Javier Santamarina

LA LÍNEA GRIS

Javier Santamarina


Tropas del espacio

21/05/2021

Es indudable que David Cameron ha sido el peor primer ministro que ha ostentado el cargo en Gran Bretaña. Sigue siendo un misterio descubrir cuál era su motivación. Es una pregunta lógica, ya que los criterios de servicio no abundan en los gobernantes y suelen ser las más bajas pasiones motores de sus actos; véase, la ambición, el ego o el simple poder, son la base de sus acciones. Cualquier dirigente moderno dará más importancia a la última encuesta realizada o preferirá construir un relato convincente desarrollado por su experto de comunicación, que entablar un diálogo sincero con sus votantes. Desgraciadamente, las últimas noticias parecen indicar que Cameron, David para los amigos, tal vez no fuera solo un pésimo primer ministro.

Hago esta extensa introducción para rechazar la brutal crítica que está sufriendo el líder laborista británico, llamado Keir Starmer. Muchos dirán que ha sufrido una humillante derrota al perder feudos que antaño parecían inexpugnables. Incluso The Times se atrevía a vislumbrar una década de gobierno del explosivo Boris Johnson. La realidad es más compleja. Para empezar, las debilidades de David Cameron se las podemos atribuir a Boris Johnson elevadas al cubo, aunque mucho me temo que su vagancia existencial es marca de la casa. Así que es prematuro hacer predicciones.

Lo relevante no es su victoria, sino su programa. El partido conservador ha ganado no por aplicar su cuerpo ideológico, sino por renunciar a el. El nivel de intervencionismo, gasto público y paralización económica es más propia del partido comunista que de los tories. Se ha apostado por imprimir dinero generando deuda, confiando que el futuro aliviará la carga. Tanto es así, que la poderosa subida de impuestos se ha pospuesto al 2.023. Cierto es que el gobierno ha tenido la honestidad de avisárselo a los votantes, pero todos somos conscientes que en una democracia, la gente piensa solo en su presente y dos años es otra galaxia.

En política, lo más importante no es gobernar sino convencer con las ideas. Por ejemplo, Emmanuel Macron ha conseguido destrozar a los partidos tradicionales franceses y ser presidente de la República. La gran incógnita es preguntarse qué alternativas le quedarán al país cuando se cansen de él. Las derrotas electorales fruto de las ideas fortalecen la democracia, mientras que los insultos la debilitan y la demagogia descalifica a quien la utiliza. El programa electoral debería ser el mapa del votante.