"Lo mejor de la militancia feminista han sido las amigas"

A.G.
-

No presiden, no representan , no quieren foco...Pero son parte esencial de esta ciudad. La crónica de Burgos se escribe en las vidas de quienes ayudaron a construirla. Esos son algunos de esos hombre y mujeres y esta es (parte) de su historia

Nati Cabello (activista feminista) - Foto: Miguel Ángel Valdivielso

A lo largo del recorrido por la biografía de Natividad Cabello (Burgos, 1954) se podría explicar, perfectamente, la historia de una ciudad, de un país y de una generación. La activista feminista, que fue presidenta de La Rueda en un tiempo en el que junto al resto de su equipo no solo crearon los primeros e importantes recursos para la atención a la mujer en general y a las víctimas de malos tratos en particular, sino que agitaron el debate social sobre asuntos tan trascendentes como el aborto, el reparto de las tareas domésticas y, por supuesto, la guerra contra la violencia de género, acaba de cumplir 65 años y conserva intactos todos los valores que le hicieron patearse las calles, primero en la clandestinidad y luego a cara descubierta, en las décadas en las que, literalmente, se decidió el futuro.  

Hija de una familia de clase media de origen vasco (su padre, Ignacio Cabello, era de La Arboleda y fue concejal del Ayuntamiento de Burgos por el tercio sindical, y su madre, de Mondragón), su infancia está ligada indefectiblemente a la calle San Pedro de Cardeña y más concretamente al número 34, edificio que más tarde sería sede de este periódico, donde vivió muchos años y donde su padre tenía la empresa Electrotécnica Cabello. También a la SESA, industria textil alrededor de la cual se creó un barrio (que ahora es el del Pilar) y en la que su abuelo fue uno de los mandos intermedios, para lo que se vino aquí desde el País Vasco. "Aquella ciudad en la que crecí era muy conservadora -no voy a descubrir con esto nada nuevo- y, como dice el mito, llena de curas y militares, pero yo la recuerdo como un lugar luminoso, probablemente porque la época de la infancia lo es. Jugábamos en el Castillo y en la Quinta. También tengo la imagen de que la ciudad estaba a medio hacer porque lo que ahora son calles, en mi infancia eran solares".

Fue alumna de Jesús María, colegio del que guarda un buen recuerdo pero también la perturbadora imagen de las dos puertas por las que entraban las alumnas según fuera su extracción social y el poderío económico de sus familias, "algo que me rechinaba poderosamente, como el hecho de que lleváramos uniformes distintos (el de las de pago era de príncipe de Gales), o que no nos mezcláramos ni en las clases, y que yo creo que está en el origen de mi interés por cambiar las cosas". En aquellas aulas que compartió con, entre otras, Maruja Campo, Marga Rivas, Pilar Ruiz, Carmen Ocio, Marisol Durán, y su gran amiga Soledad Renedo, abogada que fallecería en un trágico accidente automovilístico, también disfrutó del buen hacer de religiosas como la madre Dina, "una mujer encantadora y muy moderna para la época ya que en vez de colocarnos en los pupitres de dos en dos, nos ponía a todas juntas y nos hacía trabajar con manualidades". Años después, Cabello aprovecharía su buena sintonía con aquellas religiosas para pedirles que albergaran en sus instalaciones un concierto de Luis Pastor, "las pobres me dijeron que al día siguiente fue la policía a preguntarles", rememora con una sonrisa.

Su adolescencia llegó a la vez que el final del franquismo. Dieciséis años tenía durante el Proceso de Burgos, un acontecimiento que en su casa se siguió muy de cerca: "Mi tía Mercedes era muy amiga de Peces Barba y recuerdo que iba a estar con él y con los otros letrados en el hotel donde se alojaban y mi madre, a cuyo padre habían fusilado, iba también a interesarse por lo que ocurría. Yo viví aquello muy intensamente mientras un profesor del instituto López de Mendoza nos decía que en España no había problemas sociales. Recuerdo que en ese momento cerré el libro y supe qué es lo que tenía que hacer".

