"La vejez es una puta mierda. Sólo la belleza dura"

R. PÉREZ BARREDO
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No presiden, no representan, no quieren foco...Pero son parte esencial de esta ciudad. La crónica de Burgos se escribe en las vidas de quienes ayudaron a construirla. Esos son algunos de esos hombres y mujeres y esta es (parte) de su historia

Guti, en el estudio de su casa. - Foto: Luis López Araico

Ignoramos si quien nos abre la puerta mientras afuera se precipita un diluvio bíblico es quien dice ser, porque el hombre que nos estrecha la mano a la vez que nos franquea el paso a su guarida ha sido muchas cosas, muchas personas, muchos personajes. Tantas vidas en una sola. Nuestra libresca imaginación nos arrebata y nos lleva a pensar que estamos ante un Hamlet que ha envejecido sin mala conciencia, haciendo soliloquios con un libro o con un pincel en lugar de con una calavera entre las manos; o frente al trasunto de un César Vallejo que acabara de escribir que un día morirá en París, con un aguacero similar al que sucede al otro lado del ventanal del estudio que habita. Estamos con José Antonio Martínez Gutiérrez, quien también responde al nombre de Fregonese, y aún con más frecuencia al de Guti: actorazo, rapsoda irrepetible, escritor secreto, pintor talentoso, lector voraz que ahora, tras más de media vida sobre un escenario, ha devenido casi en ermitaño, a su pesar: una cuerda vocal traidora y un acúfeno cabrón le han vestido de soledad. Lee, pinta, pasea, piensa, recita al viento y a las horas, y habla consigo mismo, con ese tipo del espejo, con las ausencias presentes que le acompañan siempre aunque se encuentre tan a menudo solo.  

"De mi infancia recuerdo que fue poética", musita machadianamente, perdiendo la mirada en algún punto de su estudio, lleno de libros, lienzos, pinturas, recortes de periódicos y fotografías como una en la que Marilyn nos deslumbra con su sensualidad. "Yo ya llevaba un poco de locura en la cabeza. Había en casa una pecera, con peces rojos. Yo los pescaba para echarlos a freír. Mi padre se volvía loco". Se queda en silencio Guti. Recuerda su casa de la plaza Mayor, donde sus padres regentaban una peluquería "a la que iba toda la burguesía de esta ciudad". Se buscó la vida desde muy pronto. Se hacía con cualquier chatarrilla que luego vendía por cuatro perras que se gastaba en un chevalier en Ibáñez y un programa doble en el cine Rex, "que olía a berza, y donde había militares que metían mano a muchachas del servicio. Allí vi La carga de la brigada ligera, las películas de Fu Manchú... También subíamos a la Cartuja a robar manzanas. Y pescábamos en el río: truchas, barbos, cabezotas, bermejas, cangrejos. Nos pasábamos todo el puto día en la calle, sobre todo en verano".

Estudió en la escuela de San Lorenzo y después en los Maristas. Empezó a dibujar y a pintar muy pronto. Se recuerda haciendo christmas de la Catedral a tinta china que luego vendía por una peseta. "Siempre he sido muy crítico con mi pintura. Me apasiona tanto la pintura que la mía me parece una mierda; soy muy consciente de mis limitaciones". Se contagió de la incurable enfermedad de la lectura en una biblioteca que había en el Espolón. "Allí había dos empleados. A uno le pedía, por ejemplo, Hambre, de Knut Hamsun, y me respondía que eso no era para niños -yo tendría unos catorce años- y me daba La isla del tesoro o alguna de Salgari, que eran cojonudas pero yo quería otra cosa. Sin embargo, al otro le pedía Niebla, de Unamuno, y me la dejaba. Me lo dejaba todo. Aquel fue el germen de mi pasión por la lectura. Creo que la vida sin leer es una vida corta, empobrecida. El que no lee, sólo vive una vida. Los que leemos, vivimos muchas vidas. En la literatura hay verdades que te iluminan la vida. ¡Tengo 82 años y mira qué vitalidad! ¡Gracias a la literatura, la poesía, la creatividad!", exclama tonante, haciendo un gesto teatral, histriónico.

J.A. Marínez Gutiérrez es actor, rapsoda, pintor, escritor, bohemio.J.A. Marínez Gutiérrez es actor, rapsoda, pintor, escritor, bohemio. - Foto: Luis López Araico

Jamás tuvo vergüenza al hablar en público: solía ser quien tomaba el micrófono en la escuela cuando había alguna representación, algún acto festivo. Así que el gusanillo de la escena le cosquilleó muy pronto también. Cuenta que un día, después de haber visto en el cine a Marlon Brando en el papel de Julio César, se envolvió en una sábana y salió de tal guisa al balcón de su casa, que daba a la plaza Mayor. Todos los colegas aguardaban abajo. Aún se recuerda aquella interpretación: '¡Pueblo de Burgos! ¡Amigos, romanos, compatriotas, prestadme atención! ¡Vengo a inhumar a César, no a ensalzarle! ¡El mal que hacen los hombres perdura sobre su memoria!'. Abajo, el delirio, claro. Y su padre casi lo mata. Así que pronto se hizo famoso el hijo de Basi. "Me llamaban hasta las Esclavas para dar recitales. Iban sesenta tías a verme. Enseguida me fijaba en alguna que estaba acojonante y cuando salía al escenario, mirándola, decía 'es tan corto el amor y tan largo el olvido...'. Alguna monja me echaba el alto de vez en cuando... ¡Qué paciencia había que tener con las titis hasta conseguir algo! Había que llevarlas al cine, había que pasearlas... ¡Pero si hasta una vez fui a confesarme a los jesuitas para ligarme a una tía! Y tuve que ver dos veces El Buscavidas porque la primera me la pasé intentando tocar una teta... ¡Cómo ha cambiado todo!". 

