Reencuentro deseado, aunque sin caricias

ALMUDENA SANZ
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La apertura con restricciones de librerías y bibliotecas propicia que los lectores reanuden su relación con la compra y el préstamo de libros, pero sin poder tocarlos ni recorrer las estanterías

En Hijos de Santiago Rodríguez han colocado un mostrador en la puerta y solo dejan pasar a dos clientes para ver 'el género' y con el 'prohibido tocar'. - Foto: Valdivielso

Víctor Manuel Martínez confiesa que sí, que echaba de menos entrar en una librería, intercambiar unas palabras con su librero de cabecera, anticiparse a la emoción de saber que pronto se adentrará en títulos que se quedaron pendientes con el inicio del estado de alerta; y sí, también confiesa que se muere por recorrer las estanterías, tocar los libros, abrirlos, olerlos, coger uno, dejar otro, ir a por el de más allá que le hace ojitos... Esas caricias aún tardarán un poco más. De momento, se conforma con entrar a Luz y Vida y llevarse Astérix. Las citas latinas explicadas, que ya le tenía preparado su librero, Álvaro Manso. La fase 0 adelantada en la que se coló Burgos este lunes permite entrar en una librería y comprar, pero aún prohíbe recorrer las estanterías y tocar los volúmenes. La novedad respecto a la semana pasada es que tienen las puertas abiertas y han dejado atrás la cita previa, que para unos ha sido una grata sorpresa y para otros un fiasco. Paso a paso, la rutina vuelve a estos pequeños refugios de los lectores.

Una normalidad a la que, como a casi todo en estos tiempos de coronavirus, hay que encerrar entre comillas. 

Las colas formadas fuera de los locales, el olor a desinfectante al cruzar la puerta, el bote de gel a la entrada o la línea invisible o parapeto físico que impide al cliente adentrarse en ese paraíso que para todo lector son las hileras de ejemplares forman parte de esa nueva realidad. Tras la entrada en la fase 1, previsiblemente el lunes, se levantará esa barrera y entonces los visitantes deberán ponerse guantes de plástico, como en la frutería, para tocar el género. Las comillas han llegado para quedarse.

Estos detalles son minucias para los libreros y para los lectores, ávidos de un deseado reencuentro que, por fin, se ha producido.

«¡Qué alegría tengo! No sé los libros que venderé, no me importa. Solo por ver a mi gente, que está viva y sana, y que vienen unos a comprar y otros a mostrar su satisfacción porque estás abierta y bien de salud, vale la pena haber pasado esos dos meses horribles», expresa Pilar Pérez-Canales, de la librería del Espolón, quien, tras ese derroche de efusividad, admite que está contenta y triste, «por el trato social que se da al resto de comercios que no es la hostelería. ¿Alguien habla de las zapaterías, las mercerías o las librerías? ¿De estas tiendas pequeñas que estamos a pie de calle? No habla nadie y duele un poco. Me da rabia que no se vea a las librerías como parte imprescindible en la vida cotidiana». Este enfado se la olvida en cuanto ve en El Espolón a otro cliente esperando. 

Esas conversaciones cómplices entre dependientes y lectores son la banda sonora en el interior de Luz y Vida. Aún huele a desinfectante. La limpieza es una de las claves en esto espacios. Un cartel pegado en la puerta da cuenta de todas las medidas de seguridad. Aun así, Álvaro Manso llama la atención sobre la confusión que existe aún sobre si los locales están abiertos o no, si hace falta cita previa o no, si... La misma observación la realiza Lucía Alonso, de Hijos de Santiago Rodríguez: «La gente no acaba de enterarse, muchos no saben si pueden pedir, si necesitan cita previa... ¡Como cambia todo de un día para otro! Pero la respuesta de la gente está siendo fenomenal. Estoy emocionada porque pensé que iba a haber más miedo o que les echaría para atrás no poder entrar». 

La misma alegría reconoce el dueño de Luz y Vida, feliz de ver las ganas en la gente y el apoyo demostrado en, entre otras, la campaña Apoya tu librería (este local de Laín Calvo además ha sentido ese calor en su recién creado Club de Socios). 

La mañana sigue. Tras Víctor Manuel, contento con su Astérix y por saludar de nuevo a su librero (la pasada semana llegó con cita previa a por Y Julia retó a los dioses), entra David Palacín. No es la primera librería que pisa, estuvo en Música y Deportes y en Mar de Hojas. Hace hincapié en que una de la razones que le llevan a tirarse a la calle es ayudar al pequeño comercio: «Ahora que empiezan a subir las persianas lo agradecen un montón. Mola mucho echar una mano». 

Ese ánimo de apoyar es la primera razón que da Luz en la cola de Amábar (calle San Pablo), donde se mezclan los clientes de la papelería, caso de Carlota, que va a fotocopiar unos apuntes, con los de la librería, y una de las claves que recalca Víctor Adot, de la librería infantil La Llave, en Gamonal. «La gente está muy concienciada con el apoyo al comercio de proximidad. Muchos han aguantado para ayudarte en la reapertura», agradece este librero, satisfecho con continuar con su aventura, aunque sea en compañía de esas comillas que visten la nueva normalidad.