Alcoholismo al descubierto

G.G.U.-A.S.R.
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El grupo Libertad de Alcohólicos Anónimos celebra 39 años en Burgos alertando de que la pandemia ha hecho aflorar adicciones y subrayando que, a pesar de las limitaciones, siguen en activo para ayudar. El único requisito, querer dejar la bebida

Con la pandemia, el alcohol se consume más en hogares y en botellones. El anonimato es una de las banderas que ondea Alcohólicos Anónimos desde sus comienzos. - Foto: Luis López Araico y Patricia

Primero fue el confinamiento domiciliario y el tener que estar 24 horas con la familia; luego, en otoño, el cierre total de la hostelería; y, ahora, la imposibilidad de beber en interiores. El alcohol se está consumiendo, sobre todo, en casa y eso
ha dejado al descubierto adicciones que antes se disimulaban, además de repercutir en el grupo de Alcohólicos Anónimos de la capital, Libertad. En los últimos trece meses han recibido más llamadas de lo habitual y varios integrantes coinciden en que «se ha notado mucho; antes podías esconderte y, aunque llegaras tocado a casa, en la familia no sabían hasta qué punto bebías. Ahora, sí». 

Tras buena parte de esas ‘nuevas’ peticiones de ayuda, de hecho, están los familiares que han comprendido, de golpe, que conviven con una persona alcohólica. «Desde el final del confinamiento han venidos con asiduidad unas seis personas nuevas, pero, al mismo tiempo, hay compañeros que en marzo de 2020 empezaban a acudir a las reuniones y no han vuelto a aparecer», lamentan, señalando que otros, veteranos, forman parte de colectivos de riesgo ante la infección por coronavirus y tampoco han podido regresar a la sede, en la calle Severo Ochoa, 53.

La pandemia ha trastocado el funcionamiento de Alcohólicos Anónimos, cuya estrategia, muy definida en todo el mundo, se basa en el contacto interpersonal. Las reuniones periódicas presenciales son el pilar de cada grupo y los participantes asumen, entre otras cosas, su sostén económico con aportaciones voluntarias. No hay financiación pública ni ayuda de entidad política, religiosa o social alguna. Solo la contribución de los miembros que, en el caso de Burgos, han conseguido que Libertad celebre ahora su 39 aniversario con el reto de garantizar que las limitaciones que impone la crisis sanitaria no impidan seguir ayudando a quien tiene necesidad. Aunque no siempre lo sepa o no lo quiera saber.

Pero las reuniones, ahora, tienen que celebrarse con un número más reducido de asistentes -solían ser diez o doce por sesión y ahora deben ceñirse a lo que determinen las autoridades sanitarias para cada momento-, con mascarilla y prescindiendo de rutinas como el darse la mano al final, cuando se suele compartir una reflexión en voz alta. «La parte del contacto físico se echa mucho en falta, pero es lo que hay y es verdad que con la mirada también pueden decirse muchas cosas», explica la responsable de divulgación en Libertad, una mujer a quien llamaremos María, dado que, por razones obvias, su identidad real se preserva.

Así, el principal objetivo tras el confinamiento domiciliario de 2020 fue recuperar los encuentros presenciales y mantenerlos. «En la época en la que podíamos ser diez, las hacíamos diarias, ahora son dos veces a la semana», añaden, en alusión a los martes y a los jueves, de 19.00 a 21.00 horas. Hay quien lleva décadas sin probar una gota, pero sigue acudiendo a las sesiones con puntualidad británica porque se han convertido en una suerte de cordón de seguridad permanente. 

Uno de los más veteranos en el grupo recalca que «yo ya no vengo porque beba, sino porque, si no lo hago, estoy como aburrido, con apatía... Sé que voy a ser alcohólico toda la vida y, ante un mal momento...». La asistencia periódica le recuerda así que es un enfermo y, dice, le mantiene sobrio desde hace varias décadas. «Pero aquí lo que funciona es ‘el quieres’, no ‘el tienes que’. Alcohólicos Anónimos ayuda al alcohólico a conseguir dejar la bebida por sí mismo», recalca, mientras María y otros usuarios, también con años de reuniones a las espaldas, remachan sus palabras aseverando que «el único requisito para venir es querer».

Más adelante, «cuando se pueda», el grupo retomará las reuniones en la cárcel y la información pública, en mesas informativas que buscan conectar con la persona alcohólica. Para saber si es una de ellas, basta preguntarse si dejar las copas cambiaría para mejor su vida. Si la respuesta es sí, hay un problema. Pero puede tener solución. Y en caso de duda, en el 646 78 95 50 le pueden ayudar a resolverla.

Lara (usuaria desde hace dos meses): «Ahora me siento bien. Física, moral y también espiritualmente»

Hasta la pasada Navidad, Lara se bebía «una o dos botellas de vino» al día, pero negaba que ella fuera «una borracha». Bebía en casa y en la calle, pero seguía sin reconocer que tuviera un problema. El pasado 31 de diciembre, su marido y ella se reunieron con una pareja y la situación se le fue de las manos al punto de caerse por la escalera y no poder tenerse en pie -mi marido «me sacudía para que reaccionara»- romperse el coxis y no ser consciente de ello hasta el día siguiente, por un dolor que no podía explicar.

