Fuentes, corrientes y humedades

Esther Pardiñas
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El agua es un elemento imprescindible para la vida, pero a veces genera problemas y deterioros. Bien sabe de ello la catedral a lo largo de su dilatada historia

Fuente de la plaza de Santa María. - Foto: Patricia González

Que la catedral estaba rodeada de riachuelos, esguevas y ríos es algo conocido, al igual que las leyendas con más o menos fundamento de la construcción de las catedrales en aquellos lugares donde predominaban las fuerzas telúricas y las corrientes de agua. Pero sea como fuere, en un Burgos medieval lo verdaderamente importante era la cercanía de las fuentes para el abastecimiento de agua potable a los vecindarios, para su socorro en caso de incendio, o para la realización de una higiene precaria. Todo esto hizo que desde muy pronto la canalización de aguas y la construcción de piletas y fuentes fuera un asunto primordial. Contó la catedral desde el principio con la cercanía de la fuente de Santa María, que no estaba ubicada exactamente en el lugar actual, aunque sí muy próxima. Con abundancia de agua, salvo si se rompían las cañerías, y desde el año 1447 se intentaba llevar el sobrante de ella hasta otra fuente en la plazuela del Sarmental, a donde el agua no llegó siempre, pero la hubo en 1567. En 1573 todavía pleiteaba el cabildo con el Regimiento o Ayuntamiento de Burgos por la utilización de esa agua. En 1459 el cabildo, como copropietario de la fuente de Santa María junto al Regimiento, puesto que eran suyas casi dos tercios de la casas de la plaza, colaboraba en la obra de reparación de los caños de la fuente, y en 1468 el maestre Juan (del que no conocemos el apellido) y el vidriero Pedro López, llegaban a un compromiso y obligación para ocuparse de la fuente de Santa María durante 50 años, por 100.000 maravedíes, y con la condición de que serían ellos quienes proporcionarían el plomo para los caños, que en definitiva era lo más costoso.

Sin embargo, solo 20 años después, es el maestre Fadrique Alemán quien contrata el buen mantenimiento de la fuente por cuatro años, manteniendo las canalizaciones de la pila de la calle del Azogue (en la subida a San Nicolás) y en el arca de San Agustín. Se sabe que el agua que llegaba a esta fuente de Santa María provenía de las arcas situadas en el término de Valdecardeña en Burgos. Tantas veces se reparó la fuente como veces se estropeó algún tramo de su canalización, lo que ocurría a menudo, provocando un gasto considerable, en los que el cabildo corría con la mitad del importe. La obra más cuantiosa llevada a cabo fue la de 1588, cuando se rebaja la calle del Azogue y se empiedra, trasladando la fuente más abajo, para evitar que el agua rezumara y se saliera. 

Tan importante era el acceso fácil al agua de los vecindarios que el 3 de diciembre de 1569 el rey Felipe II concedía a la ciudad de Burgos la imposición de una sisa en el vino para costear la construcción de dos fuentes en los barrios altos (los situados en torno al castillo) porque una de las causas de su despoblación, además de los incendios y la peste, había sido la falta de agua. 

En 1570 la fuente de Santa María es testigo y objeto de nuevas e importantes obras: se derriban las pescaderías del pescado fresco (que estaban situadas junto a San Esteban) y se allana hasta Santiago de la Fuente, la antigua parroquia que ocupaba el lugar que tiene hoy la capilla de Santa Tecla. Se demuelen también las escaleras que llevaban a la fuente desde San Nicolás y se traslada la fuente más abajo aún. Solo el coste de los caños de plomo en el 1591 fue de 656.370 maravedíes y de otros 436.131 maravedíes de los caños de barro, del betún y del aceite empleados.

Otra fuente que dio más que quebraderos de cabeza a la catedral fue la situada en la llamada calle Correría, Cornería o Coronería, la actual Fernán González. Y es que en frente de la puerta de la Coronería o puerta Alta de la catedral tenía el cabildo también en propiedad unas casas, que compraron los Colonia cuando trabajaban en la catedral y que después pasaron a ser del mayorazgo de los Maluenda, familia de regidores y comerciantes. Estas casas, que eran señoriales, contaban con fuente y manantial propio, y también de caudal muy abundante, tanto, que el remanente de sus aguas alcanzaba los muros y cimientos del templo, deteriorando la puerta de la Coronería. 

En 1596 Francisco de Maluenda decide comprarlas para agrandar su casa, y el cabildo se las vende con la condición de arreglar el problemilla de la fuente, que estaba causando daños considerables nada menos que a la Escalera Dorada. Como esto de las aguas era de difícil solución en 1663, el cabildo, que ya no sabe qué hacer, pone pleito a Juan de Maluenda y Tebes, regidor de Burgos, que ha heredado la casa y la dichosa fuente. Pero nada que hacer, pues a pesar de los esfuerzos en 13 de octubre de 1664 el agua del sobrante de la fuente sigue causando daños, y eso que se había desviado el caudal por la calle del Azogue. Como solución final se acordó recoger el agua en un pilón donde pudieran abastecerse los vecinos o sirviera para los casos de incendio y demás menesteres. 

