"Que nadie más pase por esto"

A.G.
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Raquel Martínez, madre de un joven de 25 años que se suicidió en 2019, explica cómo el tabú que aún existe sobre las personas que terminan con su vida hace que no se dispongan recursos de ayuda a las familias, que sienten desamparadas

Raquel Martínez, en un momento de la entrevista. - Foto: Miguel Ángel Valdivielso

El 14 de enero de 2019, Ángel Cobos, un joven de 25 años, salió de su casa como todos los días y se suicidó. "No hubo nada raro en su actitud, quizás lo único que cambió fue que se fue algo más pronto que otras veces. Cuando se marchaba le dije que teníamos que quedar para ir a comer a casa de los abuelos y me contestó que le mandara un whastapp. Fue la última vez que hablé con él", recuerda su madre, Raquel Martínez, que desde entonces está decidida a que este problema de salud pública, que se cobra anualmente más víctimas que la violencia machista y el tráfico juntos en esta provincia, tenga en la sociedad la visibilidad que merece para que se pongan todos los remedios posibles de manera que las personas que estén tan doloridas o angustiadas como para tomar esta tremenda decisión dispongan de recursos rápidos y eficaces a los que acudir.

"A mí me llamó mi marido, al que avisó la Policía Nacional. ¿Qué pasó a partir de entonces? La soledad, el no saber si todo lo que estás sintiendo y viviendo en ese momento es normal, si no lo es... No sabes qué hacer para seguir adelante realmente, siendo hijo único como era, además, es como si se te acabara la vida. Y realmente no sabes cómo seguir hacia adelante, por eso creo que sería muy necesario que hubiera algún tipo de atención posterior al suicidio, nosotros solo tuvimos la oferta del médico de Familia de tomar pastillas".

Lejos de mantener en secreto semejante tragedia -una decisión que toman muchas familias- Raquel lo contó en las redes sociales y dice que gracias a ello ha encontrado mucho apoyo. Una persona la dirigió a Asam, asociación de atención a la salud mental que tiene un grupo de apoyo para supervivientes de suicidio, y otra, al grupo informal de familias afectadas que ha constituido el médico Juan Francisco Lorenzo, con quien ya se han dirigido al Ayuntamiento para solicitar algún tipo de colaboración.

Ángel era un joven normal y su madre dice que no tenía ninguna patología mental "al menos diagnosticada": "Nunca sospechamos que pudiera estar pasando algo, después me enteré, de una forma muy rocambolesca, de que había intentado en otra ocasión quitarse la vida. Él era músico de death metal y lo había contado en una entrevista para un libro sobre este estilo de música que se había editado en Japón. Después de su muerte la traduje y allí hablaba de su intento de suicidio".

Se quería dedicar profesionalmente a la música, en la que se había formado de manera autodidacta: colaboraba con varios grupos extranjeros y disponía de su propia marca personal. En los medios de death metal se le conocía como Silence y su principal proyecto era el grupo Rotten Light. "No era un chico triste ni solitario, tenía amigos y aunque en ese momento no tenía novia se llevaba muy bien con su ex. En principio, no había ninguna pista que hubiéramos podido tener en cuenta para pensar en que quería suicidarse, pero es que muchas veces las madres somos las últimas en enterarnos de muchas cosas de nuestros hijos y más a partir de que tienen una cierta edad, ya que es imposible estar encima de ellos continuamente, entre otras cosas porque son adultos. Luego, hablando con sus amigos, supe que otro de sus estilos musicales era el denominado depresive suicide metal en el que su grupo era uno de los más importantes en España y ahora sé que hay foros en internet donde se habla mucho del suicidio, de las maneras de hacerlo y donde, alguna manera, se fomenta. No sé más porque no he tenido fuerzas para seguir investigando por ahí pero cuando lo haga será para denunciarlo".

Uno de los esfuerzos más ímprobos que está haciendo Raquel desde que Ángel murió es intentar no culpabilizarse de ello, algo a lo que le ha ayudado hablar con varios psicólogos con los que ha contactado a través de las redes sociales, y con otras familias de suicidas. "La culpa la tiene una enfermedad no diagnosticada y que yo ni siquiera pude ver, que es como un cáncer que si no se trata termina con la vida de la gente. A entender esto también nos ha ayudado la enorme comprensión que hemos tenido tanto por parte de mi familia como de la de mi marido, hemos sido muy piña y hemos evitado lo de buscar un culpable".

A pesar del dolor, no ha necesitado terapia, en el sentido más convencional del término -sí tiene charlas informales con profesionales y lee mucho- ni tampoco toma ningún tipo de medicación. Cuenta que en un momento dado, decidió que quería seguir viviendo: "Estoy segura de que si antes de que pasara esto a mí me hubieran hablado de la muerte de mi hijo hubiera dicho que si eso ocurría yo me iba detrás. Pero aquí sigo. Y con ganas de salir adelante y sobre todo de hacer algo para que haya más prevención porque incluso aunque supiéramos detectar los síntomas tampoco sabríamos adónde acudir ni qué hacer".

La fortaleza de Raquel es tan tremenda que hizo para DB este relato del fallecimiento de su hijo hace quince días, cuando ni siquiera había transcurrido un mes desde que recibiera un segundo golpe brutal: su marido y padre de Ángel falleció el pasado 11 de junio de un infarto súbito, cree ella que provocado por el inmenso sufrimiento que la pérdida del chaval le había supuesto: "Él lo llevaba peor que yo y creo que no pudo con esto. Y extrañamente, supongo que por una pura razón de supervivencia, estoy mejor ahora que cuando murió mi hijo, aunque igual dentro de un mes me derrumbo y no puedo ni levantarme de la cama. Ahora estoy muy tranquila pero sé que es pasajero".

Le ayuda a sobrellevar semejante losa el proyecto que se ha propuesto llevar adelante que es ayudar a otras familias, que las cosas cambien con respecto al suicidio, que las personas afectadas puedan recibir ayuda, que tengan dónde acudir y que se hable de ello: "El pudor que rodea a la muerte por suicidio tiene mucho que ver con nuestra cultura judeocristiana en la que uno de los peores pecados era el suicidio y por otro lado también se les suele ver como cobardes, como que se han abandonado en lugar de luchar por solucionar sus problemas".

Le irrita, por ejemplo, la romantización que se hace del suicidio cuando en los medios de comunicación se habla de personas famosas que decidieron acabar con su vida: "La gente no se suicida porque sea más sensible o más espiritual que otras personas sino porque tiene un problema, una enfermedad mental, una patología a la que hay que intentar poner remedio y prevenir con recursos específicos a los que poder acudir y campañas las que hay de violencia de género, tráfico o cáncer".

Porque suele ser frecuente -a ella le pasó- que después de la muerte de alguien por suicidio no haya ninguna ayuda. Tan solo, si los interesados lo buscan, existen el recurso de acudir al médico de Familia, que actuará en función de su conocimiento y su sensibilidad acerca del asunto. "Nosotros fuimos a la consulta porque, sobre todo al principio, la ansiedad es brutal, no puedes dormir, no puedes hacer nada y se limitó a darnos unos ansiolíticos y decirnos que los tomáramos a discreción. No lo hicimos". También pide un poco más de sensibilidad, en general, porque cuando les llamaron del juzgado para entregarles en un sobre las pertenencias de su hijo éstas estaban llenas de sangre: "Eso, a la semana de morir tu hijo, es muy cruel".