De ahí a la militancia política pura y dura, apenas le costó una estancia de seis meses en Francia decidida por su madre -"recuerdo lo que lloré por tener que irme y dejar aquí al chico con el que salía, Emilio"- y el tiempo que tardó en matricularse en el CUA para estudiar Filosofía y Letras. "Para mí el Burgos del final del franquismo es como el de mi infancia y, a pesar de todo, luminoso, porque son los años de los amigos, de quedar en el Morito, de pasear por el Espolón, que era precioso, de ir a la Deportiva y, por supuesto, del compromiso político, de estar con profesores muy jóvenes como Juanjo García o Fede Sanz, que nos invitaban a su casa y con los que hacíamos tertulias infinitas en las que hablábamos de todo. Aquello fue muy enriquecedor y me enseñó otro Burgos, el de la noche".

En el primer año de carrera empieza a militar en la maoísta Joven Guardia Roja de España, el ala juvenil del Partido Comunista de España Internacional, que luego se transformó en el Partido del Trabajo. "Aquello era mucho más que militar en un partido, impregnaba toda tu vida y nos pedían unos compromisos tremendos como dejar de estudiar e ir a trabajar a una fábrica, algo que a mí tampoco me costó mucho porque no era muy constante en los estudios: empecé Filología Francesa pero lo dejé y me fui a Coprasa. También el partido nos pedía dinero y a mí, en concreto, me dijeron que como mi padre tenía pasta, que montara una librería. Lógicamente, mi padre me mandó a la porra". Aún así, le dio tiempo a montar una huelga de 24 horas: "Ya no lo recuerdo bien, pero seguro que éramos cuatro monos y aún así conseguimos que se pararan las clases y hacerle pasillo al director del CUA, que nos había dicho a las chicas que solo íbamos allí a encontrar novio. Yo le contesté que me tenía que devolver el dinero de la matrícula porque yo no lo había encontrado".

Fueron años de muchas reuniones clandestinas, de las vietnamitas echando humo, de lanzamientos de pasquines y de algunas detenciones. Dos veces estuvo en Comisaría Paula. Porque Nati Cabello, en sus tiempos de disciplinada militante de la JGRE, gastaba nom de guerre para que no se la pudiera identificar. "Mi misión consistía en hacer proselitismo para captar gente, participar en Comisiones Obreras para convencer a mis compañeros de que había que terminar con el régimen... También hacíamos teatro, sobre todo a Bertold Brecht y a otros autores comprometidos, y era una forma estupenda de dar mítines. Dos detenciones tuve: la segunda vez me fueron a buscar a Coprasa, de donde me echaron después de aquello, pero la primera me cogieron porque llevaba un impermeable verde fosforito y claro, después de la manifestación ilegal, la Policía me reconoció porque aquella prenda saltaba a la vista. Y cuando me mandaron vaciar el bolso llevaba un pimiento choricero que había comprado para hacer un guiso. Lo cierto es que no me pasó nada en el calabozo, al revés, me quedé dormida, yo creo que fue porque me relajé al ver que no ocurría nada lo que me habían contado", rememora entre risas.

En la célula conoció a su marido, Jesús, por entonces estudiante de Físicas en la Universidad de Valladolid. Ella tenía 20 años cuando se casaron -"era la forma más rápida de salir de casa para las chicas en esa época y como era menor me tuvo que autorizar mi padre"- y al día siguiente de la boda (en la que fue vestida de calle y con un ramo de claveles en homenaje a la revolución portuguesa ocurrida un año antes) no pudo irse de viaje de novios porque Jesús tenía una reunión del Partido del Trabajo el día siguiente a las 8 de la mañana. Tampoco acudieron sus amigos "porque no podíamos permitirnos que nos vincularan a unos y a otros":  "Era un tiempo de anteponer lo político a lo personal, a veces excesivamente. José Luis Cancho lo cuenta muy bien en uno de sus libros, cuando explica que una vez que le detuvieron tuvo en la cárcel la sensación de que descansaba. No teníamos tiempo para nada que no fuera la militancia e incluso había cosas que no podíamos decir ni a nuestra pareja. Toda nuestra vida era el partido".

