"Burgos perdió la opción de tener un buen festival de cine"

R. PÉREZ BARREDO
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No presiden, no representan, no quieren foco...Pero son parte esencial de esta ciudad. La crónica de Burgos se escribe en las vidas de quienes ayudaron a construirla. José Manuel Payno es uno de esos hombres y esta es (parte) de su historia

Payno, asomado al Espolón. - Foto: Jesús J. Matías

* Este reportaje se publicó el 6 de enero de 2020 en la edición impresa de Diario de Burgos

Llega a la cita ataviado con su inveterada pajarita, signo de distinción cuyo origen es de todo punto prosaico y que nada tuvo ver con emular cierta elegancia británica. "Me manchaba mucho las corbatas", confiesa riendo este hombre de 79 años que ha sido empresario hostelero, librero y agitador cultural con el Séptimo Arte por bandera. El segundo de diez hermanos, José Manuel Payno vino al mundo en La Flora -calle Huerto del Rey, 2-. "Recuerdo los carros con leche que circulaban por la zona, y los preciosos tilos que había en la plaza, por donde jugaba con un cochecito que me regaló mi padre. Un espacio emblemático, La Flora".

No era la suya una familia corriente: el padre era el cónsul de Francia, y Payno mantiene vívido el recuerdo de ciertas protestas bajo la ventana de la residencia familiar, "de gente que se quejaba por el aislamiento que Francia, como otros países, estaba sometiendo a España". Fue la suya una infancia como lo deberían ser todas: feliz. Su padre le contaba muchas historias de la Guerra Civil, que nunca fue un asunto opaco en el seno familiar. En cierta ocasión, José Manuel Payno le pidió a los Reyes Magos, esos que han llenado hoy todas las casas de regalos, que le trajera un hermano (otro, habría que decir): el tercero, Rodrigo nació en febrero. Se portaron Sus Majestades de Oriente con nuestro personaje. Aún nacerían varios hermanos más en años venideros.

"Aquel Burgos era como un pueblo grande, y era una ciudad muy de barrios. Yo jugaba con los chavales del mío, al abrigo de la Catedral. Aunque luego nos trasladamos a la calle Vitoria". Payno estudió en La Salle hasta el Preu. Fue un estudiante normal, si bien brillaba en asignaturas como matemáticas, ciencias o historia. "Me definiría de notable bajo", apostilla. Fue siempre, asegura, un chaval curioso, que leía muchos de los libros que su progenitor tenía en casa, incluidas las enciclopedias. "Me gustaba investigar, descubrir cosas nuevas". De las novelas, devoró todas las de aventuras: La isla del tesoro, Moby Dick, las de Julio Verne. "Siempre me atrajo la ficción". También el deporte: jugaba mucho al fútbol (su hermano Rodrigo jugó en el Burgos CF, Celta de Vigo, Villarreal y Racing de Santander), montaba en bici y hacía gimnasia con sus hermanos en casa, donde tenían un punching ball con el que emulaban a los grandes púgiles de su tiempo. Recuerda asimismo alguna cacería con galgos.

Cuando terminó el Bachillerato hizo el Preuniversitario en Valladolid y tras un año sabático se instaló en Madrid para estudiar Ciencias Económicas, carrera que completaría posteriormente en Bilbao. En Madrid la gozó. Residió en el Colegio Mayor Hispanoamericano Nuestra Señora de Guadalupe, que en aquellos años, finales de los 50, era una suerte de Babel. "Había estudiantes de todos los países de América Latina. Recuerdo que algunos cubanos se volvieron a su país para hacer la Revolución. Hice muy buenos amigos allí", apunta.

En Bilbao coincidió con un tipo llamado Joaquín Leguina, quien terminaría siendo un relevante político socialista, y con quien trabó amistad. "Ya tenía dotes para la política", asevera Payno. La llegada del burgalés a Bilbao coincidió con la salida del futuro cineasta Pedro Olea como director del cineclub universitario, que dejó de tener actividad. "Yo propuse que se resucitara el cineclub, que me parecía muy interesante. Y me nombraron a mí director. Ya entonces me apasionaba el cine. Había conocido en Burgos el cineclub de la ACI (Asociación Cultural Iberoamericana) que estaba en la calle Vitoria, 19, en una segunda planta. Había otros dos cineclubes más: el de Don Bosco, que era de los jesuitas, y el universitario. Curiosamente, los tres se juntaron en 1958 para celebrar una semana de cine hispanofrancés aprovechando un aniversario de los Cursos Merimée [que sería el germen del posterior Eninci (Encuentro Internacional de Cine]".

Aquella primera semana de cine, evoca Payno, contó con la presencia de uno de los personajes más fascinantes y singulares del cine español: el granadino José Val del Omar, injustamente olvidado pero al que, recientemente, ha homenajeado la Filmoteca Andaluza. "Trajo una película, que fue estreno absoluto, mundial: Fuego en Castilla, que después estrenó nada menos que en el Festival de Cannes porque no quedó referencia de que lo había estrenado en Burgos, ya que se había previsto que estrenara otra película. Aunque esta película fue un éxito en Cannes (fue nominada a la Palma de Oro al mejor cortometraje documental), este resultó acallado porque ese año triunfó una película titulada Viridiana, la gran obra de Buñuel".

