El callejero del miedo

Angélica González
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Las burgalesas caminan con temor por más de una treintena de zonas de la ciudad. Baja iluminación, escasa vigilancia y falta de comercios o casas habitadas son algunas de las razones por las que las calles se vuelven inseguras para las mujeres

El callejero del miedo - Foto: Miguel Ángel Valdivielso

Es cierto que Burgos no es una ciudad violenta. Las cifras lo dicen y los mandos de las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado que aquí operan llaman a la ciudad ‘balneario’ por el bajo número de delitos en comparación con otros puntos del país. Pero esos mismos números tranquilizadores han experimentado en los últimos años un crecimiento singular en el apartado de los delitos de carácter sexual de los que son víctimas mayoritariamente las mujeres. Recientemente, este periódico publicaba las cifras de este tipo de agresiones e informaba del crecimiento de hasta un 40% de los casos que investiga la Fiscalía, un aumento que tiene que ver más, según las expertas, con el hecho de que ahora hay más denuncias porque las mujeres ya no se callan ni ocultan cualquier abuso del que son víctimas.

Y a pesar de que existe una mayor conciencia, lo que no abandona a las mujeres es el miedo a ir solas por determinadas zonas de la ciudad y a unas horas concretas.  Históricamente las calles vacías y oscuras no han sido nunca un buen escenario para jóvenes y mayores, que siempre han buscado ir acompañadas por las noches, y es otra verdad incontestable que las familias se ocupan de que nunca vuelvan a casa solas, algo que jamás ha ocurrido con los varones, que, obviamente, también tienen más riesgo de sufrir un ataque violento en espacios poco visibles u oscuros.

Pero hablamos de mujeres. Las que más y las que menos tiene sus estrategias cuando caminan solas a deshoras y en zonas que por diferentes razones provocan más temor que otras: avisar cuando se llega, desistir de ir a pie, tomar un taxi y pedir al conductor que espere mientras se sube a casa o llevar las llaves en la mano para abrir rápidamente el portal o, dado el caso, para tener un elemento con el que defenderse de algún ataque. Porque las mujeres son siempre las víctimas de agresiones sexuales, muchas veces en lugares de difícil visibilidad o de intrincada arquitectura que permiten que pasen desapercibidos hechos que a plena luz del día y en una calle concurrida no ocurrirían.

Estos lugares existen en todas las ciudades y muchas de ellas (Valladolid, León, San Sebastián, Gijón, Logroño, Murcia...) ya han elaborado sus ‘mapas del miedo’, es decir, han identificado cuáles son las zonas que mayor temor provocan entre el colectivo femenino para, después, implementar medidas como aumentar la vigilancia o la iluminación. En Burgos, la Asociación para la Defensa de la Mujer La Rueda lo solicitó al Ayuntamiento en el año 2017, una petición que cayó en saco roto, aunque desde la Comisión de Urbanismo y Género formada dentro del Consejo de Igualdad, de carácter municipal, se vienen dando algunos pasos en este sentido: «Desde el año 2015 trabajamos en ello como buenamente podemos, haciendo hincapié en la iluminación y en la mejora de diferentes zonas de la ciudad. Las mujeres vivimos la ciudad en transporte público y andando y no hacemos recorridos rectos sino que de casa al trabajo compramos, vamos al colegio a buscar a las criaturas, hacemos recados... y vamos interconectando zonas, por lo que nos damos cuenta muy bien de los puntos conflictivos que, por otro lado, van cambiando, es decir, una zona que está deteriorada y se arregla pasa de ser un lugar por el que no caminas a transitarlo con tranquilidad», explica Chus Rodríguez, representante de La Rueda en ese órgano.

Este periódico invitó a Rodríguez junto con Laura Pérez de la Varga, presidenta de La Rueda, y las arquitectas Nuria Jorge y Amparo Gómez, del estudio AJO, a analizar la ciudad de Burgos desde el punto de vista de la seguridad de las mujeres e intentar elaborar una suerte de mapa que incluyera los puntos más peliagudos a la hora de caminar solas y con libertad. Y de esa conversación y de una encuesta de carácter informal a través de las redes sociales surgió un listado de cerca de treinta puntos en los que casi todas coinciden en temer en determinados momentos y por distintas razones.

