El Rock se queda sin casa

R.C.G
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El bar Sandra, un lugar de culto para los melómanos, cierra sus puertas tras 45 años

El Rock se queda sin casa

Para algunos es un templo, para otros un oasis en el que dan descanso a sus oídos entre tanto ritmo comercial. Otros acuden fieles a su cita dominguera a comer un champi mientras mueven su pie al ritmo de los riff de guitarra que suenan de fondo. En cualquier caso todos se quedarán sin su refugio favorito a finales de este mes porque el Sandra bajará definitivamente la persiana. El rock se queda sin casa.

Corría 1974 cuando el matrimonio Oca Mariñán decidía abrir un bar al que bautizó con el nombre de la pequeña de la familia. Fue el año en el que Abba ganó Eurovisión. Y es que desde entonces en la vida de Toño, en cualquier recuerdo se cuela una referencia a la música. Era todavía un chaval cuando sus padres pusieron en marcha un garito que ya por entonces destilaba un buen gusto que se ha ido refinando con el tiempo.

El Sandra es uno de esos sitios de culto en los que tomarse una caña se transforma casi en una actividad cultural. Es una universidad de la vida de la que es imposible irse sin haber aprendido algo nuevo. Se imparten lecciones, pero también se reciben. "Soy un privilegiado por haber podido dedicarme tantos años a poner la música que he querido, pero también por haber conocido a mucha gente con unos conocimientos increíbles que han decidido compartir conmigo", asegura el propietario.

Entre los más de mil títulos que componen la discografía de cabecera de Toño es posible encontrar desde los Kinks a Dr.Feelgood o Attilio Mineo porque cada momento tiene su canción. Ha sido el encargado de poner la banda sonora de miles de mirandeses durante décadas y aunque resulta imposible elegir la suya entre tantos himnos, seguramente en el repertorio no faltaría un disco de la orquesta de James Brown.

La primera vez que escuchó al artista estadounidense supo que acababa de abrir una puerta a un nuevo mundo que ya no iba a poder cerrar nunca más. Sin el Sandra quizá su rumbo hubiera sido el mismo, pero sin duda el bar fue el aliciente perfecto para forjar ese carácter de rockero indomable que mantiene vivo a pesar de que ya peina canas. "Mi padre nos dejaba siempre pinchar y así fuimos descubriendo muchos grupos, aunque a veces le volvíamos loco con el volumen", rememora entre risas.

Para un melómano como él, recordar aquellas interminables jornadas que se prolongaban hasta la madrugada y que obligaban a la familia a dormir en la parte de arriba del local porque no les daba tiempo a regresar a casa, es lo más parecido que existe a un paraíso terrenal. "Disfrutaba mucho del ambiente que se respiraba en la ciudad y en el bar en aquella época", admite.

Cuatro décadas detrás de la barra le han doctorado en psicología nocturna. Con un simple vistazo sabe la música que quiere cada cliente y ha sabido ganarse una fauna de lo más variada, que se mantiene fiel aunque siempre hay sitio para nuevos fichajes. "Me gusta ver que vienen chavales jóvenes que les gustan otros estilos como el rap pero que valoran la música que se pincha aquí", asegura Toño, quien cree que la clave de haber sobrevivido sin perder la esencia al huracán que imponen las modas generacionales, cuando el resto ha ido bajando la persiana o cambiando de estilo, se la debe a su colección de vinilos. "La música es arte y el buen arte nunca pasa de moda. Igual que un cuadro pintado hace siglos te sigue emocionando ahora, las canciones compuestas en los 70 siguen vigentes. Además lo que descubres ahora, aunque se hiciera hace muchos años, para ti es actual", afirma.

Cuando el tocadiscos empieza a girar, el reloj se para. No hay prisa para hablar con Toño de música. Sabe que echará de menos cada una de esas conversaciones y por eso la decisión de cerrar no ha sido fácil. Su voz entrecortada cuando habla de ese momento delata que le ha dado tantas vueltas a su cabeza como veces ha sonado en el Sandra el disco de sus amados Ramones. Pero el cansancio y la necesidad de dedicar más tiempo a otros horizontes personales han pesado más que la nostalgia. Y eso que uno a uno los parroquianos más fieles han tratado de persuadirle. No ha sido posible, así que enero se convertirá en una especie de funeral con el muerto presente para que todos puedan darle su último adiós. Eso sí, con alegría y fiesta.

Toño aún no sabe cuál será el último tema que sonará en el Sandra. Candidatos para semejante momento sobran. Sea cual sea la canción finalmente elegida, cuando se apaguen las luces y salgan los clientes, cumplirá por última vez con el ritual del que tantas noches disfrutó. Encenderá el tocadiscos, pondrá lo que le pida el cuerpo en ese momento y, mirando a la nada, dejará que la música entre por cada poro de su piel.