Encarna es trastarabuela

H. Jiménez/Burgos
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Los Escudero-Jiménez han conseguido juntar a seis generaciones, un caso extraordinario. La matriarca tiene 89 años y la pequeña Ainoa cinco meses

Los representantes de las seis generaciones de esta extensa familia, ayer en el paseo de las Fuentecillas. - Foto: DB/Jesús J. Matías

Encarnación Jiménez es natural de Grijalba («entre Melgar y Villadiego, por si no lo conoce usted») y se acaba de convertir en una trastarabuela de ojos pequeños y piel morena. La palabra que la define ni siquiera figura en el diccionario de la Real Academia aunque es el término oficial que define ese inusual escalón más allá de las tatarabuelas. Cinco generaciones por debajo de ella la visitan y la acompañan casi todos los días, con Ainoa como la más reciente incorporación a la familia.

Quizás sea el único caso en España y no hay muchos ejemplos similares en todo el mundo. Un rápido rastreo en internet revela unos pocos precedentes en Argentina, Colombia o en México, y los Escudero-Jiménez saben de la excepcionalidad de su día a día, a caballo entre los barrios burgaleses de Las Fuentecillas y San Juan de los Lagos.

Encarna tuvo a Manuel (74 años); Manuel a Bernardo, ya fallecido, que se casó con Victoria (55). De ambos nació Yubanca (35), de ella su hija Naima (21) y esta última dio a luz en octubre, ayer hacía cinco meses, a un bebé que es el nuevo juguete para primos, tíos, abuelos, bisabuelos, tatarabuelos, tíos-abuelos, primos segundos y multitud de parientes de esta familia de etnia gitana que lleva toda la vida en Burgos aunque tiene a algunos de sus miembros dispersos por Tarragona, León, Valladolid, Palencia o Cantabria. «Estamos muy contentos de estar juntas tantas generaciones», nos cuenta Naima, a la que Ainoa le acaba de dar una mala noche.

Ha sido madre muy joven, «y eso que he querido esperar un poco», matiza. Porque el secreto para la convivencia de cinco saltos en el árbol genealógico solo puede estar en la longevidad de los mayores y en una media de edad de la maternidad muy por debajo de las estadísticas del conjunto de la población (en Burgos, las madres tienen un promedio de 31).

«También entre los gitanos se está retrasando la edad», dice Yubanca, abuela a los 35. «Pero es que algunos payos parecen los abuelos cuando pasean a sus hijos», salta una tía abuela a la que le sigue pareciendo normal y no necesariamente mala la maternidad a los 16. La crisis, como a todos, les pasa factura, pero mantienen un puesto en el mercadillo en el que ahora venden cosmética y se buscan la vida como pueden.

Solo con un particular sentido de la familia se consigue la unión en un grupo tan numeroso. «En Nochevieja, cuando nos juntamos, podemos ser 200 y alquilamos una nave», apunta otro tío que pasaba por las casas de la barriada de la Fábrica de la Moneda durante la sesión de fotos y que se unió a la celebración. «Estamos muy apegados, nos tenemos mucho respeto, sobre todo a los mayores, los cuidamos y estamos con ellos hasta que el tiempo de la vida lo permite», explica Manuel delante de su madre. «Aunque eso también está cambiando y hay algún caso de mayores gitanos en una residencia», apostilla otra tía.

Encarnación, de momento, ha superado su último problema de salud que la ha mantenido un par de semanas hospitalizada y que le ha dejado el brazo derecho amoratado y débil. Por fortuna, ha regresado a su domicilio en la zona oeste de la ciudad donde lleva viviendo tres años. Antes residió durante mucho tiempo en la calle La Paloma y la Plaza del Rey San Fernando, a lo largo de su vida tuvo 10 hijos y asegura que tiene más de 100 descendientes entre nietos, bisnietos, tataranietos y ahora su trastaranieta, la pequeña Ainoa. Aunque ni ella ni sus parientes sabrían decir exactamente la cifra y mucho menos los nombres de todos ellos. Ventaja, o desventaja, de ser tan extraordinariamente numerosos.