiar, que en otros sitios más grandes es imposible», afirma.

Octavio viene de una gran urbe, como es la ciudad mejicana de Guadalajara, donde ambos viajan periódicamente para trabajar, y no duda en afirmar que «Quintana es un pueblo con muchos servicios, muy completo». Colegio, guardería, Centro de Salud, gimnasio, biblioteca... Octavio prefiere el medio rural donde «hay otro trato con los vecinos, otra confianza, otra confraternidad» antes que «un lugar lleno de ruido y con demasiada gente, donde es más difícil conectar y entablar relaciones con las personas y hay mucha soledad, a pesar de todo».

A Esther y Octavio les ha sorprendido ser los padres del único niño de Quintana y uno de los dos del Valle en 2021, pero aún pueden llegar nuevas familias con pequeños que sumen más alumnos cuando vaya al cole. Pese a ello, creen que «las relaciones son más intergeneracionales y eso es más enriquecedor». Sin duda, ambos están muy contentos con la decisión y ven muchos puntos positivos al medio rural.

Si se les pregunta por qué creen que otras parejas jóvenes, la mayoría, apuestan por la ciudad y abandonar el medio rural, señalan que «dicen buscar más oportunidades para sus hijos». Alguno de sus amigos pensó en instalarse en el Valle y teletrabajar, pero finalmente no se decidieron porque «los niños tienen que salir a estudiar fuera y por otros factores». Esther lo achaca también «un poco al miedo, porque no hay mucha oferta de empleo, a pesar del teletrabajo». Octavio añade que a «la gente joven le gusta el bullicio, ver tiendas... y el pueblo es muy tranquilo, pero tenemos todo el año lo que otros vienen a buscar en verano». Como artistas, solo echan de menos «el contacto con el mundo del arte y la oferta cultural, en general», pero lo compensan cuando viajan a las ciudades.

Maider Lastra y Saúl Alonso | Trespaderne

«La vida es más tranquila, con menos estrés y tampoco es tan diferente el día a día con respecto a una ciudad»

Maider Lastra Cereceda y Saúl Alonso Izquierdo, de 34 y 35 años respectivamente, son los padres de la única criatura nacida en Trespaderne en 2021. La pequeña Laia, que cumplirá un año el 19 de marzo, sonríe ajena al fenómeno de la despoblación y el envejecimiento que arrastra el municipio, donde se cuentan 313 habitantes menos que hace diez años, al bajar de 1.070 a 757.

Maider y Saúl se casaron en octubre de 2019 y ya entonces tenían claro que querían ser padres. Ella se crió en Leioa (Vizcaya), pero sus raíces familiares maternas se reparten entre Cillaperlata y Trespaderne, donde ha pasado los veranos y vacaciones. Estudió dos ciclos superiores de Formación Profesional de Administración y Turismo y desde 2014 trabaja en un supermercado en Medina de Pomar. Esa oportunidad laboral fue la que le ayudó a decidirse por establecerse en el  pueblo y, sobre todo, que Saúl, formado en Desarrollo de Proyectos Mecánicos, ya estaba trabajando en la central nuclear de Santa María de Garoña. Él se crió en Trespaderne y se formó y trabajó en Vizcaya. Pero ahora agradece mucho a su pareja el haberse quedado en el pueblo porque como dice: «Yo no me veo en otro lado. He probado todo y prefiero vivir aquí». 

Si Maider mira atrás, su balance, «en general, es positivo» aunque le inquieta el hecho de que ante la escasez de niños la guardería municipal se pueda ver abocada al cierre o también haya dificultades  en el colegio, si se encadenan muchos años con pocos nacimientos. Actualmente, Laia es una de los tres matriculados en la guardería y cuando llegue al colegio Tesla se va a encontrar una atención «muy personalizada», una de las ventajas que Maider ve a la vida en Trespaderne. No le preocupa tanto que no haya ningún otro niño de su edad, porque siempre los habrá de edades similares y los fines de semana vienen los de muchos amigos para disfrutar de su compañía.

Maider también valora el vivir «mucho más tranquila, con menos estrés y que, al fin y al cabo, tampoco es tan diferente el día a día con respecto a una ciudad, cuando estás ocupado trabajando». Aunque, a veces, si echa de menos ver tiendas, lo contrarresta disfrutando de la naturaleza con Saúl y Laia en la mochila.

Si les preguntan por qué creen que apenas se asientan jóvenes familias en el pueblo lo tienen claro. «Porque no hay trabajo». «Es cierto que hay servicios, pero falta trabajo estable y de calidad en la comarca», insiste Saúl, quien considera que «falta industria» y que «una economía no se puede basar solo en el turismo». Las administraciones, desde su punto de vista, deberían poner el foco en atraer empresas al mundo rural con subvenciones u otras medidas. Maider añade que «podrían dar ideas de negocio para que la gente venga aquí a trabajar».