"Recuerdo la metralla incandescente en mi cama"

I.E.
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Uno de los guardias civiles que se hallaban en la casa cuartel relata que vivió segundos de angustia hasta que comprobó que su mujer y su hijo estaban bien pero «muy asustados»

Dos agentes de la Benemérita contemplan el desastre - Foto: Alberto Rodrigo

«Me acuerdo perfectamente del  atentado, porque a las 4 de la mañana de aquel día estaba en la cama, pero despierto: sentí un fogonazo de luz y vi volar por encima de mí todas las cosas que habían en la habitación; una televisión de 14 pulgadas apareció al otro lado del cuarto y el marco de la ventana me rozó una pierna;había esquirlas incandescentes de metralla por todo el colchón». Ese es el crudo relato de cómo un guardia civil (llamémosle Luis, pues prefiere mantenerse en el anonimato) vivió los primeros segundos tras el atentado. Tras esos instantes de zozobra y angustia, miró a su lado y comprobó que su mujer se encontraba bien. Faltaba saber si su hijo también lo estaba. Tardó unos segundos, que se hicieron eternos, en llegar a su habitación. «No sabía qué me iba a encontrar», rememora, pero por fortuna solo «estaba asustado, no había sufrido daños».

Su familia estaba bien, pero el peligro no había pasado, ni mucho menos. Luis, su esposa y su pequeño vivían en un piso alto de una de las torres, pero ignoraban cómo se hallaba el resto del edificio. De hecho, cuando descendían observaron que los destrozos eran mayores, «las puertas de los ascensores estaban metidas para dentro». «Pensé que en algún momento iba a desaparecer la escalera y no íbamos a poder seguir bajando, pero por suerte llegamos a la planta baja», evoca.

Como guardia civil, Luis no las tenía aún todas consigo. Para abandonar el complejo solo había una salida, «una ratonera». «Existía la posibilidad de que los terroristas hubieran activado una segunda bomba para rematarlos, pero no pasó», recuerda. Después, todos fueron desfilando hasta las dependencias de la Policía Local. Al principio «la confusión fue enorme, aunque después, gracias a los móviles», fueron sabiendo que el resto de sus compañeros «no había sufrido graves daños y, lo más importante, nadie había muerto».

Las 12 horas siguientes «fuero un compás de espera». Se acercó a la casa cuartel para ver si podía subir a su vivienda, pero no se lo permitieron. Después, sí pudo hacerlo, en compañía de los bomberos, a quienes agradece, igual que a los policías locales, el trato recibido aquella noche y en días posteriores. «Rescaté los recuerdos, las fotos, esos efectos que no pueden sustituirse yendo a la tienda a comprarlos», explica. Él y su familia se alojaron con unos parientes, no quiso ocupar uno de los pisos que pusieron a disposición de los afectados varias promotoras burgalesas y la Subdelegación.

Estos diez años han transcurrido con altibajos. Las secuelas psicológicas, en su caso, se sustanciaron, al principio, en continuos cambios de humor e insomnio, y después en alguna fobia, por ejemplo, a los cristales rotos. Eso hizo que iniciara un periplo de médicos, psicólogos y psiquiatras para tratar de paliar los efectos del atentado, hasta que finalmente obtuvo el retiro en acto de servicio. Le hubiera gustado seguir trabajando en la Guardia Civil, pero fue imposible. El Cuerpo «carece de puestos» para personas que «han pasado por eso, que necesitan incorporarse al servicio poco a poco».