Refugio en tiempos de zozobra

A.G.
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La hospedería de San Pedro de Cardeña está viviendo un verano "bastante normal" cubriendo las plazas que ha puesto a disposición del público, la mitad de las habituales. Los monjes rezan a diario una oración especial para que se encuentre la vacuna

El abad de Cardeña, Roberto de la Iglesia, con Maribel Suárez, una huésped que lleva 26 años acudiendo al monasterio - Foto: Jesús J. Matías

Que en medio de la tensión, el ruido, el miedo y el estrépito que desde el pasado marzo se han enseñoreado de todo el mundo haya un lugar como San Pedro de Cardeña es un regalo. Y de los que están al alcance de la mano. La comunidad de monjes cistercienses de la estricta observancia, también conocidos como trapenses, capitaneada por el abad Roberto de la Iglesia, retomó su normalidad poco a poco a partir de mediados del pasado mes de junio -primero el culto; después, la tienda, más adelante, la hospedería y, finalmente, el turismo- y con ella ha colmado muchas ansias de espiritualidad y relax.

A pesar de que para ellos -una comunidad de 16 religiosos varones entre los 25 y los 96 años- el confinamiento es su forma de vida han sido muy conscientes de la crisis sanitaria, económica y social que se está viviendo desde hace cinco meses en España y en todo el mundo: "Claro que nos llega a pesar de nuestro encierro, somos conscientes del sufrimiento de la gente, hemos tenido familiares de nuestros hermanos que han fallecido, sabemos de la incertidumbre que existe a nivel social y aunque aquí vivimos con más calma nunca nos hemos descuidado, no desdeñamos el riesgo del virus y siempre tenemos en cuenta las medidas higiénicas y advertimos a los hermanos que las tienen presentes cuando vienen a visitarles sus familias ".

Ese regalo que supone San Pedro de Cardeña va envuelto de naturaleza, silencio, oración y hospitalidad para todo el mundo - "aquí no le pedimos a nadie el carnet de creyente", afirma el abad- y es la razón por la que desde que abrieron la hospedería prácticamente todas las plazas están cubiertas. De las 30 que habitualmente ponen a disposición del público, este verano del 2020 hay entre 15 y 20 y ya comprometidas por mujeres y hombres de todo tipo y condición, que en su mayoría cuando se alojan allí siguen el ritmo de vida de los monjes festoneado de oraciones que comienzan a las cuatro y media de la mañana.

Esa búsqueda de espiritualidad tiene todo el sentido en tiempos de zozobra como este, en el que se da la paradoja de que el mundo contiene el aliento con la vista puesta en los laboratorios que trabajan buscando una vacuna y medicamentos que pueden paliar los estragos del coronavirus pero a la vez busca explicaciones trascendentes. "En todo este tiempo hemos palpado que no somos inmortales ni supermanes, que somos muy limitaditos y que esto pasará, pero que igual llega otra cosa que nos pone en nuestro sitio y por eso la fe es un consuelo para muchos, pero no un consuelo de tontos sino que es el ánimo que nos hace avanzar, quizás por eso durante el confinamiento nos llamaron tanto, nos escribían, nos pedían que rezáramos y en cuanto abrimos enseguida llegó la gente ".

Y claro que rezan. Siempre lo hacen. Pero desde marzo dedican una oración de forma especial a que esta crisis sanitaria y social se resuelva de la mejor manera posible y que "salgamos adelante", en palabras de Roberto de la Iglesia que, aunque llenas de esperanza, no esconden una cierta resignación: "Las epidemias han acompañado a la humanidad desde el principio de la historia".

 

TESTIMONIOS

Paqui Morón, huésped: "Aquí hay algo que no puedo dejar de vivir"

No ha deshecho aún las maletas cuando nos atiende porque apenas unos minutos antes Paqui Morón, natural de la localidad malagueña de Antequera, ha llegado a San Pedro de Cardeña tras las nueve horas que son necesarias para vencer la distancia entre su provincia y Burgos, ya pesar del cansancio tiene un rato para reflexionar sobre lo que supone en su vida este monasterio cisterciense al que llega por cuarta vez. "No es gusto, es necesidad, no sabes por qué pero sabes que tienes que venir. La primera vez que estuve, al volver lloraba como una Magdalena diciendo que me tenía que quedar aquí, no sé explicarlo pero aquí hay algo que no puedo dejar de vivir ".

Durante su estancia acompañará a los monjes en todas sus oraciones a pesar de los madrugones: "Me gusta conocer los detalles de su vida, espiritualmente me hace un bien muy grande", opina esta mujer que cree que la situación que vive el mundo ha removido a mucha gente: "Optimistamente quiero pensar que todo lo vivido nos ha enseñado algo pero realistamente me da la impresión de que tenemos que vivir algo más todavía para que nos demos cuenta de que esto no es una casualidad, de que hay que mirar más allá de lo que tenemos en el día a día ".

Maribel Suárez, huésped: "Esto es la antesala del cielo"

Cuando llega el verano, Maribel Suárez se convierte en una más dentro de la comunidad cisterciense de San Pedro Cardeña y ella no puede estar más agradecida de que la hayan acogido. La primera vez que vino, hace ya 26 años y no ha faltado ni uno, lo hizo con un grupo de personas de su parroquia en Alcantarilla (Murcia) a participar en un curso de oración que impartía el anterior abad Marcos García. "Después aquello se deshizo pero yo seguí viniendo con unas amigas, que luego también dejaron de venir y yo resistí a todos los cambios. Un día pregunté a los monjes si les podía ayudar en algo y desde entonces todos los veranos echo una mano en la cocina y aquí me paso dos meses y medio. Es un regalo, entre otras cosas porque me aparto del infierno de Murcia,

Para esta mujer, cuya vida es muy ajetreada - "soy madre, abuela, secretaria de la asociación de alzhéimer de mi pueblo, catequista ..." -, venir a San Pedro de Cardeña es un respiro: "Esto me ayuda a cargar las pilas para todo el año. Cuando vengo apenas salgo en todo el tiempo, para mí esto es la antesala del cielo ".