No tiene Cabello, a pesar de todo, la sensación de que aquel enorme esfuerzo fue en vano: "Sí que es cierto que a veces ves cosas que te hacen preguntarte ‘¿y para esto pasamos tanto miedo?’ y también es verdad que muchos compañeros se quedaron en el camino, pero, en general, creo que sí valió la pena. Quizás solo me arrepiento de no haber seguido estudiando pero es que aquello no fue solo porque el partido me obligara sino porque yo tampoco le eché mucho interés. Además, aquella lucha política tuvo la virtud de erosionar de algún modo a la dictadura, por más que muriera Franco en la cama. De hecho, creo que nosotros hicimos más por la Transición -un tiempo que se desaprovechó para hacer reformas más profundas- que el Rey".

El fin de la militancia tuvo que ver con la disidencia. Reconoce que no se acuerda muy bien por qué, pero a su marido y a otros cuantos le expulsaron del PT y ella, en solidaridad, se marchó. Era 1977. Comenzaron, entonces, otras batallas, al principio, vecinales, luego vinculadas al Consejo Escolar -ya habían nacido su hijo David y su hija Alba-, y, finalmente, feministas, todas ellas combinadas con la crianza y el trabajo en la empresa familiar. "Yo siempre fui feminista, las estructuras de los partidos de izquierdas eran totalmente machistas y, de hecho, una de las grandes luchas fue para que no dejaran de lado las reivindicaciones de las mujeres porque nos decían que las nuestras eran para luego, que cuando se alcanzaran no sé qué cosas después vendrían las nuestras, y mira, yo a eso siempre me negué".

A principios de los 90 se acerca a La Rueda a hacer un curso de informática "y me hicieron socia". Comenzó yendo de voluntaria y a la vez leía sobre feminismo. "Me coloqué las gafas moradas y como todas las feministas saben ya nada ha sido igual. Mira que nos da disgustos ver las cosas con perspectiva de género, darte cuenta de las enorme desigualdades que aún hay entre mujeres y hombres".  La Rueda se constituyó en esos años y de su mano como la organización de referencia del feminismo local. No había semana en la que no organizara alguna charla o jornada o se embarcara en proyectos como la casa de acogida para mujeres maltratadas, el punto de encuentro para parejas separadas o el servicio de cuidadoras, o protestara por cualquier causa. El tratamiento que se dio a Nevenka Fernández en el juicio por su acoso, por ejemplo, las hizo levantar bien fuerte la voz y puso en la calle una vez más la icónica imagen de Nati, con su pelo blanco al viento (también fue una pionera en dejarse las canas, algo ahora tan frecuente) y el megáfono en mano. Hubo también mucho dolor, tanto como muertas dejó el terrorismo machista. Por su existencia, se organizaban todos los 25 de cada mes concentraciones en la Plaza del Cid "en las que a veces éramos cuatro personas, pero lo dábamos por bueno porque pensábamos que los que pasaban por la calle así se enteraban de que había una nueva asesinada". 

Al feminismo se incorporaron, de la mano de Nati, otras luchas necesarias como la de la visibilidad y normalización de diversidad sexual -La Rueda fue la primera entidad que preparó unas jornadas de esta temática en Burgos- y la de la paz, que le costó a Cabello un buen disgusto. Fue señalada por el PP como la autora del acoso a Juan Carlos Aparicio cuando en una ocasión, y en pleno alboroto por la participación de España en la guerra de Iraq, un grupo de personas impidió al ministro dar una charla en la UBU entre abucheos e insultos, algo que ella nunca hizo.  Denunció al partido por atentar contra su honor. El juez no le dio la razón y le cargó con las costas, 7.000 euros, que llegaron desde todos los puntos del mundo. "De toda de la militancia feminista -dice ahora, francamente recuperada de una depresión que la obligó a dejarlo todo en 2012- lo mejor han sido las amigas, el compromiso que siempre he sentido de su parte y la sensación, muy real, de que juntas lo hemos hecho todo posible".