Sacar el dinero de un cajero automático, pagar una compra con una tarjeta de crédito -y no digamos con un teléfono móvil-, recordar las contraseñas e incluso observar los ahorros de toda una vida en una pantalla de ordenador en la que tan pronto aparecen como desaparecen de la vista genera pánico, desprotección e indefensión en una parte cada vez más numerosa de los clientes de la banca.

Son los ahorradores de la libreta, esa generación que ya suma más de 75 años y que en muchas ocasiones -sobre todo en el mundo rural- entienden su vida contabilizada en pesetas.

No solo han dado por imposible el subirse al torbellino de la revolución tecnológica de las telecomunicaciones y la banca digital, sino que ven cómo desaparecen sucursales y con ellas la persona de referencia que les permitía gestionar sus números y su tranquilidad vital.

(Más información y testimonios, en la edición de papel de hoy de Diario de Burgos)