Ahí van algunos ejemplos. Espacios luminosos y muy agradables de día por la vegetación y la animación de la gente que camina o pasea en bicicleta como el Paseo de la Isla o el Parral se convierten a la caída del sol en lugares por los que la mayoría de las mujeres prefieren no caminar solas. La arquitecta Amparo Gómez puso sobre la mesa, en este sentido, la posibilidad de que por las noches el Parral se pudiera cerrar, como ocurre en otras ciudades con espacios de características similares. Las calles que rodean la Catedral como Fernán González o Cabestreros (donde, paradójicamente, se ubica la Casa de la Mujer, muy poco accesible, por otro lado, para personas con discapacidad) y otras zonas con baja densidad de vecindario como la calle Santa Águeda (por la zona del Teatro Clunia), el paseo de Los Cubos o el parque de Cruz Roja han encontrado un lugar en esta lista en la que, lógicamente, habrá ausencias. «Lo suyo sería que el Ayuntamiento hiciera una encuesta significativa entre las mujeres para saber exactamente cuáles son los puntos más negros y tomar medidas para que la calle, a cualquier hora, sea un lugar tranquilo para nosotras», afirmó Laura Pérez de la Varga.

También, además de calles, se destacan puntos muy concretos: las traseras del colegio Campolara (junto a las oficinas de Adif), el acceso desde la plaza de Santa Teresa a la calle Molinillo paralelo al centro de salud de Santa Clara, la calle Santa Dorotea o el entorno del Silo y las piscinas de Capiscol, espacios que tienen en común, como destacan las arquitectas, la baja densidad de población: «Son muchos los factores que pueden hacer que las mujeres tengan percepción de inseguridad en una zona determinada de la ciudad: la iluminación, la falta de viviendas, el hecho de que haya comercios o establecimientos de hostelería que cierren todos a la misma hora», remarcan Nuria Jorge y Amparo Gómez, quien recuerda que en San Sebastián, tras mapearse los puntos negros de la ciudad, se intentó revertirles a través de intervenciones artísticas: «Hay múltiples soluciones aunque no solo desde la arquitectura se pueden resolver estos problemas, hay que implicar de forma transversal a toda la ciudad».
El denominado polígono docente (que fuera de las horas lectivas es un erial), las traseras de los números pares de Reyes Católicos, el túnel junto a la autovía y a las calles Legión Española y Cervantes, el paseo de la Quinta, La Camposa (calle San Francisco), el parque de Buena Vista, la calle Manuel Altolaguirre y la zona no urbanizada del entorno del colegio Juan de Vallejo, la calle Pessac, la calle Guadalajara, la calle Nevera, los pasajes Fernando de Rojas y del Mercado, el parque de los Poetas y hasta el Espolón por el lado del río, son puntos que aparecieron en la encuesta informal de DB. Los barrios de las afueras y las zonas residenciales de más reciente construcción tampoco se libraron de ser señaladas.

 

APARCAMIENTOS Y PORTALES

Otros espacios en los que las mujeres no se sienten cómodas son los aparcamientos, tanto públicos como privados. En algún comentario aparecieron, incluso, los accesos al de la Plaza Mayor a deshoras y el que se encuentra entre las calles Alfonso XI y Severo Ochoa. Y en algunos portales -que no son espacios públicos pero tampoco tienen la privacidad de una casa- da también mucho miedo quedarse sola. Las arquitectas explican que los llamados vestíbulos de independencia y otras medidas que se toman por seguridad en virtud de la normativa de edificación han hecho que se creen espacios muy pequeños, recovecos en los cuales las mujeres se pueden sentir muy inseguras. En este punto, la presidenta de La Rueda recordó el espacio del portal en el que fue violada la víctima de La Manada, en Pamplona.

«Queda mucho trabajo por hacer -apunta Nuria Jorge- y sería interesante llevarlo a cabo porque si mejora la seguridad la ciudad mejora para todo el mundo». Coincide con su compañera en que no hay soluciones mágicas para estas zonas y en que no es una cuestión que concierna únicamente a las técnicas: «El urbanismo por sí solo no lo puede resolver, tiene que haber una amplia participación porque la seguridad es también una cuestión de educación».