Todas las pistas llevaban a Lourdes

A.S.R.
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Alfonso, hermano de la burgalesa que acogió al embajador británico en 1984, se convenció de que buscaba a su hermana tras la llamada de una amiga de la universidad y tres claves: el piso en la calle Vitoria, la marca de un vino y un cumpleaños

Foto de Lourdes Arnaiz tomada durante unas vacaciones en Gran Canaria con su hermano Alfonso en 1988. - Foto: Alfonso Arnaiz

Alfonso Arnaiz huye de cualquier protagonismo. Quiere mantener su anonimato y el de su familia. Pero sabe que él interpreta uno de los papeles principales en la película protagonizada por el embajador británico en España y Andorra, Hugh Elliott, y su hermana Lourdes, la generosa burgalesa que en 1984, cuando aún era un desconocido, le abrió las puertas de su casa al verse en apuros camino a Santiago de Compostela.No recuerda a ningún joven en su casa ni siquiera que su hermana se carteara o tuviera como novio a un canadiense (con quien se sinceró Elliott en la estación de tren y le dijo que su novia tendría solución a su problema). Por supuesto, mucho menos el nombre, Eli Rubenstein, aunque después lo consultaría con su otra hermana, María Luisa, y algo sí la sonaba. Por eso, cuando esta semana su mujer y su hija le enseñaron el vídeo colgado en Twitter en el que Elliott pedía ayuda para encontrar a Lourdes Arnaiz y agradecerle su hospitalidad y le plantearon la posibilidad de que fuera su hermana, la cosa se quedó ahí. Y también el runrún.
«Coincidía el nombre y el apellido, las fechas y la ciudad. Cabía la posibilidad, pero a mí me faltaban datos», señala y confiesa que el primer empujón fue la llamada de Rosa, una amiga íntima de su hermana, compañera en la universidad, que ya se había puesto en contacto con el diplomático y le prometió que localizaría a su hermano. Lo consiguió, pero Alfonso se hizo el chico duro. Y su primera reacción fue decirle que él no era. No tardó en pensárselo mejor. El viernes, tomando un vino con unos familiares, le convencieron. Y esa misma tarde se lanzó: «Fue muy majo, me dio el pésame, que lo sentía mucho».
Durante esa conversación también le daría unos datos clave para acabar de convencerse de que el hoy funcionario de la Reina Isabel II pasó cinco días en la vivienda familiar de la calle Vitoria. He ahí la primera pista. Recordaba perfectamente el nombre de la vía. Después le contó que allí fue la primera vez que bebió vino tinto. «Me dijo que le dimos un Paternina y era el que siempre teníamos en casa». Y cuando Elliott se adelantó y le dijo la fecha del cumpleaños de su hermana, el 16 de septiembre, ya no tuvo ninguna duda. «Era yo sí o sí. Y ahí empezó todo».

Cuando Hugh Elliott conoció a Lourdes Arnaiz en el bar de la antigua estación de tren y esta le abrió las puertas de su casa, ella estaba a punto de cumplir 19 años y de empezar 2º de Filología Inglesa. Vivía en el piso que sus padres mantenían en Gamonal, a pesar de que habían emigrado a Elgoibar (Guipúzcoa), donde nacieron sus cuatro hijos, María Luisa, Alfonso, José Antonio y Lourdes. Cuando la pequeña se instaló en Burgos para estudiar, Alfonso, nueve años mayor, ya había terminado Aparejadores y trabajaba. En aquellos años andaba entre Reinosa y Segovia y los fines de semana se quedaba con su hermana en Burgos. Tuvo que ser en una de esas en la que Elliott lo vio allí. Pero por más que piensa, Alfonso no lo recuerda. Tampoco le extraña el gesto de su hermana.

«Como toda la gente joven, tenía ideas, por decirlo de alguna manera, revolucionarias. Le gustaban mucho los idiomas y conocer gente, entonces la situación no era como ahora, había más estrecheces, no se podía viajar y ella se buscaba la vida. Era muy activa, con muchas ganas de aprender», describe.

Esa inquietud la demostró cuando se manifestó la esclerosis múltiple. Estaba en Valladolid para hacer 4º de carrera, pero no pudo terminar el curso. Los síntomas la atacaron pronto y volvió a Elgoibar con sus padres, donde fallecería el 17 de noviembre de 1997. A falta de internet, se recorría las bibliotecas en busca de información y estuvo en una asociación de afectados y familiares en San Sebastián. «Conocía la enfermedad de pe a pa».

«Cuando tenía brotes era bestial, es una enfermedad tan despiadada que deshace a quien la padece y a quienes están alrededor», lamenta Alfonso y piensa en ese momento en sus padres, naturales de Royuela de Río Franco, que la cuidaron hasta el final.

Y como conoce y ha vivido de cerca el sufrimiento que la esclerosis múltiple provoca a su alrededor agradece especialmente al embajador británico su llamada a colaborar con las asociaciones que apoyan a los afectados y sus familiares.

«Ayer (por el sábado) leíamos los mensajes dejados en el vídeo colgado en Twitter con el desenlace y se nos ponían los pelos de punta. Ahora con las redes sociales, para lo bueno y para lo malo, todo se magnifica», advierte este burgalés que prefiere mantener su anonimato pero es consciente de ser personaje de una historia que ha tocado la fibra de gente de todo el mundo.

Un cuento de Navidad que todavía no ha escrito su punto final. Queda por producirse el encuentro entre el hermano de aquel ángel de la guarda y el joven al que sacó de apuros y que tres décadas después se convertiría en embajador. La invitación a su residencia oficial ya está cursada. Falta por buscar una fecha y, aunque Alfonso entiende que será un acto privado, no debería quitar ojo al móvil de Hugh Elliott.