Rosalía Santaolalla

Sin entrar en detalles

Rosalía Santaolalla


Los chorros

12/08/2021

Como no tengo pueblo -que es una desgracia como cualquier otra, pero que comento en cuanto tengo oportunidad porque me fastidiaba mucho cuando era pequeña- muchos de mis agostos han sido sinónimo de un Burgos vacío, calles reasfaltadas con las líneas aún por pintar y el olor a cloro, crema y césped recién cortado de las piscinas municipales. Cuando era pequeña, la mayoría de mis amigos salían pitando a sus pueblos o a Laredo al terminar las fiestas de San Pedro y San Pablo, así que muchos días caminábamos buscando la sombra desde el barrio de San Pedro de la Fuente hasta el bus de Eladio Perlado para ponernos a remojo en El Plantío. Y así permanecíamos hasta que los dedos se arrugaban y los labios se amorataban (quien lo probó, lo sabe) y para convencer a nuestras madres de que sí, era absolutamente necesario otro Popeye de limón, que era el polo más barato. En los días que había suerte, caía un Drácula.
Podrán reeditar los grandes éxitos de las casetas de helados, pero lo que ya no volverá es la joya, aunque en aquel momento no éramos conscientes de que lo era, que nos encontrábamos en nuestro camino de vuelta de las piscinas de verano: la fuente de los chorros. La única fuente en la que aquellos chavalitos de los 80 podíamos meternos, hacernos los despistados y ante el espanto de las madres, salir con la ropa calada y volver a casa castigados. Ser niños. No era nuestro barrio, pero aquel parque de la Cruz Roja era nuestro lugar. Un lugar que ya no existe, no de aquella manera que ideó el paisajista Leandro Silva. Ya no se disfruta ni, si me apuran, se mira. Entre otras cosas, desdibujado por la costumbre de esta bendita ciudad de encargar proyectos y, cuando no se ejecutan directamente con desgana, olvidar que hay que apreciarlos, cuidarlos y mantenerlos. El agua del Plantío, por lo que sea, sigue como un témpano.