«Las enfermeras hemos sido la familia del enfermo»

GADEA G. UBIERNA
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Ahora que lo peor ha pasado, las enfermeras Rocío Santamaría, Vanesa González, Noelia Cortezón y Noelia Gallego cuentan en primera persona su experiencia

Rocío Santamaría, Vanesa González y Noelia Cortezón enfermeras en la planta de aislamiento. - Foto: Valdivielso

Rocío Santamaría, Vanesa González y Noelia Cortezón (enfermeras en la planta de aislamiento)

A Rocío Santamaría (en la foto, con camiseta de rayas) su supervisora le comunicó un día de febrero que el próximo turno lo haría en la planta de aislamiento (la séptima del bloque H) y allí sigue. Se incorporó a un espacio nunca ocupado, con el almacén lleno, pero a medio montar. «Tuvimos que pedir muchas cosas: camas, mesillas, caudalímetros, ordenadores... Al principio había cuatro cosas, pero bien. En cada turno trabajábamos una enfermera y una auxiliar e íbamos haciendo cositas», explica, destacando que, entonces, todo eran sospechas. Hasta que el 3 de marzo se confirmó el primer positivo de la capital y todo cambió. «Pasamos de tres o cuatro pacientes a ocho para una enfermera y una auxiliar, con el teléfono sonando a todas horas, sin celador, con falta de material... Ahí empezó la alarma y llegó el refuerzo», dice.

Esta enfermera, así como Vanesa González (centro) y Noelia Cortezón (a la derecha), conocen bien la realidad del coronavirus porque han cuidado y peleado por decenas de pacientes de la planta H7. Y lo han hecho en unas circunstancias difíciles de imaginar para quien no lo ha visto. «Cuando un paciente se ahoga, entras ipso facto y lo das todo; pero en este caso tienes que perder tiempo para ponerte un equipo de protección individual y prepararte para atenderlo», dicen, admitiendo que llegó un momento en el que «casi entrabas sin epi, porque entiendes que el riesgo cero no existe: entras y luego te duchas, en ocasiones tres veces por turno».

Noelia Gallego enfermera voluntaria para atender críticos en la URPA.Noelia Gallego enfermera voluntaria para atender críticos en la URPA. - Foto: Luis López Araico

Coinciden en que la sensación de no poder o no deber tocar nada ha sido muy dura, tratar de ejercer una profesión en la que la esencia es el cuidado sin apenas contacto con el paciente. «Coger una vía con unos guantes y una mascarilla no es lo mismo que hacerlo con un traje con el que el sudor te gotea constantemente por las gafas y con el que continuamente tienes que pedir las cosas a las compañeras que están fuera de la habitación porque no se han vestido. Es muy difícil», reconocen, explicando que la forma de trabajar en la planta de aislamiento es distinta a la de otros sitios: quienes se ponen el epi tiran continuamente de las compañeras que no lo llevan y pueden moverse por los espacios comunes. «Ha sido un trabajo en equipo impecable, del primero al último, del médico a la limpiadora, todos hemos sido imprescindibles», dicen.

Esa convicción de que la unión hace la fuerza es lo que, creen, les ha ayudado a sacar adelante el trabajo. «Lo peor ha sido lo emocional y la carga psicológica. Empezar el turno pensando si tendrás equipo y si podrás entrar a la habitación tantas veces como el paciente necesite», dicen, contestando al unísono que en esta pandemia, «la labor de la enfermería no ha sido solo cuidado del enfermo, hemos sido su familia y su todo». 

Ellas han vigilado su evolución y atendido sus necesidades -que han sido muchas, porque «salen de la UCI sin poder levantar el tenedor»- pero también les han cortado el pelo, afeitado, consolado, escuchado e incluso interpretado, cuando no podían ni hablar. Ellas pusieron sus móviles para que sus familiares pudieran verlos y llegaron a verbalizar y a canalizar las emociones de un lado al otro. «La donación de las tablets fue el mejor regalo que se les podía hacer a ellos y a sus familiares», afirman, destacando que no es lo mismo escuchar un parte médico que verlo con los ojos. «Te decían que estuvieras lo mínimo con ellos, pero nadie le dice a un enfermo con necesidad ‘tengo que estar el tiempo mínimo para evitar contagios’. Le dedicabas tiempo, cuatro veces más que a un paciente no ‘covid’ y luego te aislabas tú».

De las tres, solo Santamaría sigue en la planta de aislamiento y aunque recuerdan momentos de mucha tensión, sudores y lloros, creen que han crecido, en lo personal y en lo profesional. «Nos adaptamos y de la nada hicimos el todo Y nuestros pacientes salían, con eso te quedas».

Noelia Gallego (enfermera voluntaria para atender críticos en la URPA): «Me quedo con el trabajo en equipo y con los pacientes, todos súper agradecidos»

Noelia Gallego se ofreció voluntaria para ponerse en primera línea de trabajo ante la pandemia; en concreto, para cuidar de los pacientes más graves e inestables. «Me pareció lo correcto», dice esta profesional con puesto en Rayos, pero con formación y experiencia en cuidados intensivos y en manejo de respiradores. De 2007 a 2015 trabajó en la UCI y en los albores del estado de alarma, cada vez que hablaba con sus excompañeras de Cuidados Intensivos, sentía que la presión era creciente y que necesitaban manos. Y como el trabajo en Radiología menguaba, decidió dar el paso por convicción y por vocación. 