Siempre inquieto. Su experiencia al frente del cineclub de Bilbao fue estupenda. Tanto, que Luis Martín Santos -‘el viejo y afónico profesor’ "era un hombre excepcional, entrañable, una vida"- le pidió que montase en Burgos algo similar, y creó el Cineclub 7, que funcionó en el Cordón, y que terminaría dando paso a la creación del Eninci. Tras licenciarse, comenzó a trabajar en una empresa en Vitoria. No estuvo mucho y tras pasar por las milicias se marchó un año a Inglaterra para perfeccionar su inglés. Regresó de allí por el fallecimiento de su padre y ya no se movió. De ciudad. Porque nunca paró de hacer cosas este hombre inquieto.

No todo fue cine en la vida de Payno desde entonces. De su estancia en Inglaterra importó algo que acabaría triunfando en Burgos y en toda España: el café irlandés. Que comenzó a ofrecer en un negocio familiar que los Payno abrieron en la Llana de Afuera y que todavía hoy, por esos raros milagros que de vez en cuando suceden, sigue existiendo: el Óliver. El pub fue durante años un centro cultural y comercial: se hacían exposiciones, presentaciones de libros, conciertos de jazz... Llegó hasta boutique y librería.

"El Óliver fue un proyecto precioso, pionero. Triunfó porque fue buena idea. Lástima que se hayan perdido los libros de firmas, porque pasaron por allí todo tipo de personajes". También pasaban películas en el Óliver, en 16 mm. Aunque hacer allí cineclub les costó un disgusto: fueron denunciados por uno de los cines de la ciudad (el Gran Teatro, por más señas). "Nos pusieron una multa de 100.000 pesetas de la época. Gracias a un gobernador civil nos libramos de pagarla, porque hubiese sido el fin del negocio".

Entretanto, montó una tienda de ropa modernísima para la época en los bajos del Mercado Norte: Dorothy and Peter, que también ha cumplido nada menos que medio siglo. Y años más tarde la librería El Principito. En los albores del Eninci estrenó con éxito (y se llevó el Premio Cid) el gran Basilio Martín Patino, triunfador con la película Nueve cartas a Berta, filme que obtendría también la Concha de Plata en el Festival de Cine Internacional de San Sebastián. "Nunca me interesó la política. Y eso que me han tachado de rojo. Con decirte que una vez fui invitado a una comida que se ofreció tras un mitin de Blas Piñar, a quien yo había conocido en Madrid cuando fue director de Cultura Hispánica, y casi me linchan", cuenta riéndose.

En los orígenes del Eninci hay otro nombre clave: Antonio Grégori, periodista y cineasta. Un grande. Payno tiene palabras de agradecimiento y admiración hacia él. De aquellos años del festival solo tiene buenos recuerdos, por más que hubiese algunos años en los que no se celebró por falta de presupuesto. "Es una pena que nunca recibiéramos ayudas, salvo un año. Burgos perdió la oportunidad de tener un gran festival de cine". De la mano del Eninci pasaron por Burgos directores y actores y actrices de renombre: José Luis Cuerda, Miguel Picazo, Julio Diamante, Moncho Armendáriz, Julio Médem, José Luis Garci, Antonio Giménez-Rico, "que siempre nos avaló y apoyó mucho".

Conserva decenas de anécdotas, de momentos mágicos, como cuando Javier Bardem asistió para el pase de Días contados, que contó con la presencia del autor del libro homónimo, Juan Madrid. Recuerda Payno que Bardem le hizo una confesión entonces: que estaba enamorado de una actriz llamada Penélope Cruz... De ese mismo año evoca otra anécdota. Explosiva. Iba a pasarse Días contados en el Gran Teatro. "En un momento dado empezó a oler a humo. Se detuvo la proyección. Como no se vio nada raro, continuó. Y justo en la escena en la que estalla la bomba en la comisaría la gente comenzó a huir como alma que lleva el diablo".

"El Eninci tuvo siempre un gran éxito. Fue una verdadera pena que no pudiéramos seguir con ello. El festival tenía fuerza. En España hay más de 300 festivales de cine. Es una lástima que en Burgos no haya ninguno. Se perdió la oportunidad de tener uno que estaba especializado y asentado y que conjugaba cine y literatura. Siento nostalgia, mucha", admite. No ha dejado de ir al cine, aunque ahora reparte sus días entre Isla Antilla, en Huelva, y Burgos. Asegura que, de las últimas que ha visto, le ha fascinado Mientras dure la guerra, la película de Alejandro Amenábar. Destaca también el filme La biblioteca de los libros rechazados, dirigido por Rémi Bezançon. "Es una película excelente", apostilla. Ya no volvería a ponerse al frente de ningún proyecto de festival de cine, pero tiene muy claro que colaboraría en lo que pudiera porque no ha dejado de soñar con el cine, que es el material del que están hechos los sueños.