Arquitectos de la luz

RODRIGO PÉREZ BARREDO
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Aunque otros templos se lleven la fama, la Catedral de Burgos cuenta con maravillosas y muy antiguas vidrieras que la convierten en un excepcional ejemplo de la historia del arte del fuego

Rosetón de la fachada del Sarmental. - Foto: Alberto Rodrigo y Valdivielso

Por ellas lleva siglos filtrándose con intensidad la luz de Dios, destellando en hermosos colores e instruyendo a las almas terrenales que elevan la vista para leer en cristal la historia del mundo. Las vidrieras de otros templos gozan de más fama, y sin embargo las de la Catedral de Burgos nada tienen que envidiarlas. Más al contrario: su enorme calidad artística, su diversa y riquísima iconografía, la singularidad de sus vitrales rojos y la antigüedad de buena parte de ellas las convierten en elementos realmente excepcionales, casi únicos. 

Lástima que los invasores franceses volaran el Castillo antes de huir de ciudad, porque se hubiera conservado un mayor número de estas joyas engarzadas de esmeralda, rubí y zafiro. Con todo, la seo burgalesa puede jactarse de ser uno de los templos góticos con ejemplos de vitrales más antiguos, ya que algunos datan del siglo XIII. De los originales, se conserva buena parte del rosetón de la puerta del Sarmental -de los 52 huecos, se perdieron 21 cuando los franceses hicieron estallar la fortaleza-, más dos óculos pequeños que se hallan en la puerta de Santa María.

El primer templo metropolitano conserva vidrieras pertenecientes a los tres momentos clave en la historia de este noble arte: la Edad Media, que es la época de mayor apogeo, cuando se instalan vitrales que proporcionan una luz caleidoscópica, teñida de color, tan trascendente como metafórica; el siglo XVI, cuando a instancias del Concilio de Trento se apuesta por una nueva idea de lo que tiene que ser la luz en el interior de los grandes templos (mucho más diáfana), por lo que muchas de las vidrieras primigenias fueron retiradas o combinadas, como sucedió en Burgos con las del cimborrio y la nave mayor, con otras realizadas en amarillo y plata; y los siglos XVIII y XIX, en que se recuperó el estilo medieval, con vidrieras de colores.

De las diecisés series vitrales que posee la Catedral, las más importantes son el rosetón del Sarmental por su influencia de Chartres, la del cimborrio y la de la capilla del Condestable. La historiadora del arte Pilar Alonso Abad, que ha estudiado en profundidad el tema (fundamental su libro Las vidrieras de la Catedral de Burgos, editado por el CSIC en el año 2016), asegura que Burgos tuvo una importancia capital como centro neurálgico de este arte del fuego en la Edad Media, momento de su máximo esplendor merced al impulso de monarcas y obispos, que facilitaron que se introdujera rápidamente en el Reino de Castilla. Así, Burgos se convirtió en foco imprescindible para la creación de vidrieras; en primer lugar, mediante la importación de materiales y artistas procedentes de otros países de Europa en el siglo XIII, para posteriormente posicionarse en uno de los centros creadores más relevantes del norte de la Península Ibérica durante el siglo XVI.

Así, en Burgos destacaron importantes artistas, que dejaron su huella de luz y color en la joya del gótico español, como Arnao de Flandes, Arnao de Vergara, Diego de Santillana o Juan de Valdivielso, entre otros.