Así, mediado marzo, se encontró de vuelta en la UCI «con un volumen importante de ingresos de pacientes ‘covid’ y una situación personal un poco de agobio» por varios motivos. Primero, porque al incorporarse tuvo que aprender casi sobre la marcha a ponerse y quitarse el equipo de protección individual, algo para lo que la plantilla de UCI había sido entrenada con antelación y ella no. «Hubo un momento en el que pensé que a ver si lo iba a hacer mal, me iba a contagiar e iba a conseguir justo lo contrario de lo que quería», dice esta profesional, enlazando con su segundo motivo de estrés inicial, que fue el encontrarse con una UCI muy distinta a la que ella dejó. «Hacía tiempo que no realizaba ese trabajo y, normalmente, lo habitual era llevar a dos o tres pacientes, de cuyos cuidados te encargabas durante todo tu turno, pero en la pandemia se trabajaba por tareas», dice, explicando que eso implica que un grupo se vestía con los ‘epis’ y asumía todo lo que había que hacer a esa hora con los pacientes. «Hacer la higiene, ponerles la medicación, colocarles en ‘supino o prono’ [hacia arriba o hacia abajo, que se ha comprobado que es beneficioso para pacientes con coronavirus] ... Se trabajaba en bloques para optimizar los equipos», dice.

En esa semana de reencuentro de Gallego con los cuidados intensivos, la afluencia de críticos desbordó la capacidad de la UCI y comenzaron los ingresos en la Unidad de Recuperación Post Anestésica (la URPA). El 23 de marzo, de hecho, ya había 37 pacientes infectados críticos y el aumento diario era exponencial. La dirección del HUBUconformó entonces un equipo de enfermería para este espacio en el que su plantilla habitual, perteneciente al servicio de Anestesiología, trabajara codo con codo con profesionales de otros servicios, con poca y mucha experiencia. «Los equipos se organizaron de forma que cada uno aportara sus conocimientos y creo que fue un acierto, porque había preocupación por el bien común, íbamos todos a una y muy unidos: yo me he sentido apoyada y he sido la primera que ha intentado dar apoyo a quienes he visto más necesitados por falta de experiencia», dice, destacando que «valoro mucho el trabajo de la supervisora de la URPA, ha sido impecable, sosteniendo en todo momento a su personal». Y ahí tiene palabras también para la dirección de Enfermería y las dos adjuntas «que se han encargado de extender la UCI; una labor fundamental». 
Gallego reitera la importancia de la gestión del personal, porque cree que conformar una piña ha sido clave: para poder cuidar hay que cuidarse. Y de puertas para adentro del HUBU, eso lo han hecho entre los profesionales; para fuera, ha sido la familia. «Mi marido ha estado apoyándome y conmigo;no nos movimos de casa ninguno. Si yo lo cogía, lo cogíamos todos», dice.

Ese sostén en lo laboral y en lo emocional ha sido imprescindible para cruzar cada día la puerta de la URPA, que es un espacio abierto, enfundarse un equipo de protección individual a las 07.45 horas y saber que, sobre todo al principio - «cuando teníamos seis ingresos por turno»- había que llevarlo hasta las 15.30 horas. «Han sido pacientes muy inestables, con necesidad de una vigilancia estrecha», cuenta esta enfermera, a quien se le iluminan los ojos al explicar lo gratificante que es ver que salen adelante. «Una vez que se les cierra la traqueotomía y empiezan a hablar... Son súper agradecidos. Y es con lo que te quedas. Lo hemos pasado mal, claro, pero el trabajo se ha hecho bien». Ejemplo de ello es que, de su turno, nadie haya dado positivo en las pruebas de coronavirus. «Nos hemos protegido bien y nos hemos preocupado de que nadie se quitara el equipo solo, siempre había alguien guiándote para evitar errores, porque, cuando acabas, vas con prisa: tienes mucho calor, una necesidad tremenda de beber agua, a veces estás mareado, con dolor de cabeza...».

Gallego no oculta el estrés ni el agobio, como tampoco lo tremendo que es ser la única compañía de una persona en el momento de su muerte. «Solos no han muerto, a los míos yo les estaba dando la mano, pero fallecer acompañado de un profesional sanitario y no de la familia me parece muy duro. Yo eso lo concibo como algo familiar, en este momento y siempre», afirma.
Pero de todo se aprende y, aunque «no ha sido fácil, yo me quedo con el trabajo en equipo, porque nunca había tenido esa sensación de ir todos a una. Y me quedo con que, aun con todo, ha sido una experiencia positiva. Ves que tenemos capacidad de superación y de adaptarnos al trabajo. Y creo que si la enfermería no hubiera dado lo mejor de sí, hubiéramos tenido más muertes y peor gestión del trabajo». Y ahora, ya de vuelta en Radiología, cree que hay que destacar que, de cara a un posible repunte en otoño, «hay un aprendizaje hecho: sabemos cómo gestionar el trabajo y los equipos».