A pesar de estos problemas y de la humedad que había en esa zona de la catedral, un heredero del mayorazgo de los Maluenda escogió su enterramiento justo debajo de la Escalera Dorada, en sus laterales, con lo que nunca estuvo su sepulcro libre de las infiltraciones.

En 1876 aún se realizan obras para mejorar el encauzamiento y sobrante de las aguas que manaban desde esta antigua casa señorial de los Maluenda, en estos años propiedad de los marqueses de Castrofuerte, y se cede por el cabildo el remanente de la fuente al Ayuntamiento para su utilización en la limpieza de un mingitorio. El agua se llevó desde San Nicolás mediante cañerías a la esgueva de Caldabades (actual Nuño Rasura) y de ahí hasta una pila en la Pellejería, y de este lugar hasta el alcantarillado, ya existente, en la Llana de Fuera. Hoy esta casa es conocida como el Palacio de Castilfalé.

Siempre fue el muro Norte de la catedral el más afectado por aguas y humedades, dañando terriblemente a las escayolas de la capilla de Santa Tecla pocos años después de su construcción y a la capilla de Santa Ana, una de las más afectadas. 

En el 1591 otro manantial de agua que manaba prácticamente al lado de los muros de la capilla de Santa Ana dañaba paulatinamente su fábrica, y aunque a lo largo del tiempo se intentó paliar esta situación con mayor o menor acierto, no fue hasta 1868 cuando el duque de Abrantes, Ángel María Carvajal Téllez, se dio cuenta de lo perjudicada que estaba su capilla, al solicitar permiso un par de años antes para enterrar en la cripta de Santa Ana los restos de sus padres y de su mujer María de África Fernández de Córdoba. La descripción que le hicieron de la situación fue la siguiente: «Los muros del fondo de la capilla se hallan en estado ruinoso por efecto de la humedad producida por el terraplén de la calle que pasa cerca de la altura de los arranques de la bóveda…». Y esto no era todo; al abrir la cripta la encontró inservible y prácticamente inundada, con los restos allí depositados en estado lamentable, y entre ellos se supone que se encontraban los del obispo Luis de Acuña. Hasta 1873 el ingeniero Indalecio Alza no presentó las cuentas por las obras llevadas a cabo en la capilla y por los informes que presentó para reconocer las filtraciones y descubrir las causas. Hasta 1930 no volverá a reformarse la cripta a cargo del arquitecto Julián Apraiz, y ya no aparecerán los restos de Luis de Acuña que se suponían incinerados y depositados en una caja.

Para paliar los efectos de la humedad y filtraciones de las aguas en esta zona de la catedral se recurrió a un sistema que tienen otras catedrales. Es la llamada cámara bufa, que aún hoy continúa activa parcialmente. Siguiendo este muro norte tan problemático, en sentido longitudinal, parte un corredor con bóveda de 3 metros de profundidad y unos 2 metros de altura en algunos tramos que sirve para que las aguas que salen de todos los manantiales y acuíferos que bajan desde el castillo hasta la catedral circulen por ella y de ahí hasta el río, provocando en su parte alta una fuerte corriente de aire que ayuda a limitar la humedad. El ruido que produce ese aire, que bufa, da nombre a este tipo de galerías. Se extiende la cámara desde la plaza de Santa María, donde aún se puede ver su reja,  y transcurre por la sacristía y capilla de Santa Tecla; continúa por la capilla de Santa Ana y sale por debajo de la Escalera Dorada hasta la Pellejería. Allí el canal recoge todas las aguas.

Estas cámaras de aireación no son nada nuevo; la catedral de Toledo tiene su cámara bufa bajo el claustro y la de Zamora cuenta con una en su atrio. Y así numerosas iglesias, aunque su efectividad es relativa.

No solo fueron éstas las únicas aguas que importunaron en alguna medida la vida de la catedral. En otra ocasión hablaremos de la limpieza de las esguevas y de los canales que circulaban por las casas, entre ellos el Merdancho, riachuelo a menudo infecto que recorría de arriba abajo la calle Cerrajería (hoy calle Paloma), y donde se vertían todas las aguas sucias de las casas vecinales y que tanta influencia tuvieron en las epidemias de cólera del s. XIX. 

Hoy, que estamos inmersos en una pandemia, parece que uno de los medios más efectivos para limitar su difusión es el de lavarse las manos y extremar la higiene. Si volvemos la vista atrás nos podemos dar cuenta de lo que significaba tener acceso fácil al agua limpia.