«El papel terminará siendo un artículo de lujo»

R. Pérez Barredo
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Benedicto Gutiérrez cierra mañana el quiosco que ha regentado en la calle Sagrada Familia durante 33 años. Sólo quedan 7 en la ciudad

El veterano quiosquero asegura sentir cierta nostalgia. - Foto: Valdivielso

Bene sonríe. Saluda afable a uno y a otro; vende unos cuantos periódicos; responde con amabilidad y gentileza a quien le pregunta por la ubicación de no sé qué comercio de la zona; un repartidor del barrio bromea con él desde el otro lado de la acera: que si se ha comprado ya unos zapatos nuevos, le dice.Vuelve a sonreír el hombre que lleva más de 33 años en el interior del quisoco de prensa de la calle Sagrada Familia. El quiosquero de toda la vida que tras toda la vida echará mañana el cierre a su negocio. Anda nostálgico, no se crean. «He sido muy feliz aquí», concede sin perder ni un solo instante la expresión risueña. Le brillan de emoción los ojillos cuando habla de su puesto, de ese microcosmos reducido pero acogedor que ha albergado su existencia durante estas tres largas décadas todos los días del año salvo tres -sábado santo, Navidad y año nuevo, que no hay prensa- desde las siete de la mañana hasta las tres de la tarde.

Benedicto Gutiérrez se jubila. Y esta es sin duda la notica que más atañe a los vecinos del barrio, que a buen seguro hoy, cuando le vean en la fotografía del periódico, tendrán palabras de agradecimiento y cariño para un tipo que no sólo les ha vendido periódicos y revistas todos estos años: ha sido también amigo, confidente, confesor y testigo de excepción de vidas, ausencias y hasta improvisadas y animadas tertulias al calor de las montañas de periódicos. Un ateneo de lo más heterogéneo este islote tan singular, por desgracia en peligro de extinción: quioscos como el suyo, que no ha tanto tiempo ocupaban numerosos puntos de la ciudad, ya son cada vez más una rareza. Sólo quedan siete en la capital. Cuando Bene abrió el suyo había cerca de cuarenta.

«Todo ha cambiado mucho. La ciudad, la sociedad, los hábitos. Tengo la suerte de haber tenido unos clientes extraordinarios, muchos de los cuales han desaparecido ya, y para los que quisiera tener un recuerdo, porque ha habido gente muy buena, muy fiel, muy leal.Este barrio es mi casa. Yo nunca les he fallado: desde la siete de la mañana en punto he abierto el quiosco.Estoy sintiendo mucha nostalgia estos días, porque este trabajo es muy bonito. Tengo una relación muy buena con los clientes, charlo con ellos. Aquí viene gente que cuenta su vida. Se hace las veces de confesor...».
Sabe, empero, que en su sector los tiempos han cambiado para mal. O claramente a peor. Internet y los soportes digitales han provocado un tsunami cuyas consecuencias aún están por evaluarse pero que se ha cobrado una víctima clara: el papel. «Las ventas han bajado tres cuartas partes desde que empecé. Internet ha supuesto un cambio enorme. No sé en qué quedará esto, pero no veo buen final, buen futuro a la prensa escrita», sostiene. También, apunta, se ha debido a que la competencia se ha incrementado: también se vende prensa en establecimientos como panaderías, gasolineras, supermercados...

No tiene un mal recuerdo de estos años. Jamás le ha importunado el frío. «Tengo un infiernillo aquí que me da la vida, pero como tengo que tener la ventana abierta... Este trabajo me ha dado cultura, relaciones sociales. La relación con la gente, con los clientes, ha sido lo mejor de todo.Soy expresivo y siempre me ha gustado hablar. Y soy lector de periódicos, claro. No he fallado nunca.He abierto el quiosco todos los días. No he cogido una baja nunca. Me operaron de una catarata pero fue durante las vacaciones. Siempre he estado al pie del cañón», apostilla. Durante los primeros años, también abrió por las tardes. Hasta que el trabajo empezó a bajar y dejó de hacerlo para poder atender cuestiones familiares. «Me di cuenta de que me estaba perdiendo muchas cosas». A su lado, siempre, ha estado su mujer, Carlota, quien también ha pasado muchas horas en el quiosco. «Sin mi mujer nada de esto hubiese sido posible», admite. El matrimonio tiene dos hijos. Uno es periodista.

Se muestra orgulloso de que su caseta es la misma con la que empezó; la más veterana de la ciudad. Extiende el brazo para decir que en ese cosmos cabe todo y se siente arropado, no como en otros quioscos, en cuyo interior caben muchas menos cosas. «Esta caseta es comodísima, una maravilla; yo he trabajado aquí muy a gusto. Cuando me dijeron que debía cambiarla me disgusté. Este es un quiosco de toda la vida». Pese a todo, por más que ha intentado que alguien tomara su relevo, no ha dado con nadie. «Esta es una vida muy esclava y la gente le cuesta.Hay que abrir todos los días, los festivos...».Le apena imaginarse el quiosco cerrado. «Ninguna de las tres personas con las que he hablado se ha atrevido. La verdad es que ahora mismo el rendimiento es escaso. Casi para sobrevivir. Llevamos ya varios años muy malos. Creí que habíamos tocado suelo pero no: aún puede ir peor. No tendría ni que haber alquiler.Tendría que ser gratis». Aún no se ha imaginado cómo será su día 2 de enero. «Me voy a acordar de mi quiosco seguro. Tendré que adaptarme a la nueva vida. Disfrutar, viajar. Todo lo que no hemos podido hacer en estos años». Una cosa tiene clara: leerá el periódico. «Eso siempre, por supuesto. Y en papel, ¿eh? Yo soy defensor del papel. Aunque me temo que algún día será un artículo de lujo leer en papel».