A los 26 años ya había hecho de todo. Con 17 años ya era un animal de la escena. A los 26 ya había hecho de todo (además de evadirse en el cine y en los guateques y pasearse el Espolón arriba y abajo hasta desgastarlo): a Chéjov, Pirandello, Tennessee Williams, Faulkner, Dostoyevski... "Siempre tuve una memoria prodigiosa y la hostia de labia". Pronto llamó la atención de los popes del teatro en Burgos, especialmente Juanjo Ruiz Rojo y Tino Barriuso, a quien tanto añora; también González Marrón. Lo tenía todo para triunfar. Los cantos de sirena de Madrid le atraían como un imán. Quienes sabían de teatro le animaban a que lo intentara. Pero no lo hizo. "Por mi madre. Por no contrariarla. Por no fastidiar a una mujer que había trabajado como una leona para sacar a sus cuatro hijos adelante. Por eso no me fui a Madrid. Hice una oposición a funcionario de la Administración, del Ministerio de Trabajo. Y tuve la mala suerte de sacarla". Le destinaron a Oviedo, donde pasó tres años. "Allí me ligué a un par de chavalas exquisitas. Es que entonces tenía buen aspecto, joder". Un año más en Vigo y vuelta a Burgos. Pero el veneno del teatro era muy fuerte. "Nunca dejé de hacer teatro. Ser actor lo he llevado siempre en la sangre. Creo que soy el único funcionario que se cogió catorce años de excedencia. Y lo hice para hacer teatro". Ahora, cuando echa la vista atrás, le duele no haberse ido a Madrid. "Tenía que haberlo hecho. Me duele. Creo que era bueno.

Los mejores momentos, los más felices de mi vida, los he pasado en un escenario. Se olvidaba el tiempo. Creaba. Me sentía otro. Asumir vidas que no eran la mía... El reconocimiento del público siempre fue especialmente emotivo. Eso vale más que todo". Trabajó con Juan Diego y hasta grandes como José María Rodero o José Bódalo se interesaron por él. Recibió incluso una beca de la Fundación Juan March que le llevó a actuar a Zaragoza, a Sevilla...

Aunque no probó en Madrid, no le fue mal. Actuó mucho en Burgos, pero también en otras ciudades. Aún sueña a menudo que sigue sobre el escenario. Incluso cuando tiene pesadillas. Sólo ese problema en la voz y el acúfeno le han retirado. Maldice de su suerte. "Pero qué mala hostia he tenido. Ahora que me había aprendido unos textos cojonudos, como el de Panorama desde el puente, de Arthur Miller. Ahora habrían alucinado conmigo. Pero no puedo... No puedo ni entrar a un bar a tomar un café, ni echar una partida de mus... Aguanto media hora. Pero a pesar de todo la vida es maravillosa. A pesar de todo. Estoy jodido, pero hay algo que me ayuda: todo acaba. La vejez es una puta mierda. No tienes más que grietas, cada día te levantas con un dolor... Pero es lo único que tienes. Sólo la belleza dura. Lo demás es mierda, nada. Aunque me haya sido puta al final, la vida merece ser vivida. Ahora vivo una vida de eremita, de ermitaño, de cartujo. Joder qué viejo estás, Guti, pareces un espectro".

Ahora pinta mucho, como una vía de escape que le ayuda a olvidarse del escenario; también escribe -los cuadernos se amontonan en uno de los anaqueles de su biblioteca-. Los miércoles y los domingos suele quedar con Daniel de la Iglesia, Juan José Pérez Solana y algunos amigos más. "El resto de la semana no hablo con nadie. Escribo, leo, pinto y paseo hasta la Cartuja. Y hago teatro aquí" (en este momento, Guti se levanta y suelta un monólogo acojonante de Tennesse Williams que nos deja mudos, fascinados). "Esta es la celda de un cartujo. Me paso horas, horas y horas hablando solo conmigo mismo. No siento cerca la muerte; tampoco la temo. Si acaso, miedo a la dependencia, a no tener autonomía, al dolor. Ya no espero nada de la vida. Si acaso no ser pesimista, ni estar amargado nunca, seguir pensando que vivir merece la pena y recordar a mi viejo, que era ameno, dúctil, sensible, comprensivo, que no juzgaba y trataba de comprender. Le recuerdo ahí sentado diciéndome que cada día estaba más loco pero que era buen chico. Me llamaba Calígula. Vivo rodeado de presencias que tienen su vida, que me conmueven y emocionan". Ahora silencio. Varios segundos. Retoma la palabra. "La vida, ahora, más que teatro es hipocresía. Se ha perdido pureza, identidad, intimidad. Se ha perdido transparencia, hay negligencia en el lenguaje, ya no se habla con sencillez".

En este punto Guti (o Fregonese, seguimos sin saber bien quién nos habla) se levanta y con esa voz rasgada, como hecha de lluvia y de silencio, recita a Jaime Gil de Biedma mientras el agua golpea en los cristales: Pero ha pasado el tiempo y la verdad desagradable asoma: envejecer, morir, es el único argumento de la obra. Ya no volverá a ser joven Guti, Fregonese o Martínez Gutiérrez, qué más da ya, pero ese indómito carácter tan suyo y tan de nadie, tan lúcido y genial, tan humano y decente, es muy grande. Es Enorme.