Cualquiera quiere lo mejor para su hijo. Lo contrario sería esperpéntico. Mañana arranca la campaña de vacunación para menores de 5 a 11 años. Nuevo reto para España, junto con la dosis de refuerzo. No estamos para bromas con contagios al alza, una nueva variante y la Navidad a la vuelta de la esquina.
Pero, ¿por qué inocular el suero a un niño con buena salud si la población infantil suele pasar la covid de forma leve?, ¿por qué privar a un menor de los beneficios de la vacuna hoy y a futuro?, ¿inocular a un niño sano para proteger a los adultos?, ¿ignorar que la inmunidad infantil ayuda a frenar la pandemia? En la disyuntiva, ¿debe inclinar la balanza el hecho de que el índice de transmisibilidad esté más o menos alto?, ¿sería razonable esperar ante posibles efectos secundarios a largo plazo? El dilema, ahora, está en el lado de los padres. Con la responsabilidad, como desde el día que cada niño recibe la primera de muchas vacunas pautadas y aconsejadas, de decidir qué es lo más conveniente.
Lo cierto es que hay una nueva profilaxis que genera cierta controversia, pese a que esté recomendada por la Asociación Española de Pediatría, aprobada por la Agencia Europea del Medicamento, administrada a cinco millones de menores en EEUU y con varios países a punto de dar luz verde a la dosis en esta cohorte. Otro debate distinto es si la prioridad son los pequeños o más vacunas en países a los que no llegan.
Nos asesoramos para todo. Buscamos contrastar. Cómo obviarlo en cuestiones de salud. La inquietud puede ser lógica, por ser nuevo. Pero resulta inviable que instituciones con autoridad recomienden un suero inseguro, que no proteja o sea ineficaz para niños sanos. Contrasten, pero con su pediatra de referencia o su fuente fidedigna dentro de la comunidad científica. Hace un año se administraban en España las primeras dosis. Hoy, la incidencia más alta está entre menores de 11. Yo sí creo en la medicina preventiva, en los beneficios sobre los riesgos y en la protección comunitaria. Vacunar es responsabilidad social.