El fallido cuelgamuros burgalés

R.P.B.
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El investigador Jesús Ojeda rescata en un estudio la historia del Monumento Nacional a los Caídos que se proyectó en el cerro del Castillo pero que finalmente se trasladó a la sierra de Madrid

Fotomontaje de la cruz del Valle de los Caídos sobre el cerro del castillo de Burgos - Foto: Valdivielso

Documentándose sobre otro asunto histórico, el investigador Jesús Ojeda se topó por casualidad con la noticia del extravagante proyecto de erigir en el cerro del Castillo de Burgos, recién concluida la Guerra Civil, un Monumento Nacional a los Caídos; aquello que finalmente se llevó a cabo no en la Cabeza de Castilla, sino en un paraje madrileño llamado Cuelgamuros, más conocido hoy como Valle de los Caídos.  Siempre infalible cuando bucea en archivos, Ojeda se zambulló de lleno en este poco estudiado capítulo de la reciente historia de la ciudad, del que apenas hay bibliografía salvo el estudio titulado ‘La memoria hemipléjica’, del historiador Luis Castro Berrojo, y algunas referencias desperdigadas por aquí y por allá. Tras meses de estudio, Ojeda ha alumbrado el trabajo ‘Aquellos días en que Burgos iba a ser el Valle de los Caídos’.

En Aquellos días en que Burgos iba a ser el Valle de los Caídos narra Ojeda que el germen de esta idea surgió bien pronto, casi recién comenzada la contienda civil. Así, en noviembre de 1936 la Alcaldía recibió un escrito firmado por ‘un buen burgalés’ que proponía la realización de una gran obra monumental que diera lustre a Burgos. Y se sugiere «urbanizar el Castillo y restaurar la fortaleza- algo con lo que Franco estaba de acuerdo- así como levantar un monumento al Sagrado Corazón de Jesús, con estatuas a su alrededor representando a los actuales salvadores junto a los antiguos héroes», escribe Ojeda. La propuesta, apunta el historiador, fue abanderada por el concejal Moliner y también por el general Luis Orgaz Yoldi. Sin embargo, no fue hasta septiembre de 1937 cuando se retoma y pone en marcha esta idea, «que buscaba recibir algo del esfuerzo que las instituciones burgalesas habían aportado para el bando nacional».

Así, explica Ojeda, se creó una comisión para llevar a cabo la idea de levantar un Monumento Nacional Altar de los caídos por la Santa Cruzada que se colocará en Burgos como recuerdo constante. Suscribieron el documento los representantes de Autoridades, Corporaciones, Entidades y Organizaciones de FET y de las JONS de Burgos con el anhelo de perpetuar la memoria de todos los caídos en la Gloriosa Cruzada de Liberación de España, por medio de un grandioso monumento que hable de la gesta actual. Esta comisión decidió bautizar la iniciativa -abriendo una suscripción popular para la misma- con el nombre de ‘Monumento Nacional Altar de los Caídos’. Y estas, algunas de las sugerencias: urbanizar el cerro del Castillo, lugar señalado para el emplazamiento, trazando grandes avenidas de acceso; iniciar una intensa repoblación forestal plantando pinos con gran profusión, utilizando para la apertura de zanjas y hoyas el trabajo de presos; levantar un ‘plano taquimétrico’ del Castillo y redactar, con el asesoramiento debido, las bases de un concurso de proyectos, en los que debe intervenir un arquitecto y un escultor; el Monumento deberá llevar agregada una Biblioteca, un Museo de la Revolución, una capilla y una cripta; como el Monumento se lleva a cabo por medio de una suscripción popular, ya aprobada, se debe constituir en cada provincia una Junta de Recaudación, integrada por el Ayuntamiento, Diputación y FET y de las JONS; invitar a la prensa nacional para que inicie una intensa campaña de publicidad, llegando incluso a subvencionar a los grandes rotativos.

UNA GRAN CONSTRUCCIÓN. En su minucioso estudio, Jesús Ojeda recoge que el acta señala que al concurso podrían ‘concurrir arquitectos y escultores españoles, italianos y alemanes’ (...) por la trascendencia internacional que pudiera tener’. «La cantidad total y aproximada que estimaban necesaria para levantar todo el complejo era de 3 millones de pesetas. «La Comisión se reunía todos los lunes y jueves a las cinco de la tarde en el despacho de Alcaldía. Entre las gestiones de los siguientes días, está la visita que varios miembros hicieron al Gobernador del Banco de España-Artigas-, y al gerente de la empresa Minas del Rif, que manifestaron reunir a sus Consejos de Administración pronto, para ver la cifra que podrán aportar a la suscripción. Del mismo modo, el Ayuntamiento, por medio del concejal de Hacienda, notifica que la cantidad que se podrá aportar será de 250.000 pesetas. Se acuerda visitar a los gestores del Banco Español de Crédito e Hispano Americano, además de otros Bancos y empresas de entidad de la Ciudad. Las cantidades que se iban comprometiendo se publicaban en ‘listas de suscripción’ que encabezó el Ayuntamiento, Diputación, Caja de Ahorros Municipal, Bancos… como se ve en los recortes de prensa del Diario de Burgos».

Defiende Jesús Ojeda que el Consistorio burgalés apostó fuerte por el Monumento a los Caídos al entender que reportaría beneficios a la ciudad en el futuro al ser de obligada visita de los que, con alma reconocida, acudan a rendir acto de gratitud y admiración a los que, en obsequio de su Patria, tributaron lo más preciado de que disponían, su alma, según reza en el acta de la Comisión de Hacienda. «Desde el municipio siempre se vio este proyecto como una oportunidad de atraer a gentes de toda España, y recuperar el dinero invertido por medio de los visitantes. Una especie de peregrinaje obligado como lo ha sido muchos años el Valle de los Caídos en Madrid», indica el historiador.

A finales de 1938 la cifra recaudada es altísima: recoge Ojeda que esta alcanzaba las 923.069,55 pesetas, nada menos.Sin embargo, había cantidades -la mayoría- que aún no se habían ingresado, entre ellas, 300.000 del Banco de España, las 250.000 del Ayuntamiento de Burgos o las 50.000 que había consignado la Diputación, entre otras entidades que tampoco habían efectuado el ingreso. Así, en la citada fecha, a escasos meses de concluir la contienda, el dinero contante y sonante que obraba en poder de la Caja de Ahorros Municipal era 231.157,25 pesetas.

Aunque desde Burgos se enviaron cartas a todas las provincias llamando al rebato de esta causa, no llegó un céntimo de allende las fronteras locales, por más que las misivas fueran de lo más laudatorias, como recoge Ojeda: «Se incluyen textos que sirven de adulación a los destinatarios. Como ejemplo: ‘Navarra, la más esforzada, la noble y la leal’; ‘Valladolid, de las primeras en la lucha de la defensa del Alto del León’; ‘Galicia, la tierna y espiritual, que entregó sus hijos, y llevó sus bienes a todos, para aliviar sus necesidades’; ‘Zaragoza, la heroica, valladar infranqueable como siempre a las tropas mercenarias’; ‘Sevilla, la bella, la que se rindió amorosa al General que más la quería’».

El asunto fue enfriándose, por más que entrara en liza el afamado arquitecto del nuevo régimen Pedro Muguruza, miembro numerario de la Real Academia de San Fernando y a la sazón primo del alcalde de Burgos del momento, Manuel de la Cuesta. «Desde la finalización de la guerra y la marcha de las instituciones del gobierno hacia Madrid, se intuía que lo del monumento a los caídos en nuestra ciudad iba a tener dificultades. El peor de los presagios para los dirigentes locales y los falangistas burgaleses, impulsores del proyecto, se revelaron realidad en el verano de 1939. El 23 de agosto del que llamaban ‘año de la Victoria’, el gobernador civil escribe al alcalde para ‘llamarle la atención sobre el decreto del Ministerio de la Gobernación del 7 de agosto, disponiendo queden supeditadas a la aprobación del mismo, todas las iniciativas de monumentos en general’», escribe Ojeda.

(Artículo completo en la edición de hoy)