Una hermana se puso seria y le animó a contactar con Alcohólicos Anónimos, cosa que hizo y a cuyas reuniones es asidua desde febrero. «Aquí me siento bien. Física, moral y espiritualmente». ¿Por qué bebía? «Buscaba algo y no lo encontraba», concluye.

María (usuaria desde hace cuatro años y medio): «Estas reuniones son mi chute de energía. Las necesito»

Cuando María salió de su primera reunión de Alcohólicos Anónimos, hacía cinco años que no respiraba sin la congoja que la presionaba el pecho. Nunca antes se había sentido tan comprendida y tan liberada como en ese momento. Unas difíciles circunstancias personales la hicieron caer en una depresión. «Sin saber cómo ni de qué manera me refugié en el alcohol». Tenía 44 años y la atrapó. Nunca había probado una gota, ni de joven. Las dos cervezas de los primeros días se fueron convirtiendo en más, y en más, y en más. «Estuve cinco años bebiendo a saco. Todos los días, a todas horas». Lo hacía solo en casa, tenía dos hijos pequeños y la situación tornó en insoportable. «Lo intenté dejar muchas veces, creía que podía yo sola con ello, pero nunca pude». 

Hasta que un día tocó fondo. Decidió que no quería vivir. Ese fallido intento de suicidio fue la bofetada que la empujó definitivamente a decir basta. Hasta ahí había llegado. Necesitaba ayuda. La hablaron de la asociación, llamó por teléfono al 646 78 95 50, que agrupa a toda Castilla y León, y la derivaron al grupo Libertad, que así se llama el que opera en Burgos. Le explicaron cómo funcionaba y le invitaron a su primera reunión. 

«Me sentí abrumada, por la cantidad de gente que se volcó conmigo, y, a la vez, reconfortada. Salí de allí con pena de que se terminara y diciendo ‘este es mi sitio’. Es una pasada la ansiedad con la que esperas esas reuniones los primeros meses. Para mí son un chute de energía. Las necesito», resume y anota que la mejora la vivió desde el minuto uno. 

«Cuando me dijeron que era una enfermedad me alivió muchísimo. Yo pensaba que era una viciosa, que no iba a poder dejarlo en la vida y que qué iba a ser de mí. Y el hecho de saber que era una enfermedad me serenó, aunque es verdad que es para toda la vida. No tiene cura, pero se puede parar. ¿Cómo? Dejando de beber», manifiesta y añade que en Alcohólicos Anónimos ha encontrado otra familia, a la que cuenta cosas que ni siquiera comparte en casa. «Sé que no me entenderían e incluso les puedo hacer daño. Para mí las reuniones son una vía de escape», remacha María, nombre inventado, porque he ahí otra de las banderas de este colectivo: el anonimato. Confiesa que cuando llegó allí iba tan mal que le daba igual que la reconocieran o no, pero con el paso del tiempo sí agradece esa filosofía y ese mandamiento de que lo que se dice allí, se queda allí. Aunque en su caso su familia y amigos más cercanos sí saben que es alcohólica, no en todos es así. Y la estigmatización a la que se somete a estos enfermos es un frente y más, si cabe, en el caso de las mujeres. 

Sí, sí empiezan cada reunión con el casi mantra ‘Me llamo María, soy alcohólica en recuperación y hoy no he bebido’. «Es importante ese hoy, hablamos por 24 horas, hay que ir paso a paso, No es bueno marcarse metas a largo plazo. A mí el ir día a día me está funcionando», relata esta mujer que lleva cuatro años y medio acudiendo a estas reuniones. 

Cuenta su testimonio para que sirva como espejo a gente que esté pasando por lo mismo que ella. Alcohólicos Anónimos sigue en activo, prestando la misma ayuda que antes de la crisis sanitaria. 

Su razón de ser, observa María, sigue siendo la misma: «Somos una comunidad de hombres y mujeres que comparten su experiencia, fortalezas y esperanza para resolver su problema común y ayudar a otros a recuperarse del alcoholismo». ¿Qué requisitos se pide a quiénes tocan a su puerta? «Lo único que se pide es el deseo de dejar la bebida». ¿Cuánto cuesta? «No hay cuotas ni honorarios. Nos mantenemos con nuestras propias contribuciones. Cada uno pone lo que puede y quiere sin que nadie se entere. Se pasa una bolsa y se mete con la mano cerrada. La cantidad es anónima» . ¿Están adscritos a alguna asociación? «No estamos afiliados a sectas, religión, partido político, ni organización ni institución alguna». «Somos un poco anárquicos», resuelve. 

Y ese espíritu libre también siguen en la manera de ayudar. No hay ningún profesional, ni líder, ni portavoz, ni jefe. Son los propios alcohólicos ya recuperados o en proceso de hacerlo quienes ayudan a los demás con su propia experiencia. 

«El que mejor entiende a un alcohólico es otro alcohólico. Es nuestra manera de soltarnos, de contar todo lo que llevamos dentro y nos va pudriendo y machacando. Sabes que no te va a juzgar, ni criticar. Mi vida ha cambiado totalmente», ilustra agradecida y con ganas de ayudar. 

«Alcohólicos Anónimos es una alternativa más. No es la panacea», enfatiza María, aunque para ella sí lo es.