«Nos decían que era una locura y ahora todos alucinan»

ARSENIO BESGA
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Miranda tras la barra (I) | El Amor Nunca Muere es el escenario perfecto para tomar una copa o un café, para el abuelo o para el nieto; para cualquiera

La decoración de El Amor Nunca Muere se inspira en la saga de obras teatrales El Fantasma de la Ópera. - Foto: Valdivielso

El verano de 2016 se abre el telón de un nuevo rincón en Miranda. Christian López, acompañado de su hermano Jonathan,  se embarca en el mayor proyecto de su vida: El Amor Nunca Muere. Este establecimiento se adueña de la estética de El fantasma de la ópera. Carteles, máscaras... Todo el bar es un homenaje a la obra. Es más, cuenta Christian que su intención era reflejar el mundo del teatro, pero tuvo dudas sobre el nombre. «Apolo era previsible, El fantasma de la ópera, obvio», reflexiona el hostelero, y añade: «Se hizo la segunda parte del Fantasma y se llamó Love Never Dies, El Amor Nunca Muere». En ese momento, todas sus dudas se disiparon.

La idea de estos dos familiares, y socios, disfruta ahora del reconocimiento de los clientes. Pese a ello, no siempre se sintieron tan apoyados. «Me decían que era una locura», recuerda Christian. El tiempo pasa y, a veces, con la creatividad se alcanza el éxito. «Los clientes alucinan, sacan fotos y vídeos a la decoración». Normal, pues El Amor Nunca Muere compone un espacio único, de ficción.

Por mucho que se maduren las iniciativas, siempre queda algún fleco. Para los López, con toda la propuesta definida en su mente, lo difícil era dar con el lugar. «Sabíamos cómo iba a ser, el problema era el dónde», rememora el menor de ambos. En algunas ocasiones, las respuestas están frente a uno mismo, como demuestra su historia. «La solución fue esta localización, en medio de la calle La Estación», dice Christian, en referencia al local donde se aloja su negocio y frente al que cualquier mirandés camina todas las tardes. 

Los inicios suelen ser duros, la aceptación del público tarda en llegar. Normalmente, pero no siempre. «Tuvimos una acogida espectacular desde el principio», analiza el dueño con satisfacción. El hecho de que su proyecto una a tantas personas en torno a la barra y terraza influye, no solo en la economía de la empresa, también en la dirección que toma el bar. «El negocio lo hacen tus clientes», relata Christian, «al principio el público era muy joven, pero pronto entendimos que teníamos que ampliar el abanico». Gracias a esto, cumple con una exigencia financiera y  con una necesidad de su generación. «A nuestra edad ya vas a otro ritmo», bromea. «Hemos logrado que vengan el abuelo y el nieto a tomar un café y una copa. Aquí cabe cualquiera», apostilla.

Todo iba bien tras el telón, sin embargo, la pandemia ha lastrado a la economía en general y a la hostelería en particular. «Fue un mazazo», lamenta Christian, «sobre todo la incertidumbre». La plantilla de El Amor Nunca Muere suma casi una decena de miembros que «de no ser por los ERTE, hubieran sido imposibles de mantener». Fueron meses sin levantar la verja, otros tantos con restricciones, pero ya todo se ve diferente. «No hemos salido reforzados», argumenta, «pero nos hemos mantenido, y eso es mucho».

Su peripecia se extendió también a la búsqueda de soluciones cuando estalló la crisis del coronavirus. «Fuimos pioneros en poner una carpa, es lo mejor que hemos hecho», explica el hostelero. No todo es positivo, cada idea tiene un coste, aunque puede merecer la pena el riesgo. «Es un alquiler y nunca se amortiza, pero te da la opción de abrir», confirma. Además, se muestran «agradecidos» al Ayuntamiento, pues «la ayuda económica no es suficiente, pero la mayor ayuda es la facilidad para trabajar».

Así, los vermús con música en directo, las noches con Hombres G  y los cafés sobre el escenario seguirán en El Amor Nunca Muere.