La calva

@LouMatilla
-

¿Por qué tengo que tapar mi cabeza? ¿Lo hago por mí o en realidad lo hago por vosotros?

Hace unos días, mi hija de seis años me preguntó si la gente se reía de mí porque estoy calva (porque las chicas no son calvas, decía). Tuve que explicarle que no, que nadie se ríe de mí porque ahora esté así y que si alguien lo hace pues no estaría bien porque no hay que reírse de las personas que son diferentes a nosotros.

Después de esa conversación con ella, mi cabeza se quedó pensando. Y he seguido pensando, tanto que ahora me hago varias preguntas: ¿por qué tengo que tapar mi cabeza? ¿lo hago por mí o en realidad lo hago por vosotros? ¿lo hago para evitar que todo el mundo me mire o porque vosotros no sabríais reaccionar ante algo así? ¿sería incómodo para mí o en realidad para vosotros?

Me lleva más allá mi reflexión y pienso que realmente no nos preparan para algo así ni a nosotras ni a vosotros. Estamos acostumbrados a ver chicos calvos, nadie se asombra de eso, ¿no? Pero cuando te diagnostican un cáncer de mama y te dicen que vas a perder el pelo, enseguida te hablan de pañuelos, gorros y pelucas, en definitiva: de taparte, de ocultarte bajo todo eso. Pero ¿qué pasa si yo no quiero? ¿y si yo quiero mostrarme tal y como soy para la gente vea lo que es esto? ¿por qué tenemos que ocultarnos?

Hace unas semanas, el maestro Tino Barriuso me dedicaba su contraportada del domingo en Diario de Burgos, algo que me emocionó muchísimo (gracias Tino, otra vez), había que hacer una foto para acompañar el texto, un texto que yo no sabía qué decía, pero estaba segura de que él lo habría escrito con su alma, así que yo decidí mostrar también la mía y le dije al fotógrafo que quería salir sin mi gorro. Y así lo hice. Y no sólo no me arrepiento sino que estoy orgullosa de ello, porque esa es mi imagen ahora, calva o no, soy yo. Y no creo que la esencia de una persona esté en su pelo ni mucho menos.

Volviendo a las preguntas que me he estado haciendo, os diré que he pensado en respondérmelas yo sola. Quiero saber cómo reacciona la gente si se encuentra conmigo por ahí tal y como soy. El problema que tengo es… el frío. Hace demasiado frío para salir así a la calle, así que voy a irme a un centro comercial y aprovecho para comprar algunas cosas. Allá voy (…)

Estoy en el párking, salgo del coche y me tomo unos minutos para mentalizarme de que voy a ser el centro de todas las miradas. No debería ser así, pero estoy casi segura. Me quito el gorro y avanzo. Al subir por la escalera mecánica ya me mira bastante gente, apartan todos la mirada. Cojo un carro y entro. A partir de aquí me encuentro con gente que me mira y me vuelve a mirar, otros van a lo suyo y ni siquiera me ven y otros como en la escalera, me miran pero no me quieren ver. Empiezo a sentirme incómoda, no me gusta esta sensación y quiero salir de allí pero no lo hago, yo sigo haciendo la compra. Entonces es cuando me doy cuenta de que yo me siento bien conmigo misma, me siento liberada sin mi gorro, me siguen mirando pero empieza a no importarme.

Ya he terminado, voy a una caja y allí me encuentro con lo mejor de este ‘experimento’: una niña. Una niña que tendrá poco más de un añito, una niña que me mira y sonríe, yo le devuelvo la sonrisa y ella ya no deja de sonreírme. Si duda, esto es lo que buscaba, alguien sin prejuicios, alguien a quien no le importe el aspecto que tengamos porque lo único que ve es una persona. Ella es mi esperanza y me pregunto en qué momento de nuestra vida dejamos de ser niños para convertirnos en adultos que no quieren ver la realidad. Todos deberíamos aprender de esa niña. Porque no somos bichos raros: somos vuestras mujeres, somos vuestras hijas y somos vuestras madres. Pensadlo un momento.