José María Vicente

El Rincón de...

José María Vicente


Santo Tomás

09/11/2021

Nada más lejos de mi intención que ponerme estupendo ante las declaraciones de la ministra de Transportes sobre el tren Directo Madrid-Burgos. Había un runrún desde hace semanas que indicaba que algo importante relacionado con esta línea iba a ocurrir. Desde luego la noticia de la ministra es importante. Nada menos que once millones de euros para ejecutar trabajos.

Supongo que lo primero que hay que hacer es sacar del famoso túnel esa no menos famosa máquina que quedó atascada hace demasiado tiempo. Teniendo en cuenta las consecuencias del atasco en términos de ahorro de mantenimiento de la línea durante años y desvío de los tráficos hacia otras alternativas cabe pensar si esa máquina no fue descarrilada con toda la intención.

Quizás esos once millones sólo sean parte de la deuda acumulada por la administración en estos años de abandono. Pero seamos positivos. Ahora que parece que hay dinero habrá que estar atentos a que la cosa no se enrede en la burocracia administrativa tan propicia a ralentizar, cuando no a paralizar, las iniciativas más encomiables.

Quizás el cambio de criterio del Gobierno con respecto a esta línea se deba al sentimiento de marginación que la presentación del borrador de presupuestos generales ha creado en la sociedad burgalesa.

O quizás todo se deba a una estrategia política más sutil que tenga como finalidad ir desgranando como lluvia fina otras buenas noticias para Burgos que permitan el lucimiento a algunos políticos con el consiguiente reflejo en las encuestas de opinión locales.

Sea como sea, lo importante es quedarse con el resultado y estar atentos a que el tema no vuelva a descarrilar. Uno ya ha vivido demasiadas experiencias relacionadas con esta línea ferroviaria como para estar alerta ante las promesas políticas por nítidas que estas puedan presentarse. No sería la primera vez que los políticos dan un paso atrás ante los infinitos matices que los técnicos cercanos a los ministerios pueden llegar a descubrir.

Llegados a este punto, no puedo evitar pensar en Santo Tomás y su necesidad de ver y tocar para creer. ¡Ojalá me